La Ford F-100 andaba, levantando polvo, a los
traqueteos por el camino rural, los cinco gendarmes habían salido con los
primeros rayos del sol para realizar su recorrida por los campos en busca de
cuatreros.
Dos gendarme, el jefe, un Oficial y un Cabo,
en la cabina compartiendo el mate, atrás, agarrados como podían de la jaula
antivuelco, los tres gendarmes rasos restantes, oteando con el largavista todo
lo ancho del campo para tratar de descubrir indicios que les permitieran
justificar la patrulla.
La presión de los estancieros se hacía
insoportable denunciando desaparición de animales, todos los días pasaba alguno
por el Destacamento para manifestar que le faltaban ovejas, hoy diez, ayer
quince, pero todos los días con la misma queja.
El problema no era que la denuncia la hicieran
en el Destacamento, allí solo había asignados siete hombres y entre ellos, mal
que mal se cubrían y justificaban el no poder dar con los forajidos. La cosa
comenzó a ponerse pesada cuando los de la Sociedad Rural fueron a hablar con el
Comandante en la Capital y se dedicaron a hacer barullo con los diarios, la
radio y la televisión.
El Comandante, para cuidarse las espaldas,
para congraciarse con los terratenientes y más que nada, para no salir todos
los días en las noticias ni tener que dar más explicaciones, bajó la orden
terminante: “en siete días quiero a
alguien preso, sino el arresto se lo van a comer Uds.”
Los gendarmes del Destacamento sabían que la
amenaza no venía por uno o dos corderos que carneaban cada dos o tres días,
esto era casi un arreglo con criadores, no había nada escrito, pero se hacía y
nadie decía nada, la cosa era que había que encontrar a alguien y mandarlo a la
Capital para que lo juzguen y así volver a tener un poco de tranquilidad.
Parada la F-100 en una lomada, los
largavistas centellaban reflejando los rayos del sol de la media mañana, el
viento estaba calmo y el frío iba ahuecando el ala a medida que la temperatura
se templaba.
Antinanco Gauna fue el primero que lo vio,
sus ojos de formoseño acostumbrado a mirar por entre el monte, descubrió que
del fondo del cañadón, debajo de un alero natural que formaba el cerro, salía
humo, y si hay humo hay fuego, y si hay fuego hay por lo menos un hombre.
Calculó que ellos estaban como a mil, mil
quinientos metros de la humazón, se lo dijo al Cabo y este al Oficial, entonces
el Oficial le ordenó al Cabo que vaya con los tres gendarmes para ver qué
pasaba, que él mejor se quedaba en la F-100 para avisar por radio al
Comandante.
Y allá fueron el Cabo, Antinanco y los otros
dos gendarmes, caminando despacio por esas sinuosas huellas que saben dejar los
animales en el campo de tanto andar uno tras del otro y que si bien no esquivan
todas las matas, por lo menos es más liviano que andar a campo traviesa.
En quince, veinte minutos más o menos,
estuvieron a cincuenta metros de donde salía el humo, y atrás del humo, un
paisano, y a los pies del paisano, cuatro ovejas que de tan quietas parecían
muertas.
El Cabo y Antinanco fueron por un lado, los
otros dos, en un tramo más largo, rodearon al paisano, cosa de caerle por los
lados y que no se les fuera.
Estando a uno cinco metros, el paisano, que
estaba tomando mate, lo vio al Cabo:
- Buenas y santas, Oficial, acérquese y dele a un amargo.
Sin pararse, así como estaba, culo en tierra,
lo vio al Antinanco y a los otros dos que venían del otro lado y siguió
mateando.
Sin preguntarle nada y sin siquiera saludar,
uno de los gendarmes lo acostó de un talerazo y antes que se diera cuenta, ya le
habían maneado las manos con las esposas y de los pelos lo pararon.
Por la radio, el Cabo le avisó al Oficial que
estaba en la F-100 lo que habían encontrado:
- Mi Oficial, encontramos al cuatrero con tres animales faenados. No
mi Oficial, no están cuereados, los tres están apenas degollados. Si mi Oficial,
le leímos sus derechos, la tropa es testigo. Está bien mi Oficial, avise al
Comandante: es un masculino y tres ovejas degolladas. Después vengase con el
móvil para llevarnos el cuerpo del delito.
