En
el azul se dilata tu silencio pequeño,
un
ronroneo que se deshoja, trepando
por
las sombras de las noches negras,
tropieza
en mi pecho y se enreda fértil
en
mi cuello. Allí se arraiga por horas,
cercano,
hasta que el alba se involucra
y lo
convierte en balbuceos de modorra.
En
secreto, sin luz ni guía, se derrama
paso
a paso en esas vocecillas taciturnas
que
anuncian tu lento y pesado despertar.
Con
aires de minina, te estiras efímera
en
tu intento de permanecer acurrucada,
cobijando
los últimos fragmentos del sueño,
hasta
que la orquesta distante de un cosmos
ciudadano
te trae a tu realidad cotidiana.
De
un salto abandonas el lecho y corres
a iniciar
las góticas faenas de días imperfectos.
Año
tras año de todo ello me he deslumbrado,
y
aun no me acostumbro a ese corte visceral
que
en un parpadeo, me deja solo en el lecho.
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