miércoles, 15 de noviembre de 2017

El plato de sopa

Tendió el mantel sobre la mesa, como todas las noches. Prolijamente armó la mesa para la cena, observó a trasluz la copa para el vino tinto confirmando que estuviera impecablemente limpia.

Con satisfacción comprobó que los cubiertos estaban alineados con el plato, la servilleta en su lugar, la botella de vidrio oscuro y etiqueta brillante que guardaba al Tannat, cepa de reciente descubrimiento en un viaje a Uruguay, aireaba su contenido para permitir que realzar su sabor.

Se sirvió una entrada de jamón cocido con ananá y azúcar negra, flambeado al coñac, mientras mantenía caliente el plato principal.

La comida era su vicio, y la cena, el momento de ponerlo en práctica.

Como todas las noches, se sentó a la mesa de la cocina. En ese ambiente, la comida le resultaba familiarmente hogareña, tal vez, recuerdos de su niñez, viejas añoranzas de pasadas intimidades.

Frente a él, como cada día, esa presencia que desde hace ya casi diez años era ausencia, un estar sin participar, la soledad de dos en compañía.

La cocina era un ambiente alargado, de unos tres metros por dos a lo sumo, la mesa estaba junto a la pared de la izquierda, en la de la derecha las alacenas, la mesada y finalmente la cocina propiamente dicha donde ahora, una fuente colocada sobre una vaporera mantenía a temperatura unas pechugas de pollo rellenas con panceta y manzana rociadas con una salsa de soja, naranja y miel.

Sobre la pared del fondo, la ventana que daba a la avenida Mitre, un largo vidrio del piso al techo que solo se abría en su parte superior.

Inclinando la copa, se sirvió el Tannat, lo agitó y sorbió el primer trago, un aroma sustancioso y profundo le invadió el paladar.

El silencio, profundo y denso, no alcanza a interrumpirse con las voces de Nana Mouskouri deambulando por el living contiguo.

Fue al momento en que dejó de lado el plato de la entrada e iba en busca del principal que la vio.

Apoyada sobre la parte inferior de la ventana de la cocina, arañando con sus patas el impasable vidrio, una rata de pecho blanquecino, lo observó con sus pequeños ojos negros.

Que la ciudad estaba invadida por las ratas no lo desconocía, pero en los casi veinte años que vivía en ese séptimo piso nunca había visto alguna, aunque si había escuchado quejarse a los vecinos de su presencia.

Se quedó observándola mientras acometía con parsimonia sobre la pechuga de pollo.

No le dio asco ni repugnancia, extrañamente se sentía acompañado y hasta cierta simpatía se le fue despertando por el roedor.

El ritual se repitió las noches siguientes, se sentaba, degustaba su entrada y al momento de ir por el plato principal, la visita hacía su presencia.

Su curiosidad fue en aumento y cada vez la observaba con mayor atención, prestando cuidado a los pequeños detalles.

Una noche de viernes decidió que no había razón para que ambos permanecieran separados por el vidrio de la ventana. Abrió la parte superior y dejo sobre el marco un pedacito de queso.

La invitada no se hizo de rogar y a los pocos instantes estaba sobre el marco degustándolo, pero esta vez, para su sorpresa, no estaba sola, otra congénere la acompañaba y ambas, como señal de respeto, pensó, no traspasaron el marco.

Desde ese momento dejó de sentir la pesadumbre que la presencia que era ausencia sentada frente a él le causaba, los ires y venires de los roedores y sus malabarismos lo entretenían y le daban un acompañamiento que ya no pensaba encontrar.

Fue aumentado la cantidad de alimento que cada noche les dejaba y los fue dejando cada vez más cerca de su mesa hasta que los distribuyo sobre esta prolijamente ordenados.

Como si esa silente invitación fuera genérica, a las primeras invitadas no tardaron en sumárseles muchas más, a punto tal que pronto deambulaban por toda la cocina y el departamento como si se hubiesen adueñado del mismo, llegando en su atrevimiento a no retirarse al concluir la noche.

A él no le molestaban, por el contrario se sentía agradecido de sus presencias.

Días previos a la llegada del verano, en una reunión de consorcio, los vecinos del edificio se quejaron del continuo ruido que salía de su departamento, chillidos y un metódico roer de maderas se estaban tornando molestos.

Decidieron hacer una protesta ante la administradora del edificio y esta, luego de insistir en varias oportunidades ante su puerta sin obtener respuesta formularon la correspondiente denuncia, pues ya, un persistente olor amoniacal emanaba del departamento.

