Ensayo
la contingencia azarosa de enamorarte.
Para
escribirte selecciono una a una las letras
que
pretendo trasmutar en deslumbrantes alhajas
que
arranquen suspiros con cuantía de orgasmos.
Calcino
mis labios ensayando mil posibles besos
que
logren que tus piernas tiemblen al recibirlos.
El
espejo se ha gastado de verme reflejado en él,
probando
mil distintas poses que ordenen el caos
de
mi figura. Me apropio de los atributos de poetas,
escritores,
y todos aquellos sabios del arte de amar,
para
que mis palabras te suenen a cantos gregorianos,
a
melodías que sacudan tu carne y aviven tus deseos.
En
algunas noches, me desvelo pensando en como
mis
manos habrán de acariciarte para no romper
la
delgadez del posible hilo que me ensamble a ti.
Allí
caigo en la devastadora desolación de no saber
si
es una sola la manera de tocarte o si existe también
una
decimoquinta, la última y definitiva que te haga mía.
Y
todo esto es porque dudo, porque en definitiva no se
orear
el amor antes de ofrecerlo ni condensar mis miedos
en
esas pocas palabras que digan cuanto te quiero.
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