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Te vistes… te miro… te vas.
Quedan tus tórridas brisas
en el clamor del amanecer.
Un fruto de lánguida apatía
arropándose en las sábanas,
paraíso en el que persisten
vahos de húmeda intimidad
ligados a tu piel y tu cuerpo.
Un último aliento despereza
un deseo que procura volver.
Te desvistes, te veo, te quedas.
En luminarias el día comienza.
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