Cuando lograron ingresar al mismo una hueste de roedores se espació hacia su interior, y en la cocina, sentado, con sus manos apoyadas en la mesa, el armazón de su esqueleto guardaba la gallardía de sus mejores épocas junto a una gran copa de vino.


Frente a esos blanquecinos huesos la presencia que era ausencia hurgaba en un plato de sopa.



Ni señor ni amo


Te dejo la libertad
para que recorras el mundo.
Descubras lo bello
y lo que sin serlo, ayuda,
pero recuerda siempre
que aquí te espero.
Tienes el todo el universo
para descubrirlo
y disfrutarlo de la mejor manera.
No dañes y no te dañarán.
Vive, pero deja vivir.
Acompaña a quien está solo
y déjate acompañar
cuando sientas la soledad.
El mundo es tuyo
según como lo vayas construyendo.
Tienes todo el horizonte
por delante y por descubrir.
Atrás, en algún lugar,
sabe que siempre estaré yo,
ni tu señor ni tu amo,
pero tampoco tu esclavo.

domingo, 29 de octubre de 2017

Pequeña escena

Sentados a la mesa de un café, algo se decían.
el, con sus manos como aspas, el espacio barría.
Ella, echaba su cuerpo hacia atrás y solo reía,
luego agitaba su cabeza y hacia la mesa volvía.
El la miraba y su mirada entera la envolvía.
Metros más atrás, junto a un café que se enfría,
yo, con envidia, los miraba desde mi mesa vacía.


miércoles, 13 de septiembre de 2017

Ínfimos detalles


Si te hubieras perdido en el camino,
o hubieras pasado de largo ese día,
no hubieras llegado, ni yo hoy estaría
frente al campo abierto de tu ausencia.
Esos ínfimos detalles que nos marcan
son aquellos que hacen la diferencia.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Lluvias de domingo

Estira la tarde su letargo como un pesado lagarto overo,
rumia la lluvia su tedio lagrimeando vidrios en la ventana.
A un sepulcro de lodo y agua caen amarillentas hojas,
el azote de un impasible aliento agiganta todo aislamiento.
Es domingo, día insulso y anodino. Día madurado en nadas.
La tormenta acumula escombros de antiguos recuerdos
abandonados en las trampas de lo siempre perdurable,
un hilo tenue impide que se derramen en el vacío del silencio,
enjambre que ahoga los pasos de alguna posible esperanza,
condenándola a las fronteras de una neblina de sombras.
Las palabras, como flores secas, se ahuecan sin pronunciarse.
¿Para qué hacerlo? Si todas, inevitables, llevan tu nombre.


miércoles, 16 de agosto de 2017

Dignidad ajada


Desgarrados zapatos, calles ciegas,
grafitis escritos con gruesos trazos,
cuerpos erguidos como noveles cadáveres.
El tiempo que se desliza ente los dedos.
Un silencio que no da ningún pésame,
lugares donde el llanto no cabe, pero habita,
una lluvia que se distrae en la esquina cansada,
mujeres que esperan largamente algo,
que caminan pegadas, charlando con rutina.
Ojos al acecho en ese mundo vacío,
de pie, reinando, la oscuridad llama y atrae,
con brazos cargados de brillante bijouterie barata.
Alguien saqueara la vida ente ese gentío,
en el absurdo de los ojos que se dirigen a él,
lo devoran, lo degluten y lo devuelven
al silencio de las noches vacías, con menos dinero
con su dignidad ajada y el sexo apagado.

Ilustración: "Abriguitos" - Alejandra Rotondi

sábado, 12 de agosto de 2017

Testigo

Ahora camino las horas de manera distinta,
más aun cuando me llueven sobre el cuerpo
las pequeñas grietas de alguna tonta fatigan
cuando toda indolencia aflora en los bolsillos
y parezco ser solo una huidiza tristeza andante.
Me alivian las noches de marzo y las guaridas
donde acechan las frases escondidas en vino.
A veces, tengo el amor guardado en el saco,
un amor que me habita como si fuera testigo
de que mi corazón es un mar grande y desierto,
que dejó arrinconado un latido en algún lado
y se empeña en perseguirme cuando camino.
aun cuando camino las horas de manera distinta.


