sábado, 28 de febrero de 2009

Cambios

Allí, justo allí
Antes había un cerro,
Con lagartijas, mastuerzos,
Gorriones, torcazas,
Espinillos, matas negras
Alguna que otra liebre,
Silvestres margaritas
Y esas flores blancas,
De las que nunca supe el nombre
Pero que alguien me dijo
Eran “tacos de reina”
Por allí solía yo andar,
A veces sabiendo,
Y otras sin saber porque.
Ahora solo ves casas,
Todas iguales, tristes,
De planes sociales,
Calles prolijas, alineadas,
Con basura y autos viejos,
Navajas, cuchillos
Y algún que otro disparo,
Hecho hacia ningún lado,
Pero siempre hiriendo a alguien.
Pulgas que cabalgan perros,
Y el sexo fácil, escondido,
Por donde no suelo andar
A veces sabiendo,
Y otras sin saber porque

Eso fue allá,
Donde una vez
Hube de estar.

En esa vuelta,
En que el río se vuelve manso,
Antes solo era orilla,
Algún que otro sauce,
Lagrimeando las totoras,
Y ese pasto amarilleado,
De inundaciones y de soles.
Por allí solía yo andar,
Con un perro bravo,
Que tenía la manía
De revolcarse en el pescado,
Que se podría al sol
Después de haberlo pescado.
Ahora está el country,
Prolijo y alambrado,
Con guardia de seguridad,
Y césped bien cortado.
Pinos, ciprés y abetos
Corrieron al sauce,
Y ya no quedan totoras
Por donde no suelo andar
A veces sabiendo,
Y otras sin saber porque.

Eso fue allá,
Donde una vez
Hube de estar.

Bajo esta ruta,
Bajando por ese sendero
Resbalé las piedras
Para meterme en el frío
Del lago con un amigo.
Debajo de un coligue,
Y con lenga haciendo leña
Nos calentamos al cobijo
De un cielo estrellado
Compartiendo vinos
Y recuerdos.
Por allí solía yo andar
Acompañado de soledades,
Buscando cardenales
O viendo bandurrias pasar.
Hoy está el asfalto,
Autos veloces,
Que pasan sin mirar,
Guarda rail por la velocidad,
La casilla del peaje
Y la del turismo oficial.
No hay ya carpas ni truchas
Para poder pescar,
Bungaloes, cabañas
Y el casino “tradicional”
Por donde no suelo andar
A veces sabiendo,
Y otras sin saber porque.

Eso fue allá,
Donde una vez
Hube de estar.

En esta calle
Había árboles,
Plátanos y fresnos,
Irregulares adoquines,
Un viejo almacenero,
Chismosas vecinas,
Un inconfundible olor
Familiarmente mío
A deseos de vivir
Siempre aquí.
Por allí solía yo andar
Creciendo despacio,
Apurando mis tiempos,
Soñando los futuros
En esos presentes
De padres y abuelos,
De escondidas y rayuelas
Y noviecitas inventadas
Escondidas en viejos zaguanes.
No estaba lúgubre
Ese techo de autopista,
Ni las luces de mercurio
Que le ponen a la noche
La luminosidad del día.
Por donde no suelo andar
A veces sabiendo,
Y otras sin saber porque.

Eso fue allá,
Donde una vez
Hube de estar.

Aquí, en este lugar,
O en uno muy semejante
Estuvo una vez
Un viejo sillón de pino,
Desencolado, manchado
De manos con tabaco
Y dedos con dulce de leche.
Donde de vez en cuando
O casi todas las tardes,
Ya ni me acuerdo
Nos sentábamos juntos
A disfrutar nuestro tiempo,
A imaginar y soñar.
Por allí solía yo andar
Hoy tenemos otro,
Cuero ecológico,
Blanco tiza o gris perlado,
Está limpio, nuevo, inmaculado
Y también tiene el hueco
De nuestros mismos cuerpos,
A veces juntos, otras separados,
Pero ya sin imaginar
Y mucho menos para soñar
Ya que por allí es
Por donde no suelo andar
A veces sabiendo,
Y otras sin saber porque

Eso fue allá,
Donde una vez
Hube de estar.

martes, 24 de febrero de 2009

Caricias

Bastó un solo momento
Para que todos mis sentimientos
Pudieran recibir el bálsamo
Que como dulces caricias
Apaciguara mi alma
Tan solo a partir de tus palabras.
Leerlas y escucharlas,
Sentirlas, vivirlas, palpitarlas
Como esas manos que rozaron
Mis mejillas, imaginariamente,
Y sin embargo, de manera tan real,
Que aún me dura el contacto
De tu piel sobre mi piel.
Y fueron palabras tan solo,
Que imaginé pronunciadas en tus labios,
Que descubrí escritas por tu mano,
Que supe, y no me preguntes como,
Que solo eran para mi, exclusivas.
Caricias que me acompañan, ahora,
En esta tarde de solitaria espera,
Café de por medio, aguardando
Que lleguen otras caricias
Que sé, solo son palabras.

domingo, 22 de febrero de 2009

Duelo

Me han dicho
Que debo comenzar
A elaborarlo,
A él, mi duelo personal.
Que corresponde hacerlo
Ante una pérdida
Tan sensible.
Y me pregunto
De verdad te he perdido?
Sigues, aquí
A mi lado,
Respiramos
El mismo aire,
Bebemos
De la misma copa,
Reposamos
En el mismo lecho.
Te miro,
Te reviso,
De arriba abajo,
De pies a cabeza,
De derecha
A izquierda,
De torso
Y de dorso
(Sigo tentándome
Cada vez que lo hago,
Bah!!! De solo mirarte
Ya me estoy tentando).
Y finalmente
Llego a la conclusión
De que no
No te he perdido.
Pues entonces me alegro.
No hay duelo
Que elaborar.
Y de pronto,
Aunque lo niegue,
Descubro
Que no eres la misma.
Esa posición es nueva,
Esa mano
Antes nunca
Estuvo allí,
Ese melancólico,
Y en apariencia,
Apasionado quejido,
Es parte de tu nuevo
Vocabulario inconsciente.
Pero, ¿realmente estas?
Y es aquí cuando
Me doy cuenta
De que no.
No estas.
Está la cáscara
Vacía,
Hueca,
Ausente,
Dolida
Y dolorida,
De esa otra presencia
Que, realmente,
Si, ya no está.
Y nuevamente pienso,
Que tienen razón,
Hay que
Elaborar el duelo,
Por lo irremediablemente
Perdido,
Destruido,
Aniquilado,
Destituido,
Y quien sabe
Cuantos adjetivos más
Solo para significar
Que aun estando,
Ya no estas.
Y por eso debo
Elaborar mí
Duelo.

Fantasmas

Solitarios, silentes
Zigzagueantes,
Sibaritas de los soliloquios,
Surgen soterrados,
Asaltando siniestros
La psiquis somnolienta.
Menguan en menuda
Mudanza, maliciosamente,
La otrora mansedumbre,
De momentos macerados
En la mezclada memoria
Con macilento marasmo.
Con eficiente ciencia,
Siembran sombras serviles,
Sobre los antes sólidos
Cimientos sensibles
Que sostenían la suerte
Del amor silencioso.
Le menguan la manera
De mostrar la maravilla
De memorar mensajes
Magnos, melodiosos,
Mudos milagros
De todo lo morado.
Con corrosiva coerción
Carcomen certidumbres
Copiosamente conservadas,
Trocando en construcciones
Crujientes, caóticas,
Lo que antes fuera
Calmo candor.
Y así nos arrastran,
En lúgrubes arpegios
Por tenebrosas dudas
Que destruye las certezas
Que sostenían nuestra dicha.
Fantasmas de la duda,
La artera, infundada sospecha,
La evidencia no confirmada
Más que por la bruma
Que despiertan los espectros
De la incertidumbre
Hundiéndonos en la penumbra
De la angustia, la perplejidad y
La desilusión.

