lunes, 2 de febrero de 2009

Dos de espaldas

Pega el sol de este otoño de primavera
sobre los techos que asoman a mi ventana,
el viento de la noche tumbó un cordel,
tiró una maceta con un ficus seco,
y le abrió al gato barcino una puerta
en la banderola de la vieja fabrica.
El felino aprovecha para chusmear intimidades
y descubrir que los ratones ya no habitan
los techos de Buenos Aires, solo los gorriones.
Maleducadas e impreterritas, dos espaldas,
asoman sobre un techo gris de chapa
y se niegan desde siempre a mostrar
tan siquiera por un instante sus rostros.
Las adivino imperturbables mirando serias
sobre la calle Venezuela, distraidos transeuntes.
Parecen sostener, ambas mutuamente
algo así como la losa de una tumba ausente,
ausente de muertos, ausente de cuerpos.
De una espalda adivino, su testa coronada
por un yelmo o un casco cornamentado,
la otra parece estar debajo de una toga.
¿Seran dandome la espalda, una pareja enamorada?
Lindo interrogante para el desvarío de una tarde
de un miercoles de sol de otoño a dias apenas
de un aniversario que solo aluncina mi aburrida,
y sempieterna soledad de oficinista.

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