jueves, 11 de septiembre de 2025

El Comisario del Viento - Las semillas - El Juan

 Tantos años de Patagonia y viento, le habían dado a Zenón Canto la posibilidad de retirarse de la Policía Provincial con una remuneración que le garantizaba un decoroso vivir hacia el futuro, a ella le sumaría les rentas que le llegarían a producir las viviendas adquiridas y las explotaciones ganaderas que había logrado.

No era un mal momento para pensar en el descanso, máxime que estaba excedido en los años de servicio y que su edad, rondando los setenta, lo llamaba a descanso.
Buenos Aires fue su próximo destino, que esperaba fuera el último, más precisamente la zona de Primera Junta, donde había adquirido un departamento de tres ambientes sobre la calle Guayaquil.
En Pico Truncado quedarían sus semilla biológicas, los tres Canto, Juan, Ricardo y Hugo.
Juan, ya años egresado de la escuela de Policía, seguía sus pasos y por ahora estaba destinado a Puerto Santa Cruz; Ricardo era empleado bancario, ocupando una plaza en la sucursal de Pico Truncado, y Hugo, el más alocado e independiente intentaba distintos emprendimientos comerciales con suerte diversa.
Juan se había casado y le había brindado un nieto. Ricardo oficiaba de soltero empedernido y mujeriego activo, falda que veía, falda que era perseguida y casi siempre alcanzada.
Físicamente había heredado poco de sus progenitores, alto, de figura espigada, rostro bien parecido, siempre prolijamente vestido y, rasgo destacable en él, usando perfumes de primera marca sin importar el valor tenía que pagar.
Hugo, una mezcla de padre y madre, había heredado las dimensiones craneales de su padre y una mediana estatura, un cierto tono rubión en su cabello y barba transferido por su madre, y alardeaba de una cierta chispa en ocasiones jocosa y en otras no tanto y sin alcanzar el estatus mujeriego de Ricardo, en ese sentido seguía sus pasos, mucho más aletargado por cierto.
Leonor, asaltada por los años, había comenzado a padecer de un raro comportamiento que aniñaba su conducta y de unos olvidos que cada vez se hacían más frecuentes.
Ante los primeros síntomas, el ojo atento y entrenado de Zenón se percató que la situación podría empeorar, presentimiento que pronto fue confirmado por las distintas consultas médicas realizadas.
Previendo futuros inconvenientes, y al mismo tiempo para lograr que Leonor tuviese una compañía y simultáneamente una ocupación, decidió que sería una buena idea incorporar al seno familiar, como allegada, una niña de alrededor de 12 años.
Lo adecuadamente pequeña como para requerir de la atención de Leonor y lo suficiente grande como para comenzar a prestar algún tipo de ayuda en los quehaceres domésticos.
No era precisamente un personal de servicio doméstico, pero en ocasiones cumplía esa función.
Así, la familia Canto-Montes se agrandó con un nuevo personaje, Norma.
La biografía de Norma, algo bastante común por esas zonas, arrancaba de una familia no muy bien avenida, con un padre alcohólico y golpeador, una madre sumisa y propensa a la parición continua, cuatro hermanos la precedían y dos más cerraban un círculo de siete hijos.
Por un tiempo deambuló junto a la tutela de diversos “tíos”, como se acostumbraba a llamar a los matrimonios encargados de hogares sustitutos que, a cambio de una remuneración mensual se comprometían a brindar atención, cuidado y cariño a los menores provenientes de familias con distintos conflictos.
Objetivos no siempre alcanzados en especial el referido al cariño.
El tema es que “Viento” Canto, ayudado por su prerrogativa de funcionario policial, logró que el Juez de Paz pusiera a su cargo a Norma, comprometiéndose a respetar las pautas de rigor.
Norma se integró bien al matrimonio Canto-Montes, agradeciendo el cariño y las comodidades que se le brindaban, tratando de representar lo mejor posible su rol de entenada, con la esperanza de que, algún día, pudiera mejorar el rango y ser admitida como hija.
Cuando “Viento” Canto decidió que era tiempo de partir en busca de un cambio de aire y su destino fue el departamento de Primera Junta, Norma fue de la partida sin llevar ninguna añoranza de su familia de origen y bastante contenta por desertar de los fríos y los vientos patagónicos.
En tierras santacruceña quedaron los otros tres Canto.
Juan, impedido de ejercer su autoridad a la vieja usanza de su padre, a los talerazos, por las corrientes menos permisivas de la época, se las fue ingeniando para tener siempre buenos contactos con los distintos gobiernos provinciales con los que le tocó lidiar.
El momento más difícil fue cuando el tinte político provincial estuvo fuertemente influenciado por los aires conflictivos que venían de antes pero reinaban en el 73; aunque en Santa Cruz nunca tuvo cabida la violencia que se había instalado en el resto del país de manera explícita, los enfrentamientos internos de sectores del gobierno si se manifestaban, y en ocasiones la virulencia larvada lo obligaba a realizar equilibrio entre ambos, tratando de no sacar los pies del plato de las directivas de sus superiores gubernamentales pero tambien de no malquistarse la voluntad del sector contrario.
Con todo logró ir ascendiendo en su carrera policial, de suboficial cubrió los cargos intermedios hasta llegar a oficial principal, a un paso de ser subcomisario, trampolín que, con un poco de esfuerzo y mucho de suerte lo podría llevar a la cúspide del escalafón Comisario, y porque no Comisario Principal.
Sus destinos arrancaron en lugares remotos, Gobernador Gregores, Bajo Caracoles, Los Antiguos, Puerto Santa Cruz, destino en el que estaba por estas épocas.