Arriba, en la lomada, el Oficial se cebó otro
mate, cambió la frecuencia de la radio, y se comunicó con el Comandante para
darle la novedad:
- Señor,
cumplimos con lo ordenado, el susodicho, el Cabo Elgueta, y tres de tropa,
salimos de patrulla a la media noche, recorrimos desde el destacamento hasta el
Río Azul, cruzando campo nos fuimos hasta el Cerro Bayo y de allí, por una
huella, hasta el cañadón del Piche, mas o menos unas ocho horas anduvimos, allí
encontramos un masculino y dos ovejas faenados. Sí Señor, como Ud. diga Señor,
lo llevamos inmediatamente a la Capital. No Señor, lo tratamos bien al
masculino, no lo golpeamos. Sí Señor, puede estar tranquilo, que estén los
periodistas. Inmediatamente Señor, cargamos al cuatrero, el cuerpo del delito y
salimos para allá Señor. Y no se Señor, calcúlele tres, cuatro horas, estamos a
sesenta leguas y la F-100 anda pesada. Sí Señor. A sus ordenes Señor.
Bajó lenta la F-100 hasta el cañadón y con
cuidado se acercó hasta donde estaba el Cabo y los tres gendarmes.
- Cabo,
no me lo habrá tocado a este hijo e´puta no? Mire que el Comandante quiere que
lo llevemos ahora mismo a la Capital y mostrárselo a la prensa. Súbanlo atrás,
con los gendarmes y también las dos ovejas muertas.
- Son
tres mi Oficial – dijo el Cabo obedeciendo.
- Yo
veo dos Cabo, Ud. cuantos ve Gauna?
- Dos,
mi Oficial.
Cuatro horas después, la F-100 estaba
llegando a la Capital, enfilando para la Comandancia, el Oficial le dijo al Cabo,
que manejaba, que entraran por atrás, porque el Comandante iba a dar una
conferencia de prensa en el patio principal y quería mostrar al cuatrero, a la
oveja muerta y de paso felicitar a la patrulla y al destacamento por la labor
cumplida.
- Mi
Oficial, son dos ovejas, no se olvide.
- Cabo,
el Comandante dice que es una, así que es una, ¡¡me escuchó!!
El patio de la Comandancia estaba lleno de
periodistas, y sobre un palco, con uniforme de fajina, el Comandante, la boina
de combate calada hasta las cejas.
- Quiero destacar el coraje de los hombres que están a mis órdenes,
que en la arriesgada tarea de salvaguardar los valores de la Patria y en
desinteresada defensa de la sagrada propiedad privada de sus ciudadanos, sin
que les importe el sacrificio que significa para sus vidas, y aún poniéndolas
en serio riesgo, patrullando día y noche los confines de nuestra provincia, han
podido, gracias a una profunda investigación ordenada y dirigida por quien les
habla, perseguir, acorralar y finalmente detener a un presunto integrante de
una peligrosa gavilla que asolaba nuestros campos, menguando las majadas que
son parte inalienable del patrimonio Nacional y que fecundamente, con esforzada
labor, nuestra gente de campo cría con esmero para grandeza de la Nación.
Atrás, la cabeza gacha, cubierto del polvo
que se trajo del campo y los caminos por haber viajado en la caja de la F-10,
el paisano escuchaba, mientras el Comandante seguía con su arenga:
- Como corolario de la labor desempeñada, esta valiente patrulla, y
como prueba del delito, de la totalidad de los animales ilícitamente faenados,
ha traído una oveja. Circunstancia que resulta por demás comprensible, dada la
escasa capacidad de carga que tiene la unidad móvil que posee, y habida cuenta,
que a fin de proteger los derechos humanos del sospechoso, el mismo ha sido
trasladado, con cuidado y esmero, en el interior del vehículo, en tanto,
nuestros esforzados hombres, sin importar el riesgo que ello implica, han
viajado, soportando frío, viento y las inclemencias que este bendito suelo nos
ofrece, en la caja del vehículo.
En ese instante, mientras dos gendarmes
ponían la oveja muerta sobre una mesa, Antinanco empujaba al paisano para que
apareciera, esposado, en primera fila y custodiado, fusil en mano, por otros
dos gendarmes.
Rebotaban los flashes en los ojos del orgulloso
Comandante, las cámaras de televisión iban de su uniforme a la oveja, de la
oveja al paisano y se volvían al Comandante.
- Señores periodistas, como Uds. sabrán, por el secreto de sumario
impuesto por Su Señoría, el Sr. Juez actuante, no puedo brindar detalles de los
sucesos acaecidos, pero, no obstante ello, y a fin de demostrar el empeño
puesto por esta Comandancia y por sus hombres a mi cargo, voy a contestarles
algunas breves preguntas, sin comprometer, como lo exige la ley y el reglamento,
el secreto ordenado.
Un periodista viejo, con ojitos achinados, grabador
en mano, le preguntó al paisano porque cuatrereaba animales.
- Yo no soy cuatrero Señor, soy puestero de don Hilario González
Peña y esta mañana iba del puesto a las casas cuando al llegar al Cañadón del
Piche, como cincuenta ovejas me atacaron, facón en mano encaré a la que parecía
el jefe, la degollé de un solo tajo para defenderme. Ahí las otras, asustadas,
recularon. Solo eso. Fue en defensa propia.