El tiempo de la herida y la azucena,
el de la locura y el bello desorden
fue reemplazado, en efímera cita,
por una pequeña ayuda a mi aorta.
Estocada recibida sin queja ni grito.
Ahora debo fingir que estoy dormido,
presuntuoso de garbo y desventura,
callándome en el verbo y en la acción,
hasta el tiempo en que, la carne renovada,
recupere en una aurora, el ala que la sirve
y lento llueva contra la tarde y tu retrato
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