martes, 3 de febrero de 2009

Poderoso Caballero

Los primeros síntomas, sucedieron, como todo acontecimiento que recién da comienzo, sin que fueran percatados por nadie, tal vez, como excepción podemos señalar a Darío Permarini, un empleado público que siempre vivía al día y casi dependía de ella como del mismo aire que, con esfuerzo, respiraba.-
Darío Piermaríni, rondaba los sesenta años, era flaco, de nariz roma, labios finos, solterón irrecuperable, vestía de traje oscuro, probablemente el mismo traje siempre, con sus camisas a medio planchar y la corbata, rigurosamente negra, sostenida por un nudo que delataba los años en que había sido hecho.
Hombre de gastos medidos, minucioso hasta la exageración, desde que había comenzado la carrera administrativa en esa repartición estatal, había hecho del uso diario de la tarjeta bancaria una religión.
Todos los días, quince minutos antes de entrar a sus obligaciones laborales, se paraba frente a la puerta del cajero automático del Banco Nacional, miraba hacia ambos lados de la acera para cerciorarse de que no hubiese nadie observándolo, pasaba la tarjeta por la ranura de acceso, abría la puerta y retiraba meticulosamente los ciento veintitrés tesauros que se auto había asignado para los gastos de ese día.
No era una cifra absurda ni tomada al azar, era la cifra que correspondía a su salario mensual dividido por cuarenta, treinta días que había calculado tenía el mes, (cuando este era de treinta y un día, ese trigésimo primer día no hacía retiros) y diez días mas, que, según misteriosos cálculos que había desarrollado hacia mil novecientos ochenta y nueve, de no tocarlos por lo que le restaba de vida laboral, le asegurarían un retiro a la vida pasiva sin sobresaltos, una jubilación extra.
Aunque distintos acontecimientos sucedidos luego del ochenta y nueve, tendrían que haberlo llevado a modificar sus elucubraciones matemáticas, por alguna misteriosa razón no lo hizo y siempre continuó dividiendo su mensualidad por cuarenta y retirando diariamente la cantidad resultante.-
Pero esto no es lo interesante, lo interesante es que Darío Piermarini, advirtió un día, martes para ser más preciso, que no podía retirar su jornal del cajero del banco, y que tampoco pudo retirarlo de dos o tres bancos que le quedaban en las cercanías.-
Si bien esto se subsanó al día siguiente, a los pocos días volvió a repetirse y Darío, tan meticuloso él, tornose quejoso de no poder tener en sus manos esa antigüedad, casi totalmente en desuso que era el dinero en papel moneda.-
Aquí tal vez convendría aclarar, que hacia el dos mil diez, y siguiendo las recomendaciones del Foro de Davos, reunido a principios de ese año, y a instancias del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, la totalidad de los países del mundo, a excepción de Cuba que extrañamente seguía sometida al régimen contestatario y rebelde de Fidel Castro, habían decidido sacar de circulación la moneda corriente, reemplazándola por medios electrónicos de pago.-
Los argumentos fueron varios y contundentes, tan contundentes que, salvo la indomable Cuba, las sugerencias davonianas fueron acatadas casi de inmediato.
Y si lo razonamos bien, visto en profundidad, dichos argumentos eran incontrastables: desde la cuestiones domésticas, como por ejemplo que los niños podrían llevarse las monedas a la boca y tragarlas, hecho que, dado el estado nutricional en progresión no favorable, en que se encontraban, podría acarrearles consecuencias letales, y no era lo mismo que estadísticamente figuraran porcentajes altos de niños no vivos a consecuencia de “nutrición en progresión no favorable” que un porcentaje alto de niños no vivos por “obstrucción monetaria”.-
Pasando por cuestiones de higiene pública, como la firmemente sostenida tesis del Dr. Ralatem Metalar, de Malasia, quien había desarrollado en nueve tomos de doscientas hojas cada uno la llamada “Teoría de la contaminación monetaria” de gran aceptación a nivel mundial, tanto que por quince años fue propuesto como Premio Nóbel de Medicina, titulación que no pudo alcanzar porque, maléficamente, durante esos quince años, los jurados de tal acreditación fallecieron víctimas de la nombrada contaminación.-

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