Concluye
un grito en el silencio
y
todavía me avergüenzo de mí.
A
punta de navaja y buen pasar,
agrieto
el techo de la indolencia
en
la última etapa de todo lo ilegal.
Un instinto
astral me compromete
al autoconocimiento
de los antojos,
aprendiendo
a decir en susurro
los
falsos delirios de un café frío.
Volvamos
donde todo comenzó,
ya
es definitiva la recordación.
Flota,
como un barco en el agua.
Entre
voces que nunca escuché,
esa tormenta
de un sueño marino
se suspende
en el sonido del fuego.
Una
vez más caen las ausencias,
y se
escuchan las candelas del alma.
Todo
cambia. Tengo que persistir.
Amores
borrosos son bienvenidos.
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