Era de
un gris de idas y vueltas,
con
una vieja alma de barrio.
Se sentaba
en la misma mesa
de
toda la vida, la de los farsantes,
sin
separar lo vacío de lo lleno.
Se
mentía mirándose al espejo
cada
vez que tenía algo de tiempo.
Tenía
fama de ladrón de almas
que
escondía en obras de arte.
Jugaba
dominó y se dormía en el agua.
Un
tipo aburrido que andaba, solo,
abrazando
al sol de los domingos.
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