Es biólogo molecular, pero antes estudio
Ciencias Biológicas en la UBA y anduvo de paseo mucho tiempo coleccionando especímenes
marinos.
Anduvo por el Mediterráneo, por Asia, por
Oceanía, por Brasil, y también por Centro América, siempre buscando el mar y
sus bichitos. En sus largos viajes leía y leía mucho, hasta llegó a leer a
Herodoto y allí se enteró que por el siglo IV AC, los etíopes decían poseer una
fuente de la Juventud que les permitía mantenerse siempre jóvenes.
Bañándose en el mar del Caribe encontró una
medusa pequeñita, muy pequeñita, tan pequeñita que la uña de su dedo meñique le
resultaba grande para sostenerla, preguntó como la llamaban por allí y le
dijeron que le decían la “medusa perpetua”, porque nunca se moría.
Intrigado, fue a ver a un viejo pescador que
le mostró una que guardaba en una pecera y que según él había heredado del
bisabuelo de su abuelo y siempre estaba allí, flotando sobre un montón de
pólipos del fondo de la pecera.
Como buen biólogo, se intrigó y recogió del
mar unos ejemplares que guardó
cuidadosamente.
De regreso a su hogar se enteró que se
científicamente se llamaba Turritopsis Nutricula y que efectivamente era el
único caso conocido de un metazoo capaz de volver a un estado de inmadurez
sexual, colonial, después de haber alcanzado la madurez sexual y por tanto
teóricamente, este ciclo puede repetirse indefinidamente, presentándose como
biológicamente inmortal.
Después de muchos estudios e impulsado por el
apetito de saber que guía a los jóvenes, decidió clonar una célula suya
mezclándole ADN de su estudiada Turritopsis.
Debía andar por los veintiocho, treinta años
cuando realizó este experimento.
La clonación fructificó y en poco tiempo Atic
Nahuel se encontró con que en su laboratorio tenía un hermoso bebé que crecía
rápidamente, digamos algo así como tres veces más rápido que los bebes que
nacen producto de una reproducción natural. Llamo Hitotsu a este niño, que en
japonés quiere decir uno.
Hitotsu, creció rápidamente, al año ya
parecía de tres, a los tres de nueve y a los seis de dieciocho.
Cuando alcanzó Hitotsu esa edad, también
logró su despertar erótico y con él su madurez sexual, allí nuestro biólogo
comenzó a notar que Hitotsu repentinamente dejó de crecer y, al contrario, se
iba rejuveneciendo, al punto tal, que al cabo de seis años, nuevamente era un bebé.
Pero que llegado el momento de su retornar a
los pañales, recomenzaba el ciclo de crecimiento, idéntico e igual al originado
por la clonación.
Cuando este reciclaje de Hitotsu cumplió su ciclo
Sojo ya tenía más de cuarenta y cinco años y algo más de sabiduría, lo cual lo
llevó a pensar que algo estaba mal, puesto que su pequeño Hitotsu no superaba
los dieciocho años.
Realizó nuevos estudios, mejoró algunas
técnicas, hizo algunas consultas y finalmente decidió clonar una nueva célula
suya. Así hubo de nacer Futatsu, o sea dos en japonés, quien repitió la misma
historia que su hermano Hitotsu, solo que en lugar de comenzar a rejuvenecer a
los dieciocho años, lo hacía a los quince.
Nuevamente esperó que Futatsu cumpliera el
ciclo y que Hitotsu llevara otros tantos, cuando, a los sesenta y pico, Sojo,
realizó su última clonación, de la que surgió Mittsu, tres, quien a su vez
crecía al mismo ritmo que sus predecesores, pero comenzaba a rejuvenecer
alrededor de los once años.
Hoy, los ojos de Sojo ya no son los de antes,
ni tampoco su interés por la ciencia, pero aún se lo puede ver paseando todos
los días por el Jardín Japonés de Palermo, algunas veces con tres muchachos de
once, quince y dieciocho años, idénticos a él, otras con unos niños, el mayor de
los cuales no supera los nueve años, mientras el menor transita en un cochecito
jugando con un chupete o tomando una mamadera.
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