Ceros a la izquierda


Se pierde la razón con la ceniza de los vientos.
En alguna trinchera todavía se escriben versos
mientras la honda verdad retrasa su oportunidad.
Las tradiciones tiran la toalla en ciertos rincones
y se envejece la vida tras determinadas puertas.
Sin equipajes, vemos partir los viajes pendientes,
antiguos idiomas nos emplazan desde el fondo,
donde hemos abandonado lo que prometimos hacer.
¿en que cuarto de allá atrás escondimos las palabras?
Una noche, en alguna semana, nos pedirán cuentas.
qué triste si están revelan solo ceros a la izquierda.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Solo preguntó

Ella volvió mientras él dormía,
traía sus labios vacíos de alcohol.
La mirada vagando distraída
sobre el orgullo que se arrugaba.
Lo saludó con un beso desolado,
los ojos verdes se cerraron
bajo el cielo raso de la madrugada.
Las malas penas la cobijaron.
El solo preguntó por lo recaudado.


En esta ciudad


En esta ciudad, cuando llueve,
tu nombre frecuenta las calles.
Un pequeño olor de azucenas
invade esas ganas de meterse
de contrabando entre tus faldas.

Quizás

Rasgando la nada,
el viento está a la sombra.
Las tinieblas son puro vacío
rondando esquinas.
Quizás mañana despierte y calle.
Quizás sienta nostalgia
o tenga hambre o frío o sueñe.
Quizás mañana no exista
y me debería alcanzar
tener tu cintura en mis manos
y en mi boca tu fuego.
Quizás
es tiempo que de que llueva,
de penumbras tibias,
de amantes que se abrazan.
Quizás la nada
rasgue la sombra y el viento
golpee tu ventana.


Sutiles


Me miran, me observan, me dicen.
Sutiles, pretenden atar mi libertad
en la orilla de sus agitadas ofertas.
No saben que no he podido encajar
en el sentido común del consumo,
que me he despojado de los sentidos
y los he guardado bajo la almohada.

Despertar

Escondida en calles infinitas
buscas evadirte de un sueño.
Tu paso es una estela trazada
que se pierde en el despertar
bailando al compás del cielo.


sábado, 5 de agosto de 2017

Isla pequeña


Se esconde el azar en la redondez del último beso
 es blanco ese larguísimo y subterráneo descanso
ligero como la respiración que me regalan tus labios.
Mientras en la piel un grupo de dedos traen alborozo
y se arriesgan, con detalles geniales, a la travesura
inapropiada de izar banderas que se abultan y agitan.
Así el sueño, es una isla pequeña en la que me pierdo.

Ola agónica

Toco tu cuerpo y se deshace en migas de tiempo,
con simples gestos descubro múltiples colores
anidando sobre la superficie normal de tu espalda.
Amaso el milagro de ser esclavo de los hallazgos
que impunemente me permite el roce de tu piel.
Se suceden, calmos y caprichosos, los deseos,
dotando de gracia la sonrisa de tus labios. Y el beso
que tienta como fruta fresca no tarda en ofrecerse
en la tibia placidez que gotea en nuestra sangre,
hasta ser tan solo una ola agónica, leve y piadosa.


Ilustración: "Imagen"Cy Twombly

Palpitar extraño


Estremece el cuerpo un palpitar extraño,
persistiendo en el aire ese lento escalofrío
como niebla que invade cualquier pulso.
Es un surco abierto de huellas y rocíos
que se deshace como ofrenda a la nada.
Estrago que vierte polvos de derrumbe
en el barranco de una tarde cualquiera,
y allá en el fondo, se agazapa el incendio
que encierran el abandono y la distancia.

jueves, 27 de julio de 2017

Átomos solares

Desearía ir perdiendo el sabor
conque sus dos manos tallan
la figura hasta lograr el infinito,
y luego lidian con esos seres
absurdos del tiempo y la memoria
que estallan en mis oídos
como si así se olvidara de todo.
Es allí cuando su mano tiembla
y se oculta en el humo,
mientras clava en mi carne
el puñal de sus distintos amores.
Sabe amargo el amor de otros hombres,
es un gas letal que se respira
aun cuando sus manos cincelen
maremotos de átomos solares
con los que se incendia a sí misma.


