Impertinente
la penumbra
agita
el respirar del centinela.
Perdida
la mirada,
otea
las
cortinas de brumas.
Pupilas
inquietas
hurgan
con impotencia,
entre dudas
y temores,
los
monstruos
que se
esconden bajo el cielo.
En realidad,
teme
cambiar
la dirección del ojo
y mirar
bajo su piel,
untuosa
de algas y cicatrices,
moribunda
de soledad,
por
ese amor que, con lisa desnudez,
lo devoró
con
ásperos mordiscos,
y
encontrarse allí
con
todos sus monstruos.
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