Está sentado frente a mí, las manos apoyadas
sobre la mesa de la confitería, la derecha juega con la cucharilla de café, la
izquierda tamborillea sobre un cuaderno negro, al costado una lapicera reposa.
Yo lo conozco. Es el hombre que va a morir.
Parece no estar preocupado, su mirada se
pierde por la vidriera que da a la avenida, tal vez observando el paso del
colectivo 60, un tanto vacío a esta hora de la tarde, tal vez el lento andar de
ese taxi que va en busca de pasajeros, o solo le mira el culo a la rubia que
espera que el semáforo le permita cruzar la avenida.
No puedo adivinar sus pensamientos en ese
silencio de piedra pómez en que está metido.
Tiene las piernas cruzadas debajo de la mesa,
su pie izquierdo apoyado en el piso mientras el derecho bailotea, la bocamanga
del pantalón lo acompaña. Es un pantalón gris topo. Un saco azul me oculta su
cuerpo, pero parece algo excedido de peso, no mucho. Su cuello asoma desde
adentro de una camisa blanca, se une por el mentón al rostro, se enmaraña en
una barba rala, contornea una nariz algo exagerada, se bifurca en las cejas y
se acaba en su cabello entrecano.
Esta allí, frente a su café el hombre que va
a morir. No deja de tamborilear sobre el cuaderno negro ni abandona la
cucharita de café.
Yo espero, espero que de una vez por todas
quite su vista de la vidriera y se dé cuenta que él es el hombre que va a
morir.
Es en vano, pasa un largo rato y nada cambia.
La lapicera al costado del cuaderno, la mano izquierda que tamborillea, la
derecha que juguetea, el pocillo de café, seguramente frío o vacío y él que
mira por la vidriera, no ya el 60 ni a un taxi ni el culo de la rubia que ya
partió. Solo mira.
El tiempo corre lento, casi se acaba ya la
tarde y comienza a aburrirme ese hombre que solo mira por la vidriera.
Pago mi café, me levanto sin quitarle los
ojos de encima, voy hasta la puerta, camino cinco paso y espero que el semáforo
me de paso para cruzar la avenida.
Titila el muñequito rojo al final de la senda
peatonal. Me pregunto cuando me distraje que no vi que se puso verde. Comienzo
a cruzar, a medio camino recuerdo que olvidé algo, me regreso. El muñequito
rojo está quieto, fijo, ya no parpadea, veo a través de la vidriera el cuaderno
negro y a su lado la lapicera, ya no está el hombre que va a morir.
Desde la otra bocacalle el auto azul acelera,
velozmente se acerca. Lo ve el hombre que va a morir.
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