En el aluvión de la noche,
rompiéndonos en ráfagas,
por fin nos despedimos.
Después no quedó nada,
ni nadie cargando la
fatiga.
Solo miembros desgarrados
en la ebriedad de un instante
inasible y misterioso de amor.
Apenas una grieta en el hueco
virginal de lo palpable. Un ahogo.
La honda sabiduría del mutismo
siguió insomne ese peregrinar.
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