Estira
la tarde su letargo como un pesado lagarto overo,
rumia
la lluvia su tedio lagrimeando vidrios en la ventana.
A un
sepulcro de lodo y agua caen amarillentas hojas,
el
azote de un impasible aliento agiganta todo aislamiento.
Es
domingo, día insulso y anodino. Día madurado en nadas.
La
tormenta acumula escombros de antiguos recuerdos
abandonados
en las trampas de lo siempre perdurable,
un
hilo tenue impide que se derramen en el vacío del silencio,
enjambre
que ahoga los pasos de alguna posible esperanza,
condenándola
a las fronteras de una neblina de sombras.
Las
palabras, como flores secas, se ahuecan sin pronunciarse.
¿Para
qué hacerlo? Si todas, inevitables, llevan tu nombre.
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