sábado, 5 de septiembre de 2015

Decepción


Con la serenidad escrupulosa de los que están acostumbrados
disfruté, pues, en silencio de lo que en silencio debe disfrutarse.
Fue en un atardecer de aquel entonces, a  puertas cerradas,
con la boca abierta, inmóvil, echado a lo largo del mullido lecho.
Corría el crepúsculo y brillaba, cada vez más clara, la luna en el cielo,
como obedeciendo casi a un viejo pacto no olvidado.
Unos dedos me hablaban en suave morse sensorio,
por ello ardía en júbilo exaltado a ratos, extasiado en otros.
Al entregarme a sus manipulaciones olvidé que estaba
siendo nuevamente operado en aquel viejo hospital.

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