miércoles, 24 de enero de 2018

Los señores de la empresa de energía eléctrica


Para los señores de la empresa de energía eléctrica debo ser un conejito de las Indias sometido a un experimento para poner a prueba su paciencia.

Desde el martes por la tarde me sorprenden, imprevistamente con cortes de luz.
Ese día, se ve que, pensando en mi salud, a mi regreso al hogar me sorprendieron con la tarea de subir escaleras, peldaño por peldaño hasta que me diera cuenta de que mis cuádriceps, gemelos and sartorios de ambas extremidades inferiores, distan mucho de ser lo que eran en los tiempos en que el Atletismo atraía mis desvelos.

 El miércoles se comprometieron en brindarme un amanecer cálido y permitirme observar el nacimiento del sol tratando de que alguna fresca brisa me acariciara el rostro (al sol lo vi nacer, la brisa me la deben).

Jueves fue un día en que se portaron bien por la mañana, aire acondicionado funcionando, el micro ondas calentó mi café, la compu encendió, todo venía como un día normal, así que, comprometido con mis obligaciones, tipo media mañana decidí que era momento de salir al mundo.

¡Ah!!!  que grata sorpresa me brindaron los señores de la energía eléctrica al dejarme entre dos pisos junto a mi vecino del 5to, su perro salchicha (se llama Salomón) y su hermosa hija de cuatro años.

La nena insistía, con una lógica irrefutable, que quería ir a la Plaza, el perro no decía nada, pero con mis escasos conocimientos de PNL, yo hubiera jurado que exigía, perentoriamente, un árbol, un arbusto o, aunque mas no sea, una matita de perejil.

Los breves (pero interminables) minutos que compartimos el cubículo descendente, me dieron la razón, haciendo un alarde de imaginación digno del mundo perruno, reemplazó la botánica por la puerta del ascensor, con las consabidas disculpas del vecino del 5to, que se ve mucho no entiende de necesidades biológicas perrunas.

El resto del jueves la luz fue una ilusión permanente, hasta anoche, en que transformó una corriente y vulgar cena en base a hamburguesas recalentadas, en una romántica velada a la luz de las velas.


Pero debo agradecerles a los señores de la empresa de energía eléctrica el brindarme un amanecer sabatino con aire acondicionado... hasta ahora se están portando bien, pero, por las dudas, y para no poner en evidencia su evasiva conducta, en un rato me voy a visitar al primer conciudadano que vea iluminado por alguna bombilla eléctrica, aunque sea de bajo consumo.


miércoles, 10 de enero de 2018

El collar


Caminaban juntos, uno apretado al otro, sentían sus cuerpos rozarse en la luminosidad del atardecer. El sol, buscando el horizonte disparaba dardos lumínicos que lo enceguecían.

Un extraño adormecimiento lo hacía tambalear, evitando una caída por el solo echo de aferrarse al cuerpo de ella.

Transitaban una acera rugosa, junto a un viejo galpón que oficiaba de escuela, cuando, desde una ventana una niña agitó su mano saludándolos.

-       Es Trixi – dijo ella – la hija de…
-        
-       Si, ya se – respondió el con una voz grave – la hija de tu amiga de la secundaria, la que trabaja en la Marina.

Ahora sus pies pisaban el canto rodado de una playa apenas bañada por las aguas de un río calmo. Sus ojos seguían sin poder ver más que el resplandor que lo enceguecía, un fulgor argentino con destellos dorados que, a mas de impedirle ver, hacía bailotear puntitos negros antes sus ojos.

Esa ceguera transitoria le molestaba. Se apretó mas al cuerpo de ella, oliendo la fragancia de su cabello algo revuelto por la brisa que venía del río.

-           Cuanto tiempo pasó desde aquello – dijo la mujer apretando su mano – sabés que fue un error y me arrepiento. No te lo puedo explicar.

-           Diez años – dijo el, tratando de que sus ojos recuperaran la visión – Ya no importa. Diez años lo soporte, ni una palabra, ni una disculpa. Ya no importa.


La luz se tornaba insoportable, hería sus pupilas y se sentía tambalear cada vez más por el inexplicable mareo.

Lentamente pudo abrir sus ojos. Por la rendija de la persiana se filtraba un rayo de sol del naciente día, le daba justo en sus ojos. Se estiró en el lecho, desperezándose, giró la cabeza y se topo con los ojos de ella desmesuradamente abiertos, un surco rojo lucía, como púrpura collar en su cuello.