martes, 3 de febrero de 2009

Tiempo de gitana

La noticia en los diarios apareció así: “Vanesa Zarcos es una joven gitana trelewense de la que ayer se estuvo hablando durante gran parte del día en los medios nacionales; porque fue liberada por la Policía Federal tras haber estado un año y medio secuestrada por unos cíngaros en un domicilio de Buenos Aires”.
Un año y medio atras viento agitaba sus cabellos cuando cruzaba la plaza principal de la ciudad de Trelew, entrecerraba sus ojos evitando que el polvo que flotaba en el aire los irritara.
Así, con los ojos entrecerrados soñaba con esa ciudad que nunca había visto en sus diez y siete años, la imaginaba grande, tumultuosa, totalmente distinta de este pequeño pueblo patagónico en el que había nacido y en el que había transcurrido toda su vida.
Se refugió unos momentos en la pérgola de la plaza y, dejando volar sus sueños, creyó estar en el Rosedal de Palermo, veía la gente caminando a su alrededor, jóvenes, muchos jóvenes, altos, morochos, de torsos fuertes, brazos largos y ojos renegridos, como todos los de su raza.
La mano de Omar sobre sus hombros la volvió a la realidad.
“Es tarde, debemos volver a casa” pronunció la voz ronca del muchacho en un caló solo por ellos entendido.
“La maldita disciplina familiar” pensó, siempre tener que obedecer las ordenes de su padre y de sus hermanos o de cualquiera de los hombres de la familia, como sucedía ahora con Omar.-
Ël había llegado hacía quince días con su familia desde Buenos Aires, sus padres habían venido a Trelew por negocios, compra y venta de autos, toda una tradición entre los gitanos que viven en la patagonia.
Durante esas dos semanas Vanesa no se había cansado de preguntarle sobre Buenos Aires, su verdadera obsesión, así se había ido enterando del barrio en que vivía, Villa Santa Rita.
Un barrio pequeño en sus dimensiones y que conserva un perfil bajo dentro de la ciudad de casas modestas, que pocas veces tienen más de un nivel.
A la inversa de este Trelew en que vivía, Villa Santa Rita no cuenta con ninguna plaza, le contó Omar, ningún espacio verde, a pesar de haber tenido gran cantidad de terrenos baldíos durante tanto tiempo.
Pero para compensar, el barrio tiene muchos árboles en sus calles, le había dicho Omar, jacarandaes, paraísos, tilos, álamos y plátanos, además de gomeros, lapachos, etc., que refrescan sus veredas y hacen más apacibles las tardes de verano, en las que el muchacho solía esperar el anochecer escuchando la radio sobre alguno de los autos que su familia tenía para comercializar.
En los últimos días Vanesa había tomado la decisión de conocer Buenos Aires, se lo había dicho a su madre, la que por supuesto le dijo que solo su padre podía darle permiso, y de este ya conocía la respuesta, un rotundo no, que no sabía como doblegar.
Pensando en como decírselo, llegó a la casa en que vivía en el barrio Covimar II.
Un año y medio después de ese día Vanesa fue noticia en los medios de comunicación, estos informaron sobre una traumática experiencia del cautiverio, desmintiendo asimismo la versión de que se haya tratado de una transacción comercial entre miembros de la colectividad.
Los medios dicen que su padre supuestamente la vendió, pero ella sabía que él tenía loca a su madre para que fuera a buscarla, recordaba que no quería darle permiso para que vaya a conocer Buenos Aires, no quería dejarla ir pero tanto insistió que fue solamente por diez o veinte días y supuestamente la mandaban de vuelta.
Estuvo un año y medio, se llevó un celular y se lo rompieron, así que no tuvo más contacto con su familia.
Finalmente su madre Marilena Clavio, tuvo que recurrir a la Fiscalía de la Capital Federal para denunciar allí el hecho del secuestro porque en Trelew no le “hicieron caso”.
