domingo, 7 de diciembre de 2014

Algún día


Con el arrojo de la eternidad
me acomodé en una esquina,
en última hora del destierro
en la espera de la locura.
Vino lenta, como sin querer,
disfrazada de ignoto alcohol.
Un vaho de desazón la seguía.
Caminante de pasos lerdos,
agitando paraguas de exilio,
anónima, se me fue acercando.
Reo de mi libertad de acecho,
en el silencio de las sombras,
intuí sus esencias escondidas
en los unicornios que la seguían.
Con indiferencia, me concedió
la fiera agonía de su rosa negra.
Experimenta el conocerme, dijo.
Algún día puedo quedar contigo.
Escuché y no lloré ni un poco.

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