La pareja

Apenas el sol entibia,
Veredas que son lavadas
Por responsables encargados
De edificios de departamentos,
Llevo mis pasos
hacia algún lado,
(Siempre vamos,
tenemos donde llegar)
Juego con las baldosas,
Mientras piso sobre ellas,
Tratando de seguir
Una errática rayuela,
Sin cielo ni infierno,
Sin casillas numeradas.
Llego a esa esquina,
Donde necesariamente
Debo doblar mi vida.
Amplias vidrieras,
De una lujosa mueblería,
Me muestran, deslumbrantes
Juegos de dormitorio,
En los que cualquier descanso
Siempre será un sueño.
Prolijos baldosones negros,
Contrastan con la calidez
Que brinda la madera
De esas camas que se ofrecen,
Lujuriosas y abundantes
Desde los iluminados escaparates.
Son solo camas vacías,
De muestra, de vista,
Traedoras de clientes,
Que ofrecen una remota
Posibilidad de reposar en ellas,
O de disfrutar del amor
Sobre mullidos somier,
Cobertores y calidas sábanas.
En la entrada de ese mercado
De lechos ofrecidos,
Ablandando la dureza del piso,
Con cartones y diarios viejos,
Y abrigando del amanecido rocío
La piel pegada de cada uno al otro,
Una pareja abrazada dormita
En la intemperie del afuera
Ante la indiferencia de todos nosotros.
El reposa su mano sobre el moreno rostro,
Ella, sonríe, dulce, en sus sueños
Se adivinan las piernas
Entrecruzadas,
Debajo de escaso trapo
Que cubre sus cuerpos.
Por un solo instante
El todo contemplo.
Muchas camas vacías,
Prometiendo un sueño
Y una pareja que se ama
Durmiendo en el suelo.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La silla roja


Por fin esta tarde pude verla,
Su cabello negro, atado,
Negligentemente vestida
Con unos pantaloncitos cortos
y una remera de breteles amplios
Dejando al descubierto sus hombros,
Me quedé observándola quince minutos,
Que fue el tiempo en que ella estuvo,
Trabajando, aprovechando la brisa,
En su balcón, frente a mi ventana.
Sus manos volcaban con suavidad,
Pequeños chorros de agua,
Sobre la arcilla fresca,
Que tomaba forma con el trabajo
De sus dedos recorriéndola.
No alzó su rostro ni una sola vez,
Por ello me perdí, al menos por hoy,
Saber del color de sus ojos,
Y si su boca sonreía.
Toda ella se concentraba
En la figura que su imaginación creaba.
Yo estaba ausente. No existía,
Ni para ella, ni para nadie.
Jamás pudo saber que la observaba,
Y me sentí un intruso en su propia vida.
Avergonzándome de saber que todas
Estas noches en que lo nocturno,
Compartía mi tristeza, su ventana,
Frente a mi, e iluminada,
Me permitía ver solo el respaldo,
De la silla roja en la que se sentaba.
De allí que solo pude imaginarla,
Crearla de a retazos, en los momentos,
En que dejaba de buscar en el cielo,
El milagro que me iluminara,
(Vieja manía por las soluciones mágicas)
No se porque ya había adivinado,
Que de alfarera eran sus manos,
Tal vez porque las vi revolotear
Buscando en el aire formas
O por esas salpicaduras,
Que en el piso observaba,
O tal vez solo porque sentada,
En esa silla roja, de espaldas,
Pude nada mas imaginarme
Que desde allí creaba.
Ahora su bacón de postigos
Entreabiertos, ventanas cerradas,
Solo me muestra un esbozo
De su obra no acabada.
Me prohíbe la silla roja,
En que cada noche la observaba.
Pero se que está allí, esperándola,
En tanto yo me desvanezco
En la pesadumbre de mi nada.


sábado, 7 de febrero de 2009

En el subterraneo de la hora doce

La estación es San Martín,
Sobre Avenida Santa Fe,
Paquetas si las hay,
En el Micro centro porteño.
La gente habitual en esa hora,
Justo en el medio día de cualquier día.
Dos o tres minutos de espera
Y la formación se llega hasta donde espero.
Vagones reciclados de subtes viejos,
En algún momento importados
Con grandes aspavientos.
Apenas subo, ya lo veo.
Tres a lo sumo cuatro años.
Una remera vieja,
Gastada de tantos hermanos usados,
Un jean descolorido, bolsillos rotos,
Los pies solo calzando la mugre,
Vaya a saber uno en que lugares recogida.
Y en sus manos una pila de pequeños papelitos,
Que su vocecita repite sin que se escuche.
Lo veo e imagino, “he aquí mi próximo poema”
Pero no termino de hacerlo,
Cuando su escasa figura se pierde,
Sin juntar una moneda,
A repetir su letanía,
Ante otras indiferencias.
Es entonces cuando descubro,
Su verdadera esencia.
No es él, el tema del poema,
Somos nosotros, los sesenta,
Setenta, cien pasajeros,
Del subterráneo de la hora doce,
Junto a otros tantos encerrados,
En los nueve vagones bajo tierra.
Es esa mujer vieja de cabello coloreado,
Que lo apartó con una mano,
Para poder lograr un asiento.
Es esa jovencita, con un delfín,
Tatuado sobre su seno,
Que apartó sus piernas,
Para no sentir sus manos,
Cuando se agacho
a buscar algo en el suelo.
Y son todos ellos,
Los sesenta, setenta,
Cien mirando por ventana
El paisaje de ladrillos,
Que regala el subterráneo,
Para no mirar la mugre
Que calza sus tres o cuatro años,
Que enchufados en auriculares,
No escuchan su ruego,
Y, también que puta,
Es ese hombre viejo,
Vestido de saco gris
roja corbata,
Apoyado en la puerta,
Esperando que se abra,
Para huir del subterráneo,
Para tratar de no verlo,
Ese hombre que refleja
En el vidrio, que hace espejo
En la oscuridad del subterráneo
Y ve que su rostro, no es más,
Que mi propio rostro
Pensando un poema.



viernes, 6 de febrero de 2009

Amanecer

Cuatro y veinte de la mañana,
El departamento a oscuras,
El despertador que no llegó a sonar,
Y yo, ojos abiertos, revolviéndome en la cama.
Me visto a oscuras, a tientas,
Apenas si lavo mi rostro, cansado.
Caliento un café en el microondas.
(esta modernidad me mata)
abro las ventanas a la noche,
enciendo el monitor y un cigarrillo,
siento pasar los coches en la calle,
contemplo la negra noche ciudadana,
luces rojas de altísimas antenas
se recortan contra el nublado cielo,
alguna que otra ventana iluminada,
parece ponerle guirnaldas a los edificios.
Buenos Aires duerme.
Entra una fresca brisa por la ventana,
Acaricia mi brazo izquierdo,
primer caricia del día
Y se pierde llevando volutas de humo
Hacia el interior del departamento,
Que por supuesto, también duerme.
Repaso noticias de diarios, todas viejas,
Viejas del día de ayer,
Que poco o nada cambiarán
Con las que pueda leer hoy.
Caliento otro café y el quinto cigarrillo.
Acomodo papeles desparramados,
(Trabajo que nunca termino de hacer)
Vuelvo a contemplar el cielo
Mientras siento una nueva brisa
Rozando nuevamente mi brazo izquierdo.
Y aquí dejo vagar mis pensamientos.
La primer brisa tempranera,
Esa, que me rozo a primera hora,
Logró erizarme la piel,
Supo despertar agradables sensaciones.
Su roce alegro mi solitaria mañana.
Creo esperanzas de tener un día,
O porque no una vida entera,
Llena de caricias suaves,
De ilusiones compartidas,
De acompañarnos juntos.
Pero paso de largo
Dejándome solo
Con mi café y mis cigarrillos.
¿y esta nueva brisa?
La que rozó mi brazo izquierdo,
¿Será la misma brisa?
Por mas que ahora me envuelva,
Siendo ya casi las seis de la mañana,
Reiterada y constantemente,
Sin erizarme la piel,
Sin las mismas, agradables sensaciones.
¿podrá alegrar mi mañana?
Crear esperanzas,
Compartir ilusiones?
Por mas que se repita,
Se afane y se multiplique,
En demostrarme que es la misma brisa,
¿podrá ser aquella primer brisa?
O será solo una brisa distinta,
Diferente, desconocida
Que tendré que aprender a conocer,
Mientras se desarrolla el día?
Me alcanzará lo que resta del día,
(O tal vez de toda mi vida),
para poder llegar a conocerla,
como conocía esa otra brisa.
Seis y veinte de la mañana,
Siguen los rojizos cielos oscuros,
No hay miras de que amanezca.
Pero es hora de que me duche,
Afeite mi rostro de barbas viejas,
Me vista para recibir el día
(y trabajarlo, aunque no quiera)
y salga a la calle en este nuevo día.
Tal vez en ella coincidamos
El amanecer y yo….
Tal vez……