Ilustración: "Manos tallando" - R. Pascual

martes, 25 de julio de 2017

En un parpadeo


En el azul se dilata tu silencio pequeño,
un ronroneo que se deshoja, trepando
por las sombras de las noches negras,
tropieza en mi pecho y se enreda fértil
en mi cuello. Allí se arraiga por horas,
cercano, hasta que el alba se involucra
y lo convierte en balbuceos de modorra.
En secreto, sin luz ni guía, se derrama
paso a paso en esas vocecillas taciturnas
que anuncian tu lento y pesado despertar.
Con aires de minina, te estiras efímera
en tu intento de permanecer acurrucada,
cobijando los últimos fragmentos del sueño,
hasta que la orquesta distante de un cosmos
ciudadano te trae a tu realidad cotidiana.
De un salto abandonas el lecho y corres
a iniciar las góticas faenas de días imperfectos.
Año tras año de todo ello me he deslumbrado,
y aun no me acostumbro a ese corte visceral
que en un parpadeo, me deja solo en el lecho.

Nosotros

En ocasiones mudas en aire, te disipas
dejando todo sin dudarlo, aun aquello
que no termina de perecer en tu ausencia.
En ocasiones hueles a brotes de primavera,
perfumas una calma inquebrantable, nueva,
con brumas que laceran sin sentir. Sin ver.
En ocasiones dejas hablar a tu cuerpo,
aunque después mi boca quede mirando
despojos de ternura que se rompen a mis pies.
En ocasiones tu silencio retumba, inclemente,
y se encamina hacia la tristeza, destrozando
la salvaje apetencia de aquello que te ama.
En ocasiones estamos infinitamente separados
por invisibles muros, empecinados en comprender
la incomprensible realidad de ser nosotros.




lunes, 24 de julio de 2017

Contingencia azarosa


Ensayo la contingencia azarosa de enamorarte.
Para escribirte selecciono una a una las letras
que pretendo trasmutar en deslumbrantes alhajas
que arranquen suspiros con cuantía de orgasmos.
Calcino mis labios ensayando mil posibles besos
que logren que tus piernas tiemblen al recibirlos.
El espejo se ha gastado de verme reflejado en él,
probando mil distintas poses que ordenen el caos
de mi figura. Me apropio de los atributos de poetas,
escritores, y todos aquellos sabios del arte de amar,
para que mis palabras te suenen a cantos gregorianos,
a melodías que sacudan tu carne y aviven tus deseos.
En algunas noches, me desvelo pensando en como
mis manos habrán de acariciarte para no romper
la delgadez del posible hilo que me ensamble a ti.
Allí caigo en la devastadora desolación de no saber
si es una sola la manera de tocarte o si existe también
una decimoquinta, la última y definitiva que te haga mía.
Y todo esto es porque dudo, porque en definitiva no se
orear el amor antes de ofrecerlo ni condensar mis miedos
en esas pocas palabras que digan cuanto te quiero.

A oscuras

Huyeron los besos polizones de debajo de la almohada,
partieron con el suave andar de las promesas no dichas.
Fueron a esconderse debajo de otra piel, en otra almohada,
abrigando otras sábanas, apagando canciones de amor
que se incineraban en labios antes ajenos. Eso pasa.
Ahora me toca irme a dormir con hambre bajo las ingles,
apagar tranquilo todas las luces sin que me acosen fantasmas,
cerrar los ojos sin tener el miedo infantil a tus caricias,
y sin dejar prendida la luz amarillenta de ese pasillo oscuro
por donde alzaron vuelo los besos dejando huellas falsas
para despistarme, por si los quisiera seguir. ¿Para qué?
Ya estoy grande para jugar a las escondidas. Si. Grande.
Puedo vivir sin ellos, aunque a oscuras, muerda la almohada.


domingo, 23 de julio de 2017

Merlot


La palma de mi mano huele a ti
mientras la noche se escurre
como una tinta invisible
detrás de las cortinas. Te huelo
en lo desconocido de un cristal,
en la suavidad del Merlot dentro de mí
a la intemperie de tu olor, que está
sumergido vaya uno a saber dónde.
Lave mis manos antes de tomar café,
luego volví a enjabonarlas,
las perfumé de colonia barata,
gentileza de hotel cuatro estrellas,
las hundí en otras aproximaciones cálidas,
pero es inútil. Aun así,
la palma de mi mano huele a ti.

Amor quieto

Estaba predestinado a ser un jamás,
la coronación de una negativa explícita.
A deshacerse en la dureza de ser solo
“amigo”. Palabra que encierra el dolor
de ese amor quieto que esconde rechazo.


