La ciudad real, por un derrotero sin mapas,
amanece los jueves con el corazón caído.
Duele su
incertidumbre de fotografía vieja,
su decadencia de fragmentos milimetrados,
aferrados a fábula de una calma triste.
Seres fantásticos, disfrazados de humanos,
monologan con su otro yo solo porque sí,
enarbolando paréntesis multipropósitos,
e improvisando metamorfosis incompletas.
Hilachas de paciencia entretejen vidas
austeras y burdas, teñidas de fracaso.
Los jueves tienen influencias silenciosas,
acechos laborales e infamias contenidas.
Son días de peaje y encuentros solitarios,
absurdos, entre un viernes que no llega
y miércoles siempre a mitad del camino.
El arte de la verdad desaparece los jueves
y en la boca de todos se perfila, inevitable,
una tarde aburrida por la que vamos andando.
Los martes también son aburridos, poeta, mientras todo el mundo duerme y un alma madrugadora quiere contemplar en solitario la salida del sol. Muy bueno.
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