miércoles, 4 de febrero de 2009

Desazón


Mi ojos abiertos
Contemplan la penumbra,
Por la ventana se filtran
Las luces de la calle,
Acompañadas por los ruidos
Que de la nocturnidad despierta.
Intento conciliar el sueño,
Pero más puede mi desvelo.
Invento figuras espectrales,
En las sombras que sobre el techo
Se proyectan. Absurdas.
Mis manos a tientas
Buscan un cigarrillo,
La lumbre que lo enciende
Recorta tu figura,
Dormida a mi lado.
Se reflejan, por un instante
Nuestras figuras en el espejo.
Y el instante se acaba,
Y vuelven mis ojos abiertos,
A sus juegos de penumbra,
Que solo es de mi alma.
Ahora miran para adentro,
Hacia lo profundo de lo oscuro
Que guardo en mi pecho.
Reconozco en las sombras,
Nuestro lecho,
El recuadro del espejo,
Los otros muebles,
La negra boca apagada
De la inútil televisión.
Intento contar las vueltas,
Del ventilador de techo,
Que aunque gire lento
No me deja hacerlo.
Observo la fulgurante
Braza de mi cigarrillo
Que tiñe de rojizo
El cuarto donde me encuentro.
Siento caer la ceniza
Sobre mi solitario cuerpo,
Y allí me doy cuenta
De la ausencia, pesada
De tu presencia ausente.
Algún alcohólico trasnochado,
Desde la acera desahoga penas,
Y yo emprendo,
Mi milésima vuelta,
En este lecho yermo.
El sueño ausente,
Las horas que no pasan,
Los pensamientos
Que enloquecen
Rondando por mi ojos,
Siempre abiertos.
Sobre la cómoda adivino
Sombras de retratos,
Y en mi mente surgen
Dolorosos recuerdos.
Desazón.
Eso siente mi alma hoy.
Desazón,
Amarga,
Cruel,
Dura,
Implacable,
Que se proyecta,
Gira y se eleva
En las columnas del humo
Que el cigarrillo deja
Tan solo para que
Desazón vean
Ios ojos abiertos.

Ilustración: "Transición" Raúl Sabater

Adignidad

No se va a encontrar
En ningún diccionario
El significado de esta palabra.
Es mas. No se si lo tiene.
Solo puede ser vivida
Frente a quien la padece.
La calle puede ser cualquiera,
Tal vez una avenida
No tiene importancia.
Con paso que arrastra años
Dentro de un saco viejo,
Desteñido de orgullos
Y gastado de esperanzas
Se lo ve llegar.
Manchada, la corbata,
Desdibuja un pasado ya ido,
De empleado público
O pequeño comerciante,
Tampoco importa mucho.
Y debajo de todo eso,
Aparece lo que puede ser
Un jubilado,
O alguien con posibilidades,
Edad mediante, de serlo.
No hay sol que entibie
Su calvicie acariciada
Por la brisa mañanera,
Que nos iguala en la transeúnte,
Repetida cotidianeidad
De ser dos seres en el camino
De este desvarío, llamado vida.
Lo zarco de su mirada,
Se nubla más que el día
Cuando mirando sin querer ser visto
Balbucea desde el fondo
De su desazonada bronca:
“Cinco centavos, para desayunar”
Correcta definición elucubrada,
Por idiotas burócratas pasajeros
De un neologismo inencontrable
Pero que golpea la vergüenza
De decirse humano:
“Adignidad”.

Parte Policial

1934 = 2007

Acta numero setentiocho de 1934 En la Villa de San José de la Dormida, en el Departamento de Tulumba, ante yo, el encargado de la comisería de acá, San José Ob Peraltine, mas o menos a las ocho y veinte, póngale ocho y treinta, de hoy once de enero del año que corre o sea mil novecientos 34 se me acerca respetuosamente el número Sussavani, Agenor María y me expresa hablando verbalmente que mientras pegaba vueltas por la localidá, ejerciendo la autoridad que yo le delegué la vespasada para que justamente lo hiciera, vio que de la casa del vecino don GIAQUINTA, Valentín Ursulo, persona que tenía muchos años, y que vivía solitario, pues su mujer había procedido a fallecerse oportunamente y sus tres hijos están en San Fernando del Valle de Catamarca, donde son creo que piones, salía una baranda terrible, por lo que procedió, tras olfatiar varias veces, a notificarme verbalmente y ahora que lo escribí, por escrito.
Nos acercamos con precaución a la calle Don Marcos Juárez sin número, que la chapa está toda herrumbrada y tanteando con la mano la puerta, apreciamos los dos que al no estar cerrada con llave estaba abierta y que al abrirse la citada baranda se agrandaba hasta ser totalmente gedionda, que hasta daban arcadas. Al avanzar en el adentramiento vimos que el perro de la casa, que estaba atado, era el que lanzaba fuera de si la gediondes, por lo que procedimos a desconstituirnos rapidamente y le pedimos a la vecina doña Margarita Rita Allirebi, viuda de su esposo que había muerto hace como dos semanas, unos trapos y una botella de labandina que nos facilitó a título de colaboración y a cambio que la dejásemos entrar a mirar, a lo que procedimos a acceder.
Con los trapos y la labandina, agarramos al perro muerto y, mediante la introducción repetida de una pala en la tierra del jardincito de adelante, hicimos un pozo donde procedimos a enterrar al causante, con lo que disminuyó el olor. El cadaver del perro estaba sano del lado de afuera, o sea que no tenía balazos ni nada, por lo que entendemos que falleció muerto de hambre y de ganas de tomar agua, el pobre.
Tras realizada esa operación piadosa nos introdujimos otra vuelta en lo de don Valentín para indagar las causas del óbito del perro y vimos, santiguándonos, que en el lado superior de la cama grande donde, presuntamente dormía, ya que era la única que había, se encontraba el citado don Valentín, totalmente inmóvil, en grado de cadáver, por lo que, tras rezar un Ave María, me retiré para avisarle al Juez por teléfono, ya que aquí no hay, tarea que delegué en el número Ramírez, Introducido Juan, que para eso sirve mucho y me volví, para custodiar el teatro de los hechos o sea la escena del tránsito a la otra vida, no sea que lo haigan matado en forma de delito.
Lo único que Don Valentín (que en paz descanse) tenía puesto era un calzoncillo de los de antes, de tela común. Y como estaba boca arriba no tenía heridas de arma blanca ni de otro color, como ser balazos o golpes con un fierro o con un palo. Previa mirada para ver si no había rastros o otras porquerías, uno nunca sabe, el funcionario que firma cuanto termine de escribir, no antes, se introdujo lateralmente de costado debajo de la cama con una linterna de la Repartición para ver si no habia sido acuchillado desde abajo hacia arriba, pero el colchón, medio viejo, eso sí, estaba sin roturas que se apreciaran a ojo de buey cubero. O sea que parece que habería sucedido la cosa de muerte morida y no de muerte matada, pero eso lo tendrán que decir los oforenses.
Para ver si venían de la ciudad alguno, nos constituimos, sacando dos sillas de totora, en la vedera de la casa, a la que se habían arrimado unos cuantos vecinos, que trajeron mate y hasta un porrón, pero esta autoridad y el número no tomaron nada por estar en horas de servicio, que está prohibido.
En eso, pasó en su charré el doctor Raul Méndez Olacir, que si bien no es oforense, fue parado por mi, que le rogó que si queria agarrar y tocar al cadáver del finado, a lo que con la gentileza que siempre tiene, y mas cerca de las elecciones, dijo que sí, y procedió a entrar y se puso unos guantes transparentes que sacó de su maletín, que es muy fino, de lindo cuero labrado.

