En ese enero de año 22, el matrimonio Canto-Montes, comenzó a vivir el primero de los cincuenta y pico de años que los tendrían en Pico Truncado como habitantes.
Llegaron
recién casados, en tren, sin más pertenencias que el ajuar compuesto por los
regalos recibidos e inmensos deseos de progresar.
Hacía
unos diez u once años que la “población” había nacido, los primeros pobladores,
todos afincados en las estancias circundantes, con la llegada del ferrocarril
establecieron sus viviendas en las cercanías del Parador Km. 200, primitivo
nombre que recibió. Se establecen familias estancieras, comerciantes, peones de
ferrocarril y campo; la población rondaba los 400 habitantes y ya estaban en
ella algunas oficinas públicas trasladadas desde Caleta Olivia.
También
había un médico, rarísimo en esas épocas, hecho que provocó que se acercaran
pobladores de otras zonas para tratarse y como hasta entonces no había
posibilidad de contar con un hospital las internaciones se realizaban en los
hoteles del lugar: el Argentino, construido totalmente en chapa, La Paz y El Cóndor.
En
esos desolados parajes, todavía conmocionados por los acontecimientos del año
anterior, el Sargento 1º Zenón “Viento” Canto pasó a ser un hombre importante,
y paulatinamente fue aumentando sus jinetas y con ellas su importancia