martes, 3 de febrero de 2009

Marca de Fábrica II

La casa, si así puede llamarse, no era mas que dos rectángulos de tres por cuatros, formando una ele, paredes de chapa clavadas como se pudo sobre bastidores de madera y por dentro forrada con cartón, una sola puerta de entrada que en lugar de dar hacia la calle daba a los fondos, un ventanuco de veinte por veinte, sin vidrios, el piso era de tierra que con los años se fue apisonando y endureciendo.-
El brazo largo de la ele tenía techo a dos aguas, también de chapa, el corto, con una sola caída, permitía que las lluvias y las nevadas del invierno chorrearan el aguas hacia la calle, dejando a la casa rodeada de un barroso lago que la aislaba aun mas de sus vecinos.-
Desde el principio nomás, es decir, desde que Susana, marca de fábrica “del Carmen” comenzó su berridos en la casa, esta se fue llenando de perros.
Perros de todo tipo, raza y tamaño, peludos, grandes, chicos, monocolores, multicolores, orejones, rabones, sanos, rengos, sarnosos, pero todos con dos características que los igualaban: pulguientos y famélicos.
Fueron apareciendo de a uno, primero fue uno chiquito, blanco y negro, “Milonga” de raza indefinida que, cuando Lidia del Carmen salía a pedir comida a sus vecinos, se quedaba bajo el ventanuco con las orejas paradas, como escuchando si dentro de la casa, a Susana, marca de fábrica “del Carmen” le pasaba algo, que lo único que podía pasarle por esos días era llorar si tenía hambre o estaba sucia.-
Luego se sumó otro, esta vez mas grande, casi mediano, color tostado, con algún antepasado de bóxer entre sus genes, pero muy antepasado, “Gurí”, este siempre acompañó en sus paseos mendicantes a Lidia del Carmen, era callejero, muy callejero.-
Los que se agregaron con el tiempo o bien dejaron de tener nombres o bien, por ser tantos, me los he ido olvidando.
Así fue creciendo Susana, marca de fábrica “del Carmen”, casi siempre encerrada en la casa, hablando solo con su madre o con los perros, asomando en ocasiones sus ojos celestes por el ventanuco y dejando que la brisa o el viento llevaran algún mechón de sus rubios cabellos contra las chapas de la casa.
En algún momento, tal vez cuando Susana, marca de fábrica “del Carmen”, vio por primera vez la luz de este mundo en que le tocó vivir, a Lidia del Carmen se le fue apagando parte de su luz interna, o tal vez, tantas noches de espera, de alcohol y de vender caricias y su cuerpo, le fueron matando la capacidad de discernir entre lo real y sus imaginarios mundos.-
Y así, poco a poco, solo fueron existiendo los perros y Susana, marca de fábrica “del Carmen”, a quien se empecinaba en cuidar de todo mal encerrándola en la casa, no dejándola salir ni para ir a la escuela, a la que en verdad nunca fue.-
No hubo reclamo de vecino ni consejo de cura que le hiciera cambiar de su postura, el único mundo seguro para Susana, marca de fábrica “del Carmen”, era el que habitaba dentro de la casucha, y esta idea se fue haciendo el único motivo de vida de Lidia del Carmen.-
Solo permitió, cuando la niña ya caminaba y andaba por los cuatro o cinco años, que la acompañara en sus diarios recorridos en busca de comida en los vertederos de los restaurantes o en los tachos de basura de sus vecinos, ya que la caridad de estos había menguado drásticamente ante las frecuentes insistencias de Lidia del Carmen en requerirles alimentos.
Cuando Susana, marca de fábrica “del Carmen”, dejó la niñez para entrar en la adolescencia, hecho del que se enteró caminando de la mano de su madre y sintiendo que entre sus piernas corría algo pegajoso y tibio, diferente a los orines que voluntariamente expulsaba en cualquier parte, a Lidia del Carmen se le sumó otra obsesión: a su hija, de once o doce años en esos momentos, le gustaban los machos, se le iba a escapar con algún macho.-
Esta idea torturó su enferma mente por varios días, y tanto la torturó que terminó creyendo que en verdad Susana, marca de fábrica “del Carmen”, únicamente deseaba abrir sus piernas para ofrecer aquello que todavía era virginal.
A los encierros Lidia del Carmen sumó castigos, fuertes castigos corporales para que Susana, marca de fábrica “del Carmen”, se olvidara de los machos, para que no los deseara.
El camastro en que Susana, marca de fábrica “del Carmen” dormía, junto al de su madre, en la habitación que compartían se convirtió en el anclaje, en el mojón, en que permanecía atada horas, días enteros.
Esto no escapó de las miradas de sus vecinos, primero por curiosidad, luego por morbosidad o simplemente por chusmerío, comenzaron los rumores y los comentarios entre las mujeres, y, porque no reconocerlo también entre los hombres.
“Vio vecina? – comentaba alguna - salen a eso de las 10 de la mañana a recolectar comida y otras cosas de las bateas de residuos que encuentran a su paso; se las ve revolviendo las bateas del centro y a la noche regresan, la chica con dos bolsas y ella con una. Que clase de madre es?", se auto preguntaba escandalizada.
"Ni siquiera fue nunca a la escuela, y cada vez que viene la policía la señora les echa lavandina en los uniformes; hasta una vez vino un juez y le arrojó agua hirviendo... no tiene ni ventanas ni baño y cuando hace sus necesidades en un tarro luego lo arroja a los patios nuestros. Un verdadero asco, una vergüenza" aseveraba otra.
"Esta chica jamás fue a la escuela y cuando la chica pide auxilio porque esta atada a la cama, la madre grita que 'la tengo atada a esta puta de mierda porque se quiere ir con los machos'.
“Yo la denuncié – intervenía una tercera - pero nunca solucionaron nada y nadie se preocupó, ni la policía ni los jueces"

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