Estas perezosas
mañanas de invierno,
mordiendo
impasibles mi nada,
se
abren camino, como debutantes,
por
los laberintos de mis venas secretas,
insistiendo
en desterrar la tristeza sin arraigo
de
alguna que otra primavera tronchada.
En los
ventanales descarriados de olvidos
se
estremece una cosecha de renuncias.
Me
cobijo en atropelladas ignorancias,
reivindicando
de mi cuerpo las paredes derruidas,
examinando
los ríos de tus piernas
y las
colinas donde mis ojos maman combates
que
encienden palpitantes brasas.
Luego,
a las siete y treinta exactamente,
germino
renovado entre los pájaros del día
y permanezco
abierto a los antiguos soles
disfrutando
del renacimiento del hombre.
En cada palabra del poema, surge el palpitar de las colinas erectas, en el momento justo de un día cualquiera. Deja ver el sol en días de invierno.
ResponderEliminarHermosa imagen. Los gatos amarillos me encantan.
ResponderEliminar