jueves, 26 de abril de 2018

Muralla de labios


Entre abrazo y abrazo,
volaron mariposas
en una piel que sabe distinto.
En un cuerpo nuevo,
palpando una nuca excitada
que zozobra en certidumbres.
Silenciosa
en esa muralla de labios
que encarcelan todo ensayo de lluvias.

Cautivo

En mi lecho, los ojos va cerrando la luna.
Un velo traslúcido, de orilla a orilla, marca
los exactos declives del vacío de tu cuerpo.
Amotinada en torno de un solo pensamiento,
vestida de púrpura, inquieta, la espera ardiente
se debate, y clama sin par en la onda de sus plumas.
Se torna lívida mi alma y desgarra su envoltura.
Imploro, en el sueño, un regreso mil veces negado.
En sombras dolorido, mi cuerpo es sueño ardiente.
Inútilmente destroza tu nombre mi garganta
y allí me sé cautivo de un dolor desamparado.



El apagón



Verlo al Ñato trajo inmediatamente a mi memoria lo ocurrido treinta años atrás.

Se había ido de la plaza, donde estuvimos bebiendo cerveza helada con la intención de pasar por la iglesia antes de llegar a su casa. Un camino que todos los días, al caer la tarde, repetía.

Salió de la Iglesia a los pocos minutos de haber entrado, apenas traspuso la puerta principal se oyeron los primeros disparos y el Ñato cayo rodando por las escaleras.

Algo de todos los días.

Al día siguiente comenzaron a velarlo en la casa de su madre. Siguiendo la tradición, durante las cuarenta y ocho horas que duraba la ceremonia, todos los familiares directos se encontraban presentes y los amigos más allegados.

El café y el anís, generosamente distribuidos, ayudaban a que las horas corrieran con menos parsimonia.

Al cabo de la primera noche, un repentino apagón dejó la ciudad sin luces incluyendo la casa de la madre del Ñato. Las pocas velas que rodeaban el cajón, tal vez por alguna repentina brisa o por un movimiento inesperado de alguno de los presentes se apagaron.

En la total oscuridad se oyeron los sollozos de la madre del Ñato y alguna voz que intentaba consolarla.

El apagón no habrá durado mas que hora u hora y media, tiempo que la mayoría de los presentes aprovechó para asomarse a la puerta y comentar lo inesperado y extenso del mismo.

Ni una sola luz se encontraba encendida hasta donde alcanzaran a ver los ojos.

Al cabo de ese tiempo, primero un breve temblor lumínico y luego el amarillear de las bombillas, volvió la cosa a la normalidad.

Volvió es un decir. El cuerpo del Ñato no estaba en el cajón.

Sorpresa y temor se apoderaron de todos los presentes y comenzaron a bullir, ayudadas por el anís, las explicaciones más absurdas tratando de dar cuenta de la ausencia.

Ninguna justificación colmó a los presentes. Los muertos no desaparecen ni porque se los haya llevado el Diablo ni porque la Virgen les haya devuelto la vida.

En la mañana siguiente, cerca del mediodía, la discusión se centró con los de la funeraria, empeñados en cerrar, soldar el cajón, y poder enterrarlo, con o sin muerto adentro y los familiares que querían que se llevaran el cajón vacío porque ya no tenía sentido enterrar a un muerto que no estaba.

La comidilla de lo sucedido duró varios meses en el pueblo, por lo menos hasta octubre, que fue el mes en que partí para terminar mis estudios de medicina en la Capital.

Me recibí de médico tres años después, hice en otros cinco años la residencia en el Hospital Central y luego me establecí como médico generalista en un suburbio de la Capital.

Allí pasé los siguientes veintidós años tratando de paliar desdichas humanas y envejeciendo.

Hace no mas de una semana decidí cambiar de aire y volver al pueblo de mi infancia y juventud.

De la terminal de ómnibus fui caminando hasta la casa que había alquilado, en el trayecto, necesariamente tuve que pasar por la casa de la madre del Ñato.

Me llamó la atención la puerta entreabierta y un profundo aroma floral y a incienso.

Traspasé la puerta y vi la misma imagen que treinta años atrás, los familiares directos y los mas amigos rodeaban el cajón en que el Ñato descansaba finalmente.

Su cuerpo estaba intacto, hasta la vieja cicatriz que le dibujaba un semicírculo en la mejilla izquierda parecía tornarse carmín, exactamente igual que cuando, treinta años atrás, la ira lo iba dominando.




sábado, 21 de abril de 2018

Contornos

Los detalles precisos,
el cuarto, el lecho,
los contornos de la carne.
Vientres y labios acoplados,
la piel trabajada
por dientes y por uñas.
Las horas se funden despacio,
en un contiguo vivir
que tiene por estela al silencio.



miércoles, 18 de abril de 2018

Yo espero



Ese instante desnudo,
desnudo de todo otro instante,
acurrucado
en su totalidad nadas,
amordazado
en la sombra de su sombra,
me pertenece.
Como un feroz destino
de lo que espero,
sonámbulo y transparente,
como todo aquello
que no merezco.
El instante desnudo sigue
desnudando instantes.
Yo espero.

lunes, 16 de abril de 2018

El incendio de los gestos

Se arrojan los cuerpos en la noche interrumpida,
el hueco de la mano y un cuerpo ávido de caricias,
                                                             se encuentran.
La belleza corroe lentamente la revelación de las formas,
de la intensidad imprevista nace lo que nunca se vive,
                                                             el secreto inmortal.
Dedos noctámbulos se detienen en la inmovilidad de tus ojos.
El amor es un pasatiempo vertiginoso, una forma de la maduración,
                                                                 pequeña muerte dulce.
Con tus dientes mordiendo, con paso tranquilo, la hecatombe de la lujuria,
el amante negro sube su oscuro deseo, ardientes de la carne
                                                                las manos se sumergen.
El sudor de los crujidos devora ferozmente tu riqueza nocturna,
se abren los muslos temerosos allí, donde se acumulan los murmullos
                                                                 y oculta su escama de frío.
Fábulas interminables presidiendo el incendio de los gestos,
las mejillas descansan junto al más íntimo santuario.
                                                        Tinieblas de lujuria.



