Encorvados
ventricularmente
nos
embriagamos en desvaríos.
Ilógicos,
sobre un vértice de luz,
mirando
desde allí transformar
en
oscuridades la luz del sol,
disfrutamos
un mar en la barbilla
y
diez minutos en la mano abierta.
Nos
extasiamos en la preñez del aire,
dibujando
lunares a los amigos,
riqueza
que guardamos alucinados
como
la llave que trae un poema.
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