miércoles, 10 de enero de 2018

El collar


Caminaban juntos, uno apretado al otro, sentían sus cuerpos rozarse en la luminosidad del atardecer. El sol, buscando el horizonte disparaba dardos lumínicos que lo enceguecían.

Un extraño adormecimiento lo hacía tambalear, evitando una caída por el solo echo de aferrarse al cuerpo de ella.

Transitaban una acera rugosa, junto a un viejo galpón que oficiaba de escuela, cuando, desde una ventana una niña agitó su mano saludándolos.

-       Es Trixi – dijo ella – la hija de…
-        
-       Si, ya se – respondió el con una voz grave – la hija de tu amiga de la secundaria, la que trabaja en la Marina.

Ahora sus pies pisaban el canto rodado de una playa apenas bañada por las aguas de un río calmo. Sus ojos seguían sin poder ver más que el resplandor que lo enceguecía, un fulgor argentino con destellos dorados que, a mas de impedirle ver, hacía bailotear puntitos negros antes sus ojos.

Esa ceguera transitoria le molestaba. Se apretó mas al cuerpo de ella, oliendo la fragancia de su cabello algo revuelto por la brisa que venía del río.

-           Cuanto tiempo pasó desde aquello – dijo la mujer apretando su mano – sabés que fue un error y me arrepiento. No te lo puedo explicar.

-           Diez años – dijo el, tratando de que sus ojos recuperaran la visión – Ya no importa. Diez años lo soporte, ni una palabra, ni una disculpa. Ya no importa.


La luz se tornaba insoportable, hería sus pupilas y se sentía tambalear cada vez más por el inexplicable mareo.

Lentamente pudo abrir sus ojos. Por la rendija de la persiana se filtraba un rayo de sol del naciente día, le daba justo en sus ojos. Se estiró en el lecho, desperezándose, giró la cabeza y se topo con los ojos de ella desmesuradamente abiertos, un surco rojo lucía, como púrpura collar en su cuello.

2 comentarios:

  1. Nada es casual, y siempre hay un por qué. El sol dispara dardos y no se arrepiente. Bonito relato.

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