La información que trascendió por los medios nacionales a las horas de que la Policía Federal concretara en el barrio de Villa Santa Rita el procedimiento mediante el cual la liberó y detuvo sus supuestos captores, daba cuenta que la joven había sido “vendida por su padre en el 2005, cuando tenía 17 años, a un matrimonio gitano que habría pagado por ella entre 5 y 6 mil dólares”, y que ahora se investigaba “si los apresados la obligaban a prostituirse y si además tenían planeado venderla a otra familia de la colectividad con el mismo fin”.
Vanesa leía las noticias y pensaba en lo poco que los “payos” saben de los gitanos.
Ella sabía que existen numerosas tribus de distinto origen en la Argentina y que pueden agruparse en tres clanes.
El más numeroso es el kalderash: de origen griego, húngaro, ruso y moldavo Luego vienen los calé españoles, como su familia, y la de Omar y, por último, los boyash rumanos.
Hasta hace unos cincuenta años, eran verdaderamente libres, todos los gitanos ejercían el nomadismo pero durante la primera presidencia de Perón se promulgó una ley que los obligó a establecerse y hoy sólo viajan por negocios ya que prefieren comprar y vender cualquier producto a trabajar en relación de dependencia.
“No nos gusta obedecer –explicaba su padre – Preferimos ser nuestros propios jefes.”
De la boca de su madre, Vanesa recordó el inicio de su aventura: “Esta familia, (por la de Omar), vino de visita, porque antes vivieron acá durante unos diez años y me la pidieron prestada para ir a Buenos Aires y ella como quería conocer la Capital se prendió para ir” y vaya si Vanesa lo había deseado.
Siguió contando la madre que “el papá no quería dejarla pero tanto insistió que fue. A los diez o veinte días supuestamente ellos me la iban a mandar de vuelta. Estuvo un año y medio”, indicó.
“Es más, yo viaje como cuatro veces para buscarla y ella llamó al comisario García actualmente jefe accidental de la Seccional Tercera; no sé cómo consiguió el número pero lo llamó desesperada, llorando. El esta de testigo que estaba llorando en el teléfono pidiendo que la fuera a sacar de donde estaba”, agregó.
“Eso fue lo que me llevo a Buenos Aires a sacar a mi hija; a mover montañas para encontrarla. Sabía que no me podía acercar a la casa de esta gente porque sé que son peligrosos y por eso fui a la Fiscalía de Capital Federal a hacer la denuncia, como para que me ayudaran porque mi hija estaba detenida ilegalmente”,
Y la mente de Vanesa volvía recordar sus días en Buenos Aires, junto a Omar, a la que fue su “noche de bodas”: cuando la pareja fue a pasar la primera noche, sobre la cama había una pollera blanca, ella sabía que al día siguiente, la madre de Omar, porque la suya no estaba, iría con todas las mujeres del grupo a ver si estaba manchada de sangre.
Si la pollera hubiera estado limpia, el festejo se suspendía y ella, la novia, hubiera quedado humillada, hasta la podían devolver a sus padres.
Vanesa, como todas las gitanas sabía como hacer trampa y ensuciar con otra cosa, pero también sabía que iban a hacer una prueba: la madre de Omar iba a tirar alcohol sobre la tela y cepillar bien fuerte.
Si la sangre es verdadera, no sale por mucho que la refriegue.
Y eso fue lo que sucedió en la mañana siguiente, la mancha de sangre resistió la fiegra de su flamante suegra.
Entonces vino la fiesta, que duró cuatro días.
Vanesa calcula ahora que se metieron al horno cincuenta lechones, cincuenta pavos, cincuenta barriles de cerveza a la heladera y que todos se pusieron las joyas de oro que tenían escondidas.
Luego la madre detalló a la prensa: “Ella tiene su cara marcada, el cuello, los brazos moreteados y quemados; la vieron en la Fiscalía. Es una chica que pasó muchas cosas ahí adentro mientras yo no podía recuperarla. Había hecho denuncias acá, me mandaron a cualquier lado y no me hicieron caso”, recordó.