Casado con una mujer de Río Gallegos, por ese entonces ya tenía un hijo y la noticia de que posiblemente otro estaba en camino, cuando lo anoticiaron que sería trasladado a la Capital, seccional Primera, la más importante.
Precedido por la fama del viejo “Viento” Canto y por alguno de sus aciertos políticos, gozaba de admiración entre sus pares y subordinados, los que, aun conociendo alguna de sus “agachadas”, las tomaban como gajes del oficio y hacían la vista gorda.
A los pocos meses de estar en su nuevo destino, un suceso inesperado por esos lares trocó la tranquilidad por inquietud.
Santiago Bedoya López, era Tesorero del Banco Provincia, cargo al que había accedido despues de años y puestos diversos en la misma institución. Hombre serio, formal, atildado en el vestir, siempre de impecable camisa blanca y corbata, típico de bancarios por esos años, no se le conocían vicios ni entretenimientos notables, tal vez espectador de algún partido entre el Boxing y el Hispano, alguna que otra participación en la fiesta anual de la Rural y no mucho más, salvo la consagrada y sacrosanta presencia en la misa de los domingos.
A ella iba acompañado siempre de María Isabel Losada, su esposa, Marisa para los amigos, dueña de un local de venta de artículos deportivos bastante frecuentado por los amigos de la caza y la pesca, lo que le permitía ingresos que, sumados a los de su marido le daban un buen vivir.
Casa nueva, automóvil siempre cero kilómetro que cambiaban cada dos o tres años, vacaciones anuales en Mar del Plata, alguna escapada a Calafate, eran lujos que se podían permitir.
Si mal no se recuerda, para el mes de Julio de ese año, Santiago le comentó a su mujer que el próximo viernes, tenía que viajar a Buenos Aires en comisión a auditar no se sabe bien que problema en la sucursal del Banco en la Capital Federal.
El viernes llegó. Catorce y cuarenta y cinco Bedoya López se despedía de su esposa en el aeropuerto, cariñoso, con un beso en la mejilla y embarcaba en el vuelo 1205 rumbo a la Capital.
No llevaba mucho equipaje, puesto que según había dicho era un viaje de un par de días, una valija de regulares dimensiones, lo suficientemente cómoda como para llevarla consigo y no tener que despachar como equipaje, y no mucho más.
Extrañamente no había querido que Marisa lo ayudara a armarla, es más, lo había hecho en la tarde del jueves cuando su esposa estaba en el comercio. La armó y cerró los cierres con un pequeño candado.
Exactamente, quince minutos despues el avión carreteaba buscando elevarse hacia su destino.
Marisa, cuando lo vió partir, regresó a su negocio dispuesta a atenderlo como siempre. El sábado de mañana hizo exactamente lo mismo hasta las 13 hs. cuando lo cerró y emprendió el camino a su casa.
Esa noche tenía programada una cena aprovechando la ausencia de Santiago no muy afecto a ese tipo de reuniones.
La esposa de Juan Canto, la secretaria del Gobernador, la Sra. del Gerente del Banco Provincia, Rosa, una amiga de la infancia y ella completaron el quinteto dispuesto a platicar y degustar la cena en una típica tertulia de amigas.
El domingo lo dispuso para descansar, concurrió a la obligatoria misa, tomó la comunión, conversó un poco con el Padre Juan, párroco de la iglesia y regresó a su hogar.
Las horas de la tarde fueron un continuo no hacer nada, tal como se lo había prometido.
A la diez de la noche, estaba en cama, rezando el consabido rosario antes de dormirse.
En la mañana del lunes, a las 7 en punto se despertó, se levantó, tomó una ducha, desayunó unos mates con una masas que habían sobrado de la noche del sábado y cerca de las ocho y treinta se encaminó a su negocio.
Serían las 11 o 12 de la mañana cuando se presentó en el local el Oficial Principal Juan Canto, traspasó la puerta y la saludó con un “Buenos días, Marisa”
Sorprendida, ya que no le conocía aficiones deportivas a Oficial, lo saludó preguntándole por su esposa.
“Marisa, vengo por un tema oficial – dijo Juan – que noticias tenés de Santiago?”
Ella, temerosa de que le hubiera ocurrido algo a su esposo, le respondió que ninguna, que esperaba la hora del almuerzo para que la llamara como habitualmente hacía y preguntó si le había pasado algo.
“Voy a ser sincero Marisa, pero de esto ni una palabra a nadie te lo ruego. En la mañana me llamó el Gerente del Provincia y me dijo que en la caja fuerte falta algo asi como un diez millones de pesos. El único que tiene la llave es Santiago. Vos sabes algo?”
Palideciendo, Marisa le contó que Santiago había viajado el viernes a Buenos Aires por una comisión que no sabía muy bien para que era, que le dijo que por pocos días y solo llevó una valija que armó el mismo.
El Oficial le aseguró que no se había ordenado ninguna comisión a Buenos Aires y que encontraba raro que Santiago se hubiera marchado, le pidió que si se comunicaba por favor le avise.
Cinco días despues de estos hechos, Juan Canto recibió una comunicación de Migraciones, informando que un tal Santiago Bedoya López, había abordado un avión de Varig con destino a Nueva York con escala en Río de Janeiro.
El ostracismo se ensaño con María Isabel Losada, Marisa, durante muchos años, solo fue la mujer de quien la abandonó para disfrutar de mas de diez millones de pesos en alguna playa de Brasil
Se acabaron para siempre las cenas de señoras, ni la invitaron ni aceptaron sus invitaciones, solo Rosa, su amiga de la infancia muy de vez en cuando la visitaba en un comercio que fue perdiendo vigor día a día.



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