Su nombre era José. Su mujer y sus hermanos lo llaman
Pepe. Para nosotros era Don Varón, porque su apellido era Varón.
Había nacido en la desértica zona de las Tabernas, en
Andalucía y había emigrado a la Argentina por los años 20, al contrario de muchos
que se quedaron por el norte, el se vino al sur, al viento y al frío donde
encontraba algo de su abandonada Almería.
Era bajito y regordete, y ya pisaba los cincuenta y
cinco, sesenta años, debajo de una gorra con visera, que no se quitaba nunca, estaba
su cara redondeada, de piel blanca y cachetes rosados que terminaba en una
eterna y bonachona sonrisa.
Trabaja en los talleres, pero su pasión y su saber eran
las plantas, uno de esos innatos jardineros de quienes se dicen que tienen
“manos santas”, tanto podía injertar un rosal, como aporcar en la huerta o
podar los frutales para que rindieran ese año más que el anterior.
Don Varón, tenía un único lujo en su vida: cocinarse y
comer “fabada”, pero con un pequeño detalle,
no la hacía con porotos, alubia o como quieran llamarle, sino que la
hacía con habas, que cosechaba de su propia quinta, tal era así que su lujo
comenzaba con la cosecha, arrancando de esas verdes enredaderas las vainas, que
seleccionaba con ojo de experto e iba acumulando en una bolsa.
Luego con paciencia infinita y un pequeño cuchillo de
mango de madera, abría una por una las vainas e iba volcando los granos en un fuentón,
para, ya sobre la media mañana, darse a la tarea de ir cocinando, cebolla, ajo,
chorizo, panceta y no sé cuantos ingredientes mas para culminar su renombrada
“fabada”.
Su plato tenía un comensal de lujo: mi hermano menor, el
Gordo, que así le decíamos porque era rollizo, de grandes ojos celestes, cachetes
mofletudos y bastante panzoncito para sus, por esa época, tres o cuatro años.
Don Varón y el Gordo, tenían una amistad especial, por
alguna extraña razón mi hermano se sentía a gusto y disfrutaba estando con ese
asturiano algo exagerado, cuando no mentiroso, y este se divertía con las
ocurrencias del niño.
Un día sábado, el día previo a una “fabada”, estaba el
jardinero invitando a mi hermano a almorzar al siguiente su plato favorito,
indicándole que debía solicitar permiso a nuestra madre. El Gordo, sabía que
los domingos un tío de mi padre, Manuel, infaltablemente almorzaba en nuestra
casa, y aunque en el fondo deseaba hacerlo, ponía esto como excusa para no
aceptar la invitación.
- Pues que
no hay problemas, que también venga tu tío Manuel, amplió su invitación don
Varón.
- Le digo,
pero tengo otros tíos también, respondió mi hermano, comenzó a enumerarlos:
Rogelio, Raimundo, Omar, Fernando.
- Son
muchos, lo chuceo Don Varón, tenemos que quitar uno.
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