miércoles, 4 de febrero de 2009

Parte Policial

1934 = 2007

Acta numero setentiocho de 1934 En la Villa de San José de la Dormida, en el Departamento de Tulumba, ante yo, el encargado de la comisería de acá, San José Ob Peraltine, mas o menos a las ocho y veinte, póngale ocho y treinta, de hoy once de enero del año que corre o sea mil novecientos 34 se me acerca respetuosamente el número Sussavani, Agenor María y me expresa hablando verbalmente que mientras pegaba vueltas por la localidá, ejerciendo la autoridad que yo le delegué la vespasada para que justamente lo hiciera, vio que de la casa del vecino don GIAQUINTA, Valentín Ursulo, persona que tenía muchos años, y que vivía solitario, pues su mujer había procedido a fallecerse oportunamente y sus tres hijos están en San Fernando del Valle de Catamarca, donde son creo que piones, salía una baranda terrible, por lo que procedió, tras olfatiar varias veces, a notificarme verbalmente y ahora que lo escribí, por escrito.
Nos acercamos con precaución a la calle Don Marcos Juárez sin número, que la chapa está toda herrumbrada y tanteando con la mano la puerta, apreciamos los dos que al no estar cerrada con llave estaba abierta y que al abrirse la citada baranda se agrandaba hasta ser totalmente gedionda, que hasta daban arcadas. Al avanzar en el adentramiento vimos que el perro de la casa, que estaba atado, era el que lanzaba fuera de si la gediondes, por lo que procedimos a desconstituirnos rapidamente y le pedimos a la vecina doña Margarita Rita Allirebi, viuda de su esposo que había muerto hace como dos semanas, unos trapos y una botella de labandina que nos facilitó a título de colaboración y a cambio que la dejásemos entrar a mirar, a lo que procedimos a acceder.
Con los trapos y la labandina, agarramos al perro muerto y, mediante la introducción repetida de una pala en la tierra del jardincito de adelante, hicimos un pozo donde procedimos a enterrar al causante, con lo que disminuyó el olor. El cadaver del perro estaba sano del lado de afuera, o sea que no tenía balazos ni nada, por lo que entendemos que falleció muerto de hambre y de ganas de tomar agua, el pobre.
Tras realizada esa operación piadosa nos introdujimos otra vuelta en lo de don Valentín para indagar las causas del óbito del perro y vimos, santiguándonos, que en el lado superior de la cama grande donde, presuntamente dormía, ya que era la única que había, se encontraba el citado don Valentín, totalmente inmóvil, en grado de cadáver, por lo que, tras rezar un Ave María, me retiré para avisarle al Juez por teléfono, ya que aquí no hay, tarea que delegué en el número Ramírez, Introducido Juan, que para eso sirve mucho y me volví, para custodiar el teatro de los hechos o sea la escena del tránsito a la otra vida, no sea que lo haigan matado en forma de delito.
Lo único que Don Valentín (que en paz descanse) tenía puesto era un calzoncillo de los de antes, de tela común. Y como estaba boca arriba no tenía heridas de arma blanca ni de otro color, como ser balazos o golpes con un fierro o con un palo. Previa mirada para ver si no había rastros o otras porquerías, uno nunca sabe, el funcionario que firma cuanto termine de escribir, no antes, se introdujo lateralmente de costado debajo de la cama con una linterna de la Repartición para ver si no habia sido acuchillado desde abajo hacia arriba, pero el colchón, medio viejo, eso sí, estaba sin roturas que se apreciaran a ojo de buey cubero. O sea que parece que habería sucedido la cosa de muerte morida y no de muerte matada, pero eso lo tendrán que decir los oforenses.
Para ver si venían de la ciudad alguno, nos constituimos, sacando dos sillas de totora, en la vedera de la casa, a la que se habían arrimado unos cuantos vecinos, que trajeron mate y hasta un porrón, pero esta autoridad y el número no tomaron nada por estar en horas de servicio, que está prohibido.
En eso, pasó en su charré el doctor Raul Méndez Olacir, que si bien no es oforense, fue parado por mi, que le rogó que si queria agarrar y tocar al cadáver del finado, a lo que con la gentileza que siempre tiene, y mas cerca de las elecciones, dijo que sí, y procedió a entrar y se puso unos guantes transparentes que sacó de su maletín, que es muy fino, de lindo cuero labrado.

El Doctor Raul miró al finado desde varios lados (arriba, costado de un lado, costado del otro lado, le movió la pierna izquierda un poquito, nomas, se sacó el guante derecho de la citada mano y le puso la palma en la frente del crepado, y dijo, dijo, dice que debería estar muerto desde hace como seis horas, pues ya tenía una enfermedad que solamente ataca a los muertos y que se llama rigor muertis y que procede a endurecerlos como almidonados. Al contarle al Doctor lo del perro hediondo nos dijo que lo mas seguro era que al muerto le hubiera dado un ataque de algo jodido que lo dejó paralítico y que eso provocó la muerte del perro por falta de alimento para comer y que luego le tocó el turno para fallecer a don Valentín, con lo que siendo la hora trece y veinte y no apareciendo nadie desde Tulumba, procedí a dejar al número en calidad de consigna inmovil y me retiré a mi domicilio para alimentarme yo, y prometer enviar a mi hija Antonia con algo de asado de chivito para el número, de lo que dejo constancia y firmo.

San José Ob Peraltine
Encargado de acá de la Comisería de San José de la Dormida

1 comentario:

  1. Una narración vibrante. El lenguaje coloquial le da vigor y consistencia.La construcción instala el enigma y por ende la
    lectura atrapa.

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