Angulo muerto


Camina sobre un frío especialmente diseñado,
deambula por un lugar corrompido de rincones
buscando entre latidos su manera de subsistir
entre inerte y casi en carne viva. Definitivamente
agrietado por el descuido, en la frontera del olvido,
se entierra en el ángulo muerto donde yacen,
congelados, los cariños que se nos han perdido.

sábado, 22 de julio de 2017

Lo que se escapa

Recóndito e impropio,
casi como un regreso,
huele a hierba fresca
el momento de querer.
Sin espacio, ni despacio.
resulta ser complejo,
enigma sin respuestas.
Es lo que se escapa,
volviéndose aparente
después de un ritmo
de amor sin discursos.
Tan solo en el silencio
donde la palabra es inútil
y solo vale acariciar
la piel con los sentidos.


Ilustración: "Abrazo (Amantes II)" - Egon Schiele

Ardor en las entrañas


Solo un amor he tenido.
En ese dilatado instante
que el amor puede verse
con la cordura necesaria
y las pupilas encendidas.
Después de él, se aturde
el tiempo, y lo posible,
no es más que la fragancia
de un ardor en las entrañas.

Ilustración: "Pink ardor" - Sherry Davis

En ocasiones

En ocasiones logramos un supuesto cielo,
donde el silencio es un conseguido placer
luego de unas horas sabiamente agotadas.
Ajenos al fastidio del mundo y a su llanto,
sintiendo bajo la piel el cosquilleo de un arcano
que solo quien ha tenido un amor comprende.


viernes, 21 de julio de 2017

Ese día de la semana


De ese día de la semana me queda
el recuerdo de mis ojos viendo tu espalda,
tu cuello sesenta veces besado
y lo desprolijo de tu cabello al levantarte.
El inevitable mohín de tus labios
cuando mi mano te dibuja corazones
de los hombros hacia abajo.
De ese día de la semana me queda
un abecedario de sonidos extranjeros.
que pronuncias con ojos cerrados
cuando pierdes el equilibrio,
y la cordura y la vergüenza y el orgullo.
como antes perdimos la ropa
y el rojo de tus labios se perdió definitivamente
en algún recoveco de mi cuerpo.
De ese día de la semana nos queda
un callejón repleto de tiempo,
resonancias saladas sobre toda la piel
y la bronca de que sea tan cortas
las horas en ese día de la semana.

Ilustración: "Mujer de espalda" - Andrés Catalá

Pariendo brisas

La ventana abierta está pariendo brisas,
la ligereza flota como un amante azul.
Guardo la esperanza que me estés mirando
como quien te ayudó a derribar los símbolos,
como ese cuerpo cómplice, que te sonríe
desde la obsesión de los propios sexos
en la ondulada armonía de las horas juntos.
Pero tu pupila se detiene en el vestido negro
que se insinúa arrojado y arrugado en el sillón.
Te preguntas porque te lo has quitado y como.
Las apuestas de dos no siempre son para ganar.



Y así...


Te siento acurrucarte entre tus sábanas,
de tu ombligo emana aroma a vainilla.
Mi mirada se detiene justo en tu calor
donde una sed insatisfecha me consume.
Atisbo el desnudo clandestino de tu cuerpo
reteniendo la saciedad de tus espumas.
Me puede la sed y así se me llena el alma.

jueves, 20 de julio de 2017

Santo resorte

Un resorte interrumpe la paz de mi espalda.
Ondeante, se escapa del respaldo del sillón
y zarandea, de arriba abajo, de derecha
a izquierda, entre mis costillas. Impertinente,
gira, sin ir a ningún lado, mecánico e inquieto,
como si quisiera coserme la cuerina a la piel,
o peor aún, como si deseara meterse, sutil,
en mi columna y bambolearme como un juego.
Me canse de pensar en arreglarlo, mi manos
se rindieron ante su pertinaz obsecuencia,
(tampoco digamos que son manos muy hábiles).
Estudié la posibilidad de cambiarlo por uno nuevo.
Más moderno, de esos que se alzan y bajan,
se reclinan suaves, con apoyabrazos acolchados,
con respaldos que van desde el coxis a la coronilla.
Confieso que he probado algunos en las tiendas,
me he sentado en ellos, estiré las piernas, palpé
si eran de cuero, de arpillera,  tusor o lienzo.
Miré la resistencia de su estructura. Si era de madera,
aluminio, plástico reforzado, desmontables y otros etc.
con que me tentaban (y acosaban) gentiles vendedoras.
 Pero mis glúteos están acostumbrados a sus molduras,
mi hueco poplíteo (vaya nombre) perfectamente adaptado
al borde, ya gastado,  de su viejo asiento con espuma.
Tibia y peroné (y todos sus músculos) alcanzan exactos
la distancia que del piso los separa. Digamos casi perfecto,
salvo el santo resorte empeñado en jugar con mis trapecios.