Se engendró por culpa de un coitus interruptus
mal calculado. Nueve meses se anduvo gestando en un vientre achatado por culpa
de tanta faja y corsé para ocultar lo evidente.
Lo llevaron a nacer en una gran ciudad donde
todos son indiferentes y milagrosamente anónimos. Como no lo podían volver a
esa capital de provincia donde el Obispo debía permanecer célibe y la maestra
soltera ser soltera y virgen, unos atribulados abuelos se encargaron de
criarlo.
Desde los primeros balbuceos fue tartamudo.
Se le aglomeraban las primeras silabas de todas las palabras, por eso no
resultó extraño que lo apodaran el Tatarta.
La humillación originada en ser el centro de
las burlas, con el tiempo se fue transformando en bronca y odio. Más en odio,
un odio vago hacia todo y todos. Razón, seguro no le faltaba.
Taciturno, a los treinta, un día quisieron
asaltarlo. Tres tipos, uno de ellos armado, lo encerraron a la vuelta de la
Iglesia y le exigieron plata.
Justo lo que él no tenía, plata. Pero si
tenía ahorrado bastante bronca y odio, y sin saber cómo, ese día decidió darlos
de una vez por todas:”hijosunagranputaplatalesvoyadar,
losvoyamolerapalos” les dijo al mismo tiempo que repartía trompadas a diestra
y siniestra.
Se asombró, no por las trompadas ni porque
los tres salieran corriendo, sino porque el hijosunagranputaplatalesvoyadar
le salió de una, sin tartamudear.
Miró hacia la Iglesia y le pareció que la
puerta se cerraba detrás de un flaco pelilargo, pero no le dio importancia.
Desde ese día, no solo hablaba normal, sino
que todo lo que decía era aceptado a pie juntilla, sus palabras convencían, lo
que pedía se lo daban.
Si bajo el pleno sol de diciembre se paraba
en la calle y decía “Esta lloviendo” la gente abría sus paraguas, si entraba a
un banco y pedía plata la tenía, si le gustaba una muchacha y la invitaba a
tomar un café, aceptaba.
No se le negaba nada. El Tatarta comenzó una
nueva vida, sin hacer prácticamente nada, tenía todo, solo tenía que hablar y
pedirlo.
Un día quiso ser Ingeniero, fue hasta la
facultad y lo dijo: quiero ser Ingeniero, en veinte minutos le dieron el
título. Nadie le preguntó nada.
Otro día entro en una casa de venta de autos,
y dijo que quería el rojo que estaba en el salón, a los diez minutos estaba
manejando por la calle.
Le era fácil la vida y lo fue fácil durante
treinta y pico de años más.
Lo tenía todo y no hacía nada, y nada era lo
que se le negaba.
Como a esa altura ya no había abuelos
atribulados al Tatarta se le ocurrió que no sería mal idea estarse un tiempo
con ese Obispo célibe y la maestra soltera y virgen.
Así, como quien no quiere la cosa se fue
hasta la capital de esa provincia una tardecita de otoño, llegó también como
quien no quiere la cosa y lo primero que pidió fue estar con el Obispo.
Lástima, porque el Cementerio no tiene
puertas de salida para los que ya se han ido.
La maestra, soltera y virgen, ahora estaba
jubilada.
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