Un último incendio
se
gestó cuando nos devoramos,
luego,
la marea
dejó un
pequeño charco.
Eso
fue allá,
por el
pasado septiembre,
con la
primavera que,
pariéndose
forestal y florida.
venía
vehemente
a
sacudir la languidez
de mi
quieto otoño.
La
mañana fue único testigo.
Pero
las mañanas
duran
poco meneando su fortuna
y son
de memoria frágil.
Cuando
los pájaros llegaron,
probablemente
esquivando
las nubes,
ingenuas
luciérnagas
titilaban
sobre el pecho durmiente.
Solo
existía un sueño.
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