El Doctor Raul miró al finado desde varios lados (arriba, costado de un lado, costado del otro lado, le movió la pierna izquierda un poquito, nomas, se sacó el guante derecho de la citada mano y le puso la palma en la frente del crepado, y dijo, dijo, dice que debería estar muerto desde hace como seis horas, pues ya tenía una enfermedad que solamente ataca a los muertos y que se llama rigor muertis y que procede a endurecerlos como almidonados. Al contarle al Doctor lo del perro hediondo nos dijo que lo mas seguro era que al muerto le hubiera dado un ataque de algo jodido que lo dejó paralítico y que eso provocó la muerte del perro por falta de alimento para comer y que luego le tocó el turno para fallecer a don Valentín, con lo que siendo la hora trece y veinte y no apareciendo nadie desde Tulumba, procedí a dejar al número en calidad de consigna inmovil y me retiré a mi domicilio para alimentarme yo, y prometer enviar a mi hija Antonia con algo de asado de chivito para el número, de lo que dejo constancia y firmo.

San José Ob Peraltine
Encargado de acá de la Comisería de San José de la Dormida

llueve

Llueve
Llueve en esta tarde,
Y yo solo me pregunto
Como fue que te perdí,
Porque fue que no te encontré,
Donde fue que te dejé partir.
Llueve,
Llueve en esta tarde,
Y solo adelanta el minutero
Un tiempo ya perdido
Que nunca podrá volver.
Llueve,
Llueve en esta tarde,
Solo gotas de tristeza
Sobre mi corazón solitario,
Que añora tu presencia a mi lado
Como esa tarde del adios.
Llueve,
Llueve en esta tarde,
Y tu cálido recuerdo,
Mujer niña, amada mía
Acompaña mi congoja
Tristeza y remembranza
Por no volverte a ver.
Llueve,
Llueve en esta tarde,

Petalo

Cual si tus pestañas
Suaves se posaran,
Ocultando el iris
Perfecto de tu mirada,
Para recostarse quietas
En tu trémulo interior,
Así fue cayendo
Aquel primer pétalo,
De la rosa que guardaba
El perfume de tu piel.
Fueron tus suaves manos
Las que aterciopelaron su tallo
Y lo depositaron justo
En el centro floral
De nuestro encuentro.
Fueron ellas, tus manos
Las que aromaron
Los días de vida
Que la rosa tuvo
En nuestro cuarto.
Esa caída plañidera
Del primer pétalo,
Nos señala el momento
De renovar su presencia
Con una rosa nueva
Que nos recuerde
La promesa
Nunca pronunciada
De revivir cada día
Nuestro vigente encuentro.

De todos modos

De todos modos,
Y de cualquier manera
El esperado camino
Este era.
Lucir por unos días bella
Para finalmente yacer,
Fría y marchita
Sobre el cristal de la mesa.
Destino de flor, de pétalo
De tránsito ligero
Por la vida.
Que sin embargo supo,
En su fugaz momento,
Dejarnos el encanto
De su vívida presencia.
Casi un logro sería
Si tan solo en eso
Nuestras breves vidas
A ellas se parecieran.

Pregunto

Esa brisa
Que recorre mi espalda,
¿la trae el sur?
Ese beso
Que todavía no nos dimos,
¿lo trae el sur?
Esa caricia
En la mano, aún retenida,
¿la trae el sur?
Ese encuentro,
Postergado todavía,
¿lo trae el sur?
Ese futuro,
Que aun desconocemos,
¿lo traerá el sur?

Chimenea

Lejos,
Casi en el infinito fin
De una calle larga,
Entre filas de edificios viejos,
Que se derrumban,
En la bruma contaminante
Del smog. Porteño,
Asoma como un dedo,
Un apagado faro urbano,
La vieja estructura
De una obsoleta chimenea.
Su boca ya no enturbia,
El aun hoy mas turbio
Cielo de Buenos Aires.
No los veo, por la distancia,
Pero quienes hoy transitan
Por su base, son peatones,
Desocupados, buscas,
O simplemente apurados
Transeúntes de la nada.
Los obreros y peones,
Los trabajadores laburantes
Que ayer humear la hacían
Desaparecieron junto al último
Espiral de su negro humo.
Y solo quedó el vacío hueco
De su triste figura,
Que se recorta nostalgiosa
Allí, al final, de esa calle larga.

A dos voces

Quisiera velar de tu cansancio,
que eu tenho,
sentarme junto a ti y ver
uma razão precisa,
por la que algunas veces
Nós também ferimos,
Sin que nuestro corazón lo quiera,
Pois todos nós erramos,
Buscando aquello que deseamos.
Dê de você mesmo o quanto puder!,
Me dices y tus palabras
serão as boas coisas,
que guardo en mi corazón.
voce sempre me deixou uma boa imagen,
y sigo viendo tus ojos mirarme
por um longo tempo,
nuestros cuerpos juntos y oirte decir:
“Sou feliz comigo e com minha vida!”
Quisiera velar tu cansancio, y decir
só fiz boas coisas na vida,
y volver a estar junto a ti
com o coração aberto, meu querida,
para recordarte siempre
com um grande beijo e dulce beso....

Techista

Curtido hombre de soles
Soportados sobre su cabeza,
Raídos pantalones grises,
Camisa que algún día fue blanca,
Rojo pulóver para abrigar el frío,
Canas que apenas cubren
Las sienes que rodean esa calva
Que denuncia el paso de los años,
Y con ellos a cuesta, siempre allá arriba,
Sobre techos siempre ajenos,
Cubriendo, con sus manos duras,
Las aberturas que en ajenos techos,
Dejan pasar vientos fríos,
Como los que su alma recorren.
Chapa, cinc, fibrocemento, loza,
Para él siempre es lo mismo,
Simple techista ciudadano,
Ajeno a todas las intimidades.
Hombre de “afuera”,
De cuando “lo necesito”,
De nunca sentarse en nuestra mesa.
Simple techista, solucionador de cosas,
De las de afuera, de las de allá,
Que en su corazón guarda, a la intemperie,
El deseo de una sonrisa, de una mano
Que le abrigue la esperanza descubierta,
Desnuda, solitaria, esperanzada,
De que algún día alguien, semejándolo,
Le ponga un techo a su errante
Vagabundeo, de curtido hombre
De soledades ajenas… y propias.

