lunes, 2 de febrero de 2009

Vieja construcción

Es solo una azotea,
Entre otros miles de azoteas,
Lo ajeno en la diaria ajeneidad.
Alguien, hace tiempo,
Impermeabilizó sus fisuras,
Como quien impermeabiliza sentimientos,
Con una membrana gris plateada,
Cubierta canosa de lo originario.
El tiempo se encargó, imperturbable
De gastarla, senectándola
Con oscuros manchones negros.
La humedad y el verdín
Sostienen las cuatro paredes
Que la encierran como un cenáculo
Que seguramente tuvo, antes
Otros esplendores y bellezas,
Como todos los que estamos vivos.
No hay sobre ella sogas,
De esas de poner la ropa a secar,
Su ausencia semeja una calva,
Ni hay otras señales que recuperen
Las risas y los pasos que alguna vez,
Casi con seguridad, la habitaron.
Tiene la marca de los abandonados.
Hasta en ese solitario cuzco flaco
Que la recorre de punta a punta,
En una incansable ronda
Que vigila el desierto gris
Como liendre que busca perpetuarse
En esta terraza porteña.
Siguiendo los pasos de ese trota terrazas,
Guardián de la nada que la habita,
Descubro, junto a una antigua ventilación
Una descascarada y panzona maceta,
Ocre de lluvias soportadas,
Como caricias que ajan el alma.
Estática de abandono recibido,
Que en permanente último estertor,
Dentro de si mantiene viva,
La primavera en Buenos Aires,
Bajo este cielo, transparente y soleado
Que también cubre, aunque no lo quiera
Este falso páramo olvidado.
Y allí la vida se viste de rojo y verde
En la florescencia que sostiene
Una cuadripétalo Amarilis roja.
Mostrándome a la distancia
La desnudez de su talle verde,
La procacidad de sus pistilos.
Ofreciéndome, lujuriosa,
el néctar agridulce de su cáliz,
Incitándome, con los balanceos
de su verdosa y fina cadera anclada.
Llevada en vaivenes por la brisa.
Una sola flor en el áspero desierto gris.
Femenina presencia que alegra, estática
Esta corona plateada de la vieja construcción.

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