Y Vanesa se mira los brazos moreteados y recuerda los labios de Omar sobre ellos, y su cuerpo caliente sobre su cuerpo ansioso, y vuelve a sentir sus dientes sobre su cuello y su respirar ansioso, agitado, haciéndole el amor como solo se puede hacer el amor a los diez y siete años.
- Y ¿cómo hizo usted para saber el lugar en dónde su hija se encontraba cautiva?, le preguntó el cronista a su madre, a lo que respondió: “Ella un día se escapó y le pidió a un señor que le prestara el teléfono porque no tenía plata y ahí me dio la dirección. Es decir, me dijo; Juan B.Justo y Tres Arroyos, fueron las únicas palabras que me dijo. Desde ahí empecé a caminar y preguntando llegue hasta donde ella estaba”, indicó.
Una prima de Omar, Olga, vive a pocas cuadras de la casa de sus padres. Sus abuelos vinieron de Rusia y Hungría hace tantos años que no puede contarlos. Ella tiene el don de la adivinación: sabe leer las manos, las líneas del rostro y la mirada.
La casa donde viven Olga, su marido, su suegra y sus hijos es un galpón pelado, con una mesa como único elemento mobiliario. Una cortina de chapa oficia de puerta y no hay paredes que dividan la estancia en cuartos separados. No usan camas ni sillas, sino que duermen en colchones tirados en el suelo y se sientan sobre almohadones.
Alli iban a vivir Omar y Vanesa.
En su paso al sentarismo, muchas familias abandonaron la costumbre de dormir todos juntos, como en las carpas. Otros, acostumbrados a los espacios abiertos, se sentían encerrados y tiraron abajo las paredes.
Olga corta manzanas, bananas y peras en pedazos y las mete dentro de una tetera. El té tradicional gitano es una especie de ensalada de frutas caliente. Mientras servía, contaba: “La vida de los gitanos cambió mucho. Antes íbamos de un pueblo a otro, pidiendo luz y baño a los vecinos, adivinando la suerte y vendiendo caballos –dice – Ahora estamos instalados, mandamos nuestros hijos a la escuela. Las nenas usan pantalón hasta los quince años, que es la edad de casarse. Ahí el muchacho pide la mano al padre y él decide la dote: diez monedas de oro, o quince, que son cuatro, cinco mil pesos. Los dejan noviar un poco... ¡Pero nada de verse a solas, porque tiene que llegar virgen al matrimonio!
No hubo monedas de oro para Vanesa, su padre no le había dado permiso para ir a buenos Aires y mucho menos para casarse.
A su turno, Vanesa, quien hoy cuenta con más de 18 años, volvió a reiterar que su padre en ningún momento la vendió, “ellos vinieron a Trelew, yo quería ir a Buenos Aires a conocer, mi viejo no me dejaba ir y hasta que se cansó pero me fui sin su autorización”
-¿Te maltrataron? le preguntó el periodista: - “Dos o tres veces sí”, contestó. “Era cuando me quería volver”, señaló.
“Supuestamente estaba juntada con un chico pero yo no lo quería -siguió contando-. Ahí me cambiaron el nombre, me decían Susana y estaba encerrada bajo llave todo el día. Yo estaba ahí con mi supuesto marido, con mis supuestos suegros y con algunos cuñaditos chicos” siguió fabulando Vanesa.
En los medios la historia quedo como que una banda de gitanos que se dedicaba a "comprar" chicas menores de edad en el interior del país para luego "venderlas" a otras familias gitanas o explotarlas en el ejercicio de la prostitución y que fue desbaratada por efectivos de la Policía Federal, en el barrio porteño de Villa Santa Rita, en el corazón y en el cuerpo de Vanesa la historia era distinta, era una historia en Tiempo de gitana.

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