Aires marinos

Dijiste que extrañabas
El aire lejano de calmo mar.
Por satisfacer tus deseos,
Madrugué mañanas,
Adormecí atardeceres
Estrellé noches,
Con mis ojos
Del mar prendidos.
Deseoso de guardar,
Para ti todo el aire marino
Que menguara
Tus extrañezas de espumas,
Y de marinas sales,
Mis pulmones se expandieron,
Reservando en ellos,
El algado perfume,
El salobre aroma,
Que el mar me dejó
Aspirar de él.
Tesoro extraño,
Guardado en aún,
Mas extraño cántaro,
Que conservé intacto
Hasta que mis labios
En los tuyos,
Esa noche,
Se descansaron,
Y allí, suavemente,
Te cedí entero,
El aire marino de mi pecho
Para ti guardado,
Y de ti, en dulce canje,
Me llevé el roce suave,
De tu piel
En la mía engarzada,
Sobre las ondulantes dunas
Del ese lecho, en donde,
Los cuerpos juntos,
Se reconocieron,
Playa y mar,
Envueltos tenuemente
En aires marinos.

En que me inspiro?

A ver…,
Estoy en una oficina,
Seis metros cuadrados
De paredes blancas,
Dos armarios
que juntan papeles,
el cotorreo de las voces,
que desde la otra oficina llega,
hablando intrascendencias,
mientras se les pasa la vida.
Una puerta semiabierta,
Y a mis espaldas,
Cortinas que me tapan
La realidad que transcurre.
Abro los ojos y veo
Escritorios, computadoras,
Gente que pasa
Buscando soluciones,
Y encontrando burócratas,
El aire acondicionado
Seca mis ojos enrojeciendo
Pupilas que se nublan.
Horas que transcurren sin sentido
Porque el sentido esta en otro lado.
Pienso en tu cuerpo,
Acurrucado sobre el lecho,
En mis deseos siempre deseosos de
De tu amor y tu tibieza,
En sonrisas
Y palabras incomprensibles
De pequeños seres que nos habitan,
En charlas inconclusas
De nuestras horas apuradas
Por el cansancio y los recuerdos,
Y en las ganas que tengo
De tirarme junto a un río,
Sabiéndote cerca,
Y entonces un idiota,
Se asoma por la puerta,
Y simplemente me pregunta
En que me inspiro.
Y yo me pregunto
¿en donde vive?

Hoy estoy

Si, hoy estoy…
Con mi dolor de esófago lacerante,
Volcán interno, que me quema y arde,
Con mis revueltos intestinos,
Urgiéndome a retenerlos,
Si, hoy estoy
Como tantas otras veces,
Semi omnibilado por la resaca
De un mal vino con el que cené,
Mendrugos de soledades compartidas.
Si, hoy estoy
Con la piel sobre mis huesos titubeantes,
Con mis carnes ganando flacidez,
Con mi abdomen cada vez mas prominente
Y con la memoria frágil por el tiempo.
Si, hoy estoy
En esa misma trinchera que años ha,
Con esas mismas ganas de antaño,
Con el mismo impulso de antes,
Con las mismas broncas acumuladas,
Si, hoy estoy
Pero también están los mismos idiotas,
Los mismos infelices detrás de los escritorios,
Los idénticos ciegos mentales de siempre,
Los retardatarios de todo lo posible,
Si, hoy estoy
Y están ellos, impasibles e imperturbables,
Y la misma lucha de todos los días
Desde hace miles de años, ellos y yo…
Y todos los yo que hoy estamos
Si, hoy estoy
Y aunque acaben de saludarme
Como si no estuviera y nunca hubiera estado
Ellos saben que hoy estoy,
Y mañana, y pasado y traspasado
Porque hoy estoy
Viejo, cansado, aburrido, desganado,
Pero con ese fuego que me quema el esófago
Y con mis mismos intestinos revueltos,
Con los que un día simplemente les diré
Hoy estoy.

Valor Agregado

Doce y media de la noche.
Acompañado por bostezos de modorra,
Que nacieron de una mala película americana,
Regalada por la televisión,
Salgo en busca de mi vicio
En la nocturnidad de un sucio
Buenos Aires gris.
Calles oscuras, aburridas,
Solo habitadas por alcohólicos
Adolescentes esquineros,
Que ven pasar las estrellas
Tras el vidrio de una botella de cerveza.
Un bodegón se despide y tras sus puertas,
Deja guardado el tufo de sus comidas baratas,
Cerrando sus persianas en un nocturnal bostezo.
La avenida es un interminable
Laberinto de soledad y mugre,
Que el viento agita poniendo vida,
En la ausencia de un asfalto gastado.
Cinco cuadras camino solo,
Sin encontrar siquiera un kiosco
Que me permita comprar el humo
Para el roncar de mis pulmones.
Y es allí donde lo veo.
Viejo, aún con su media vida a cuestas,
Sentado en el cordón de la vereda,
Las dos ruedas del parado carro,
Descansando bajo la luz de una farola,
Sus gastados zapatos pisando adoquines,
Que son siempre indiferentes, a él y a cualquiera.
Toda la pobreza, todo el abandono, la indiferencia
De la ciudad nocturna, se juntan en ese cuerpo
Empujado a juntar cartones vaya uno a saber
Porque oficio perdido por la desocupación.
La bruma desola aún mas, su diaria soledad de ausencias,
Y sin embargo y no obstante,
Aún estando en ese pozo de abandono,
Sus agrietadas manos de mendicante
Sostienen un libro de Neruda,
Único valor agregado a su existencia
De hombre, de igual… de olvidado.

Duda

A ver como te resuelves,
Duda.
A ver como te zafas,
Duda
De este embrollo en que has caido
Duda.
Que es lo que mas te vale,
Duda.
El que cada día sigas comiendo,
Duda
O que cada noche bien duermas,
Duda.
¿conciencia tranquila o panza llena?
Duda.







Ilustración: "La Duda" - Luis Medina

Presente personalizado

Conociendo tu recuerdo,
Recordando un ideal,
Idealizando lo que se,
Sabiendo tu sentir,
Sintiendo tu encuentro,
Encontrando al navegar
Navegando un sueño,
Soñando tu yesca,
Yesca que me quema....
conociendote

martes, 3 de febrero de 2009

Tu Piel

Despertar, y sentirla,
Después de tanto tiempo,
Junto a mi, inalterable.
Sentir su roce en mis manos.
Su frescor de años,
Acompañándome.
Sentir que desde aquella
Tímida, primera vez,
Ella sigue acompañándome.
Desde ese inaugural beso
Que siguió al tardío abrazo
Sobre nuestro primer lecho.
Y luego los días, semanas,
Meses y años juntos,
Inseparables, aún en distancias,
Largas, interminables,
O breves, pero profundas,
Que el destino nos puso
Pero que no pudieron nunca
Separar de mis manos,
Borrar de mis labios
El suave dulce perfume
De tu piel.

Cuando llueve

Cuando llueve,
Como en esta tarde,
Odio esta rutina,
Aburrida y triste,
De días de oficina.
Quisiera que mi cuerpo,
Cuando llueve,
Se permita el goce
De tenderse a tu lado
Y de tu piel, sentir el roce.
Quisiera que mis manos,
Tiernas caminantes,
Cuando llueve,
Recorran tu geografía,
Dejando una marca leve.
Aburrido y nostálgico,
Extrañando tu acompañarme,
Cada noche en el lecho,
Respirando tus respiros,
Cuando llueve,
Volver a eso, solo quiero
Y en cambio, sin nada de ello,
Tecleo frases repetidas,
Con el pensamiento leve,
Del ardor de tu cuerpo,
Cuando llueve.
Ilustración: "Cuando llueve y hace luna"- Jesús Coyto






Purria Minga

Relojeandose en el espejo
Bajo sobre la frente el ala
Del funyi negro, lustroso.
Estirando los garfios
Emprolijó su bigotin,
Se ajustó el lengue al gañote
Y salió parco del convento
Para laburar algun cachilo
De los tantos que la yiran
Al bardo, por la peatonal.
Queriendo mudar de leche
Después de un quinteto
En la leonera,
Debía pasar a ligador
A costa de un longiprieto
Brazuca o gringo en lo posible
Que le dejara unos verdes
Pa` morfar en la semana
Y escabiarse algún totin
Que le endulzara el garguero.
Lo vió al gilun
Saliendo de la Richmond,
Abacanado, timbos blancos,
Biyuyera gruesa.
Acelerado el bobo,
Y frío el bocho,
Se le fue de boca
Pa´ arrebatarle el toco.
Lo aparcó frente al kiosco
Y con mucha seda
En el culandrin
Le metió los garfios
Con talento.
Pero al coso
al sentir tacto
Rozándole las nalgas,
Le salió el bufa de adentro
Y sonriéndole le dijo:
“Ay… papito”
Abonbao el “Pua” Elpidio
Sacó rápido los dedos,
Dejando al trabuco
Con la biyuya encima.
Purria minga que a los cincuenta
Iba a lastrar carne de chancho.