Nadie sabe


Una interrogación latente que sigue creciendo
en el rincón oscuro de los pájaros rapaces,
traspasa las miradas como una sombra
que se esfuma en un denso y desangrado vuelo.
Peso escondido, grito callado, vientre profundo,
sorda voz que engorda en secreto, con imprudente paso.
Que no encuentra el camino ni la lluvia presentida.
Nadie sabe si será silencio o solo un asunto urgente,
íntimo entre los dedos o algún respiro
que tal vez se vuelva árbol o golondrina entre tus senos.

Este escombro

Este escombro, aquí presente,
es un mapa de muchos fracasos.
. Está en peligro, sólo tiene el tiempo
Presente, que se le suele quemar
por las tardes. Pensando en hoy.
Con todo lo que deseamos
él mira hacia fuera. Más allá
de la uña del pulgar. Y eso es lejos.
Ya nada le duele, se lo dolió todo
y se atiborró de dolerse en una espina.
Abandonó el trasero habitual de la vida
dejando de alabar mediocridades.
Se perdona, entre relojes y pértigas,
sus confesiones impulsivas.
Se atreve a saborear la ingle del mañana
en los suburbios de la aprobación.
Pero sigue siendo escombro. Aquí presente.




En la sombra de las cosas


Una ciudad de lunas me da la mano
y luego se desnuda.
El refugio del recuerdo incumple su promesa,
bebe licor de soledades
en el extraño y anónimo secreto de las cosas,
se convierte en perfume,
en yemas que parecen senos en perenne modorra.
Lo profundo no se puede habitar.
Creo una cadera sobre la que apoyarme. Descanso,
tan virgen como un claroscuro
de viento y árboles en la sombra de las cosas.

domingo, 15 de abril de 2018

Solo el gato

Bosteza un gato en el balcón de la esquina.
Las horas se tiñen de bronce en la tarde.
Gente ajena no expresa nada, a no ser esa
ironía indiferente que lentamente se pierde
en los transitados senderos de la vida ajena.
Las piedras hablan más suave que la lluvia breve.
Languidece un duelo, mezcla de congoja y tiempo,
en la ternura inmensa de la salobre nada.
Sin ardor, sin convencimiento, sin lágrimas,
se cuartea un ademán incauto. La monotonía
campea las horas del domingo. Solo el gato,
en el balcón de la esquina, expresa su aburrimiento.
Los demás, apenas, peregrinamos otros caminos.



Desmesura


Aturde el silencio de espejos infinitos.
Un ojo, con intolerable desvergüenza,
brilla en los negros huecos de mi pecho.
Hielo y pavesa es el canto del ave ciega,
desmesura de lo que busco al recordarte

Ilustración: "Desmesura" - Fayna Quesada



Conjura

Un temor comienza a desbordarnos.
¿Será la aproximación a la batalla?
Sin llamadas ni floreos. Casi sin palabras.
Escapa a lo normal, a lo previsto, a la razón.
Los cuerpos se aprenden, se destierran.
No se invaden, no se apropian, no obligan,
se dejan llevar. Se pliegan, mansos, al otro.
La cercanía de lo extraño cincela la caricia
que se permite ser, se transforma y pausada,
toma la forma de lo que toca. Se detiene.
El roce entre el palpar y el tentarse, estimula,
un boceto de lo que será, de lo que puede dar.
Un no llegar de modo definitivo. Llegando.
Un prólogo lento como un eterno comienzo
y luego (o al mismo tiempo), las bocas, libres,
buscan acapararse o separarse uniéndose.
Saliva que fluye a espiar esa sima de lo interior.
¿Sosiego de la carne o preparación de la invasión?
Labios que dejan una rendija ingenua. Una comisura,
por donde sabores y lenguas toman conciencia
de que la plenitud está más allá, en otro lugar.
¿Bastará quitar la ropa, el rímel o habrá que desnudar
el cuerpo, la piel, el alma, desnudar todo y
seguir desnudándose, hasta que el desnudo sea entrega
dónde sosegar el apetito que cada vez se agiganta,
que quiere comenzar como la unión de todos
esos imposibles comienzos posibles que nacen del roce,
de tocar lo imposible que provoca en el otro el placer
que siempre se está yendo, pidiendo eternamente más.
Pidiendo en susurros, sin interpretar ni puntualizar,
con el lenguaje como caricia, pausado, cedido, amante.
En el borde de la oreja, en la sensibilidad de lóbulo,
exaltando a los manes del apetito, solo sonido que se acerca,
que no busca lo primitivo de la voz, solo mimo que enciende
desde el borde auricular el sabor que nos conecta con el otro.
La lengua avanza, roza, palpita, murmura, trepana. Chupa.
Allí en la frontera que nos desquicia, que nos descubre,
que busca ese resto pendiente en lo que parece terminando.
Pero no hay final para el placer ni para el deseo,
siempre queda abierto, nunca termina, nunca se acaba.
No tiene límites porque no es la carne propia. Es la del otro,
es lo humano que subsiste cada vez que se termina.
Por eso hace de cada parte del cuerpo un mundo nuevo
que solo se conjura confundiéndose en el otro.



Ilustración: "Los Amantes" - Pablo Picasso