Estremece
el cuerpo un palpitar extraño,
persistiendo
en el aire ese lento escalofrío
como
niebla que invade cualquier pulso.
Es
un surco abierto de huellas y rocíos
que
se deshace como ofrenda a la nada.
Estrago
que vierte polvos de derrumbe
en
el barranco de una tarde cualquiera,
y
allá en el fondo, se agazapa el incendio
que
encierran el abandono y la distancia.
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