Nacimiento y Muerte

Si… lo tengo decidido… llevo mucho tiempo ya pensándolo….
Tiene que ser un acto simultaneo… solo así puede tener sentido…
La perdurabilidad de las letras, buenas o malas, solo pueden demostrar lo intrascendente de lo corporal… así, cuando ya no sea nada, ni cuerpo, ni alma, ni pensamiento, ni espíritu, ni recuerdo…. Seguiré siendo letras… el sueño de vida….
Pero el acto debe ser uno solo: parto, nacimiento; partida y muerte….
Solo me preocupa eso…. Sincronizar los movimientos… ya lo he ensayado infinita cantidad de veces: el índice izquierdo apretando el ENTER…. El derecho… el gatillo…
No será poesía, ni prosa, ni epístola, solo un nacimiento virginal e impoluto, alejado de la última mancha que deje voluntariamente sobre la tierra, sobre el teclado y tal vez el monitor….
He leído muchas despedidas que encerraron muchos regresos…. Este no será más que un regreso, sin despedidas, a lo insondable de la naturaleza… al origen del origen… el polvo….
Y será un amanecer, el último, de letras nacidas de un teclado que prolonga mis dedos….
Y ahora que lo pienso mejor, será también un enigma para quienes descubran la PC encendida, con un cartelito titilando: SU OBRA HA SIDO PUBLICADA junto a mi cabeza yacente en la sangre derramada….
Cual obra? ¿La del nacimiento? ¿La de la muerte?
Que busque la respuesta quien me encuentre….
Mi cerebro ordena: ¡¡¡ índice izquierdo: aprieta ENTER !!!!! ¡¡¡ Jala del gatillo, índice derecho!!!!....
¡YA!

Cuatro elementos

Llegaron con un mensaje:
Que no pierda el Norte.
No descifre su significado.
Solo me quedó la brújula
Para orientarme en la vida,
La lupa, para agrandar
Los sentimientos brindados,
Para mis relaciones, el termómetro,
Que mide el calor de los afectos,
Y la pequeña regla,
Supongo, para tomar medidas.
Cuatro elementos simples
En un pequeño objeto,
Que descansa en mi escritorio
Antes que lo borre el tiempo

Ese no decir

Travieso juego
el de tus cabellos,
que se alzan,
majestuosos
para caer,
desenfrenados,
sobre un costado
de tu rostro
de niña,
y escapan,
ocultandote,
celosos,
cuando tras de ti
la puerta cierras,
y te llevas la sonrisa,
que complice
                                                   me oculta,
por instantes,
tu presencia
dejando ante mis ojos
el reflejo,
de los ojos del sol
y la frescura alba
de tu boca,
semiabierta
en ese no decir
lo que oir
quisiera.

Una palabra

Una palabra
basta
para quebrar
un mundo
callado
que te habita,
y sin embargo
ella
necesita
que tu silencio
escuche
lo que dice
esa palabra
tan solo una:
amistad

Vida para Lelos I

III
Los vecinos del barrio “303 viviendas” nunca supieron bien que era lo que ocurría en ese departamento del segundo piso.
El complejo habitacional constaba de tres pisos y de seis departamentos por piso, dieciséis monoblocks de dieciocho departamentos mas uno de quince separados por una calle central que culmina en una rotonda, por lo que esa calle es la única de entrada y salida al complejo.
Juan Manuel, como todos, había logrado esa vivienda a principios del año pasado gracias a los planes del Instituto Provincial, los primeros meses estuvo allí con una mujer, nunca se supo si era su esposa o concubina, pero esto duró poco.
Unos meses después la mujer se fue y no volvió a aparecer por el complejo, a los pocos días, en el departamento de Juan Manuel comenzaron a vivir dos filipinos, que trabajaban en los buques pesqueros y una brasilera, morena y robusta, que según los mentideros de los vecinos, estaba trabajando en un cabaret de la zona portuaria.
Los filipinos permanecieron largo tiempo ausentes, seguramente el tiempo que duró la marea, es decir la temporada de pesca del langostino, generalmente unos seis o siete meses, y recién a fines de octubre, principios de noviembre volvieron a verse por el complejo.
Verse es un decir, porque salían ya bien entrada la noche y regresaban a altas horas de la mañana, generalmente alcoholizados.
La morena brasilera también salía de noche y solía regresar luego del alba, pero a diferencia de los filipinos, ella se mostraba de día también, hacía las compras en los negocios del barrio, siempre pidiendo productos en un portuñol bastante entendible y siempre tratando de encontrar vecinos que criaran gallinas que ella compraba vivas y que, sosteniéndolas de las patas introducía en el departamento del segundo piso.
A Juan Manuel no se le conocía oficio, de vez en cuando realizaba algunas changas, o al menos eso era lo que decía.-
Desde que los cuatro comenzaron a vivir allí, o mejor dicho, desde que la brasilera comenzó a vivir allí, porque los filipinos estuvieron una marea afuera, dejaron de encenderse las luces de la casa, al principio no se porque razón, pero luego porque le cortaron el servicio al departamento del segundo piso, la cuestión es que siempre se veían en las ventanas, por la noche, las danzantes luces y sombras de la iluminación de una vela.
Algunos vecinos al principio se quejaron por unos ruidos extraños, pero, por sobre todas las cosas, por el cacareo de las gallinas que cesaban abruptamente, siempre a las doce de la noche en punto.
Luego de esa hora la brasilera salía, toda vestida de blanco y no regresaba hasta el alba.
A su regreso, las escaleras que llevaban a los pisos altos del complejo, el segundo y el tercero, quedaban húmedos y con restos de algas marinas y conchillas de mejillones.
A partir de esa hora, el silencio reinaba en el departamento.-
Por el contrario de estos ruidos, Felipe Santillán continuó viviendo en la ruinosa soledad de su casilla en el basural, continuó juntando cacharros y chatarra todos los días, de enero a enero, casi hasta ayer mismo, y rebuscando sobras de comida que disputaba a los perros y a las ratas en medio de la basura, el vino barato del tetra brick le ayudaba a digerirla.
Sobre mediado de mayo comenzó a sentirse mal, con dolor de estómago y fuertes punzadas en el bajo vientre.
Alguien le dijo que seguramente estaba empachado y que fuera a ver a Flora Nahuelpan, la vieja que vivía justo frente a la entrada del cementerio, que tenía fama de ser buena curandera y que en más de una ocasión había sanado a los que la visitaban.-
Después de unos días, y medio a regañadientes, Felipe se acercó a la casa de la Flora, esta le dijo que estaba empachado y que lo iba a curar de “palabra” que si en unos días no mejoraba no tenía mas remedio que “tirarle el cuero” para sacarle de encima el bruto empacho que tenía, pero que durante esos días no tomara vino.-
Puede que Felipe creyera en los poderes de doña Flora, puede que no, eso no lo podemos saber, en lo que si no creyó es en que tenía que dejar el vino, por el contrario, mas tomaba menos le dolía el estomago y el bajo vientre o menos se daba cuenta él que le dolía, que para el caso es lo mismo.-
El sábado fue el último día que Felipe visitó a Flora, el empacho no cedía y la curandera no se atrevió, o no quiso, tirar del cuero viejo y no muy limpio de Felipe, el Viejo del basural y menos quiso, seguramente, por el olor a vino que perfumaba su aliento a esa temprana hora de la tarde.
El domingo, casi al anochecer, Felipe fue hasta lo del “Indio Marín” el chatarrero de Deseado, le vendió unos caños de plomo y unas cuantas latas de conserva, todas aplastadas y atadas con alambre, junto los pocos pesos que el Indio puso en su mano y enfiló sus pasos para la casilla del basural.
En el último boliche del pueblo, casi en el inicio del basural, compró unas cajas de vino, que fue bebiendo por el camino, saboreando cada trago como preludio del siguiente.-
Llegó a la casilla ya entrada la noche, justo esa noche que fue la mas fría del año, no se si se acuerdan, sacudió la caja de vino que tenía temblorosa en su mano, buscando arrancarle la última gota que por supuesto no apareció, y con bronca sacó la vieja silla desfondada y la apoyó junto a la puerta, del lado de afuera de su casilla.
Se sentó en ella, pese al frió, y mas que por la pesadez de su cuerpo, por la falta de control sobre el mismo que el alcohol le privaba de tener fue hundiendo su traste en el hueco de la sentadera hasta quedar con la cabeza casi apoyada en las rodillas.
Así se durmió.

IV
La mañana del lunes Randolfo Segura, el comisario de Deseado, se levantó mas temprano que de costumbre, puso la pava sobre la cocina para tomar unos mates, se lavó la cara y mientras se secaba con la toalla, miró por la puerta entre abierta de su dormitorio el cuerpo de su mujer durmiendo.
Era una mujer joven que todavía conservaba restos de la belleza de años atrás, pero a la que ya los kilos habían comenzado a acumularse en sus carnes haciéndola mas voluminosa, aunque no menos apetecible para sus deseos, “unos años mas y tendrá cuarenta…. Se va a poner como una vaca… como todas” pensó mientras tiraba la toalla sobre el lavamanos.
Tomó dos o tres mates mirando por la ventana la escarcha que cubría las calles y el parabrisa de la 4x4 que la repartición, la Policía Provincial le había dado, decidió que era conveniente arrancarla y que se calentara el motor mientras tomaba los mates finales.
Saliendo para arrancar la camioneta, encendió la radio y escucho a la Negra Sosa cantando junto a Charli García, “mezcla de mierda” pensó, volvió dejando la camioneta regulando para que se calentara el motor, lo recibió la voz del locutor diciendo la temperatura, diez grados bajo cero y puteando por el frío que tenía que tomar, se puso el grueso chaquetón de la policía cargado de las insignias que denunciaban su rango.
Mientras recorría las siete cuadras que separaban su casa de la Comisaría, se fumó un cigarrillo y encendió la radio policial, por ella se enteró de un código 412 en el Basural, muerte dudosa, y un código 115 en las “303 viviendas”, discusión familiar.
No supo por cual putear mas, el 412 implicaba papeleos, llamar al Juez, que viniera el forense, pedir una morguera al hospital, dejar una consigna en el lugar, que seguramente y con esta temperatura se cagaría de frío, pero el 115 era más complicado.-
Mandar una patrulla con dos o tres efectivos, averiguar lo que pasaba, seguramente una pelea entre un marido borracho y su mujer, o alguna infidelidad puesta al descubierto por un imprevisto arribo, tratar de calmar los ánimos, lograr que escucharan a los efectivos, en fin, hacer lo imposible para tratar de arreglar las cosas sin que tuviera que dejar constancia en papel alguno. Odiaba el papeleo.
Cuando llegó a la Comisaría decidió mandar al Oficial Principal Segundo Sepúlveda al 412 y encargarse el mismo del 115, para lo que mandó a llamar a dos agentes que estaban de guardia.
Segundo Sepúlveda se encontró con lo que ya esperaba, el cuerpo de un viejo, el Viejo del Basural, sentado en una desfondada silla, con el culo pegado al piso, la cabeza sobre las rodillas, congelado, para él pobre la muerte no fue mas que un frío e interminable abrazo que lo acompañaría para siempre.-
Sintonizó en el radio la frecuencia de la Comisaría, pasó las novedades, pidió un consigna y que se le avisara al Juez y al forense, ofreciendo quedarse allí hasta que llegara la comitiva.
El comisario Randolfo Segura llegó hasta las “303 viviendas” acompañado por los dos agentes, dos novatos recién ingresados a la policía, estacionó la 4x4 frente a la entrada del departamento donde habían denunciado los disturbios, dejó que bajaran los agentes y luego bajó del vehículo.-
No habían dado ni tres pasos cuando se abrió la ventana del departamento del segundo piso, y asomándose por ella Juan Manuel arrojó un pequeño cuerpo al vacío.-
La sorpresa ganó a la comitiva policial, por el tamaño no podía ser un muñeco, pero tampoco podían creer que se tratara de una criatura, pasado el primer momento y repuesto el funcionario, ordenó a uno de los agentes que fuera a ver que había caído y con un seco “sígame” le indicó al restante que lo acompañara.-
Ambos subieron las escaleras corriendo y casi sin detenerse empujaron la puerta del departamento del segundo piso.
En un ambiente totalmente despojados de muebles, se encontraron con Juan Manuel, los dos filipinos y la brasilera tomados de las manos, danzando en un circulo macabro alrededor de una alfombra de plumas de gallinas, algunas cabeza de los picudos animales semipodridas, manchas de sangre y en el centro el bracito disecado de lo que alguna vez fue un bebe de alrededor de un año.-


Vida para Lelos

Todo comenzó por el mes de diciembre, más exactamente el 24, una media hora antes de las doce.
A esa hora, los cuatro, con Juan Manuel a la cabeza, saltaron la tapia del viejo cementerio y comenzaron a caminar por esas calles rodeadas de tumbas.
El cementerio, como en casi todos los pueblos del interior, en un principio estuvo en las afueras del pueblo, pero Deseado después fue creciendo, y ese crecimiento fue envolviendo los alrededores del domicilio final y rodeándolo de casas.-
Casas de planes sociales, que es lo mismo que decir viviendas humildes, de dos habitaciones, baño y cocina comedor, con techo a dos aguas, de chapa, pintados de verde, un pequeño jardín adelante y un patio en la parte posterior.
Pero el barrio, Cementerio tenía que ser por fuerza, estaba casi despoblado en la víspera de la Noche Buena, y si alguien había en alguna casa, estaba mas preocupado por el bullicio de las fiestas navideñas que por lo que podía estar sucediendo en el Cementerio.
Con la tranquilidad de saber esto, Juan Manuel y sus acompañantes, caminaban tranquilamente entre las tumbas olvidadas de la parte vieja del camposanto.
Se dirigían hacia el sector nuevo, en el que, por lo general, las tumbas solo son montículos de tierra recién removidos y guardan cuerpos frescos, casi conteniendo un último calor, brindado mas por el doliente cariño de los deudos que los despidieron que por el propio calor humano que la muerte arrebató.-
El contraste entre las dos partes del cementerio es notable, pero esta percepción se va perdiendo a medida que se avanza desde la parte vieja a la nueva.-
Los huesos de los primeros pobladores descansa en la parte mas vieja, en lo que fue el primitivo cementerio, allí hay tumbas olvidadas, seguramente porque ya las familias se extinguieron, junto a asombrosas bóvedas que reflejan el poder adquisitivo de las familias que las poseen, el gusto, (si es que así se le puede decir) de la época, y obviamente, la supervivencia de algún familiar que todavía se ocupa por mantener lozano al menos el nombre de los difuntos, no ya sus cuerpos que a esta altura solo serán polvo en el polvo.
Luego, y siguiendo de este a oeste, sigue el sector intermedio, de las generaciones que siguieron a los pioneros, a los primeros pobladores del territorio y, por lógica, también del cementerio.-
Acá escasean las bóvedas, solo una que otra, de gustos mas modestos, y abundan las construcciones mortuorias bajas, una losa, una cruz, muy escasamente una estrella de David, y en la mayoría de los casos, solo un borde de marmolina que encierra un yuyo siempre verde, tipo uña de gato, coronando el centro de esa morada con un florero u algo semejante para recibir las ofrendas florales que, por lo menos una vez al año, algún alma piadosa deposita en ellas.
Finalmente, ya casi sobre la pared del oeste, y dando al Barrio Cementerio, están las tumbas mas recientes, las de los que resultan últimos habitantes de esa tierra de piedad.
Justamente en este sector esta Juan Manuel y sus tres acompañantes, llegar allí les había levado, desde el tapial que saltaron, aproximadamente unos cinco minutos, y esto no es porque caminaran lento, sino porque un pueblo de siete mil habitantes, como es Deseado, difícilmente pueda tener un cementerio demasiado grande, donde los vivos son pocos difícilmente puedan ser muchos los muertos.-
La cuestión es que, faltando mas o menos quince minutos para la Nochebuena, los cuatro se pusieron a cavar en una tumba pequeña, apenas cerrada esa tarde noche misma.
Cada tanto Juan Manual echaba un vistazo a su reloj, controlando que el avance de la excavación coincidiera con el avance de las manecillas fluorecentes que giraban en su muñeca izquierda.
Cuando apenas cinco minutos restaban para que sonaran las doce campanadas en la iglesia del pueblo, se asomo, en la negritud de la noche, la blanca madera que indicaba que los esfuerzos de los escavadores habían logrado la primera parte de su objetivo: llegar hasta el pequeño ataúd que esa tarde había recibido sepultura.
Juan Manuel apresuró a sus acompañantes, necesariamente a las doce en punto de la noche, y mientras oían el repicar de la Nochebuena, debía ser extraído de las fauces de la tierra el pequeño cuerpo que se hallaba allí sepultado.
Habiendo enganchado en las asas del cajón mortuorio cuatro sogas, con la primer campanada comenzaron a alzar el objeto buscado, y antes de dar la última, ya las cuatro personas deshacían su camino hacia el lado este, llevando, entre los cuatro la pequeña caja de madera con los restos del niño recién muerto.

II
Felipe Santillán, arrastrando sus setenta y pico de años y varios litros de mal vino, llegó hasta su casilla, ubicada en el extremo mas alejado del Pueblo, cerca de la medianoche.
Sacó del interior de la casilla una destartalada silla de caño, la apoyó sobre la pared de chapa y se sentó en ella, pese a que la sentadera de la silla hacía tiempo había desaparecido.
Apoyó sobre el piso el cartón de vino que aún no había bebido, y aprovechando la extraña calidez de esos días de diciembre, se puso a contemplar el estrellado cielo que cubría Deseado.-
La limpidez del firmamento le trajo recuerdos de la isla de Castro, allá en Chile, que había dejado hace mas de cincuenta años, cuando cruzó de Ancud a Puerto Montt y desde allí emprendió el camino hacia Sarmiento primero, ya en la Argentina, luego a Comodoro Rivadavia hasta finalmente recalar en Deseado.
Y los recuerdos llegaron no por el cielo diáfano, sino simplemente, como ocurre siempre con los recuerdos, estos se presentan ante la simple evocación de algún acontecimiento que nos ha estremecido.
Y lo que ahora Felipe estaba evocando, eran esas noches de su infancia, en el fundo donde trabajaban sus padres, que solía pasar tirado bajo los manzanos, mirando simplemente el cielo, generalmente nublado, tratando de encontrar entre los nubarrones, figuras conocidas, que pudiera asociar a las cosas que el conocía.
Eso siempre y cuando la luna le permitiera, con sus destellos plateados, distinguir las nubes de lo oscuro del cielo, cosa que no era común que ocurriera.
Sus primeros años transcurrieron en el campo, cuidando la tierra y los árboles en invierno, cosechando manzanas en verano, fabricando sidra en otoño.-
Así fue hasta que tuvo más o menos dieciocho años, para esa fecha, por una nadería se enojó con su padre y decidió marchar a la Argentina.
Aquí trabajó siempre como peón de campo, en esas estancias interminables que debía recorrer buscando alambrados caídos o animales perdidos.
Al Deseado llegó con una comparsa cuando ya tenía veinte años, trabajó en la esquila de esa temporada, y le pidieron que se quedara en los campos de “La Fructuosa” hasta después de la señalada.
Cuando pasó esta, ya marcadas las ovejas y convenientemente convertidos en capones los corderos, medio que se aquerenció con el lugar y buscó la forma de quedarse en esa estancia.
Allí fue peón de campo, encargado de la huerta, medio hizo de capataz, fue puestero y hasta en mas de una ocasión ofició de casero de las casa grandes, donde dormían los patrones.
Pero ya después de los sesenta años, sus huesos se cansaron de los fríos invernales y sus ojos, harto castigados por el viento, se negaron a ver más allá del alcance de sus manos.
Al mismo tiempo, la desertificación de la patagonia alcanzó a “La Fructuosa” y esta se fue quedando sin animales y sin animales ¿para que tener peones?
Así fue que recayó en Deseado, viejo, con la vista cansada, sin un céntimo guardado, acostumbrado a la soledad del campo, se armó la casilla casi en los límites del pueblo, cerca del basural.
Desarmó unos viejos tambores de doscientos litros que encontró tirados en el basural, los aplanó a fuerza de combos, fue rejuntando tirantes de unas cuantas obras, con ellos armó una estructura simple, el esqueleto de una pieza de dos por cuatro, los cubrió con la chapa de los tambores, metió papel entre la chapa y los tirantes y los fue cerrando por dentro con cartones o con pedazos de terciada o chapa que encontraba por allí.-
Esa fue su vivienda desde entonces y el basural su fuente de provisiones, comida siempre encontraba, mas algunos papeles, botellas y hierros que le servían para ganarse unos pesos serían suficientes como para ir tirando todos los años que le restaran de vida.
Los efectos de las uvas maceradas almacenadas en el tetra brick, le fueron haciendo efecto lentamente, y cuando comenzaron a sonar las doce campanadas de la nochebuena de diciembre pasado, ya el sueño lo había ganado a Felipe.
Para él la Navidad no sería más que otro dolor de cabeza y seguramente una descompostura.-

Buenos Aires

Una Flecha,
Eso es.
Una Flecha
Que apunta al río,
Como queriendo irse.
O brazos abiertos
Que invitan
A acurrucarse
En el corazón
Mismo de ella.
Eso es Buenos aires,
Con sus dos diagonales
Pte. Roca, al Sur
Julio A.
Sáenz Peña, al Norte
Una flecha
Que escapa.
Brazos
Que cobijan.
Y además,
Y alrededor,
Calles empedradas,
Casas viejas,
Y luego
El moderno mundo
De Puerto Madero,
Y los barrios,
Los cien
De Alberto Castillo,
Bien porteños
Y poblados
De provincianos,
Y de gringos,
Y hermanos
Latinoamericanos,
Camino
A la General Paz,
Al interior,
A la Argentina,
A veces, propia,
A veces, ajena,
A veces yéndose,
Por esa flecha.
A veces llegando,
Al corazón,
Por esos brazos,
Abiertos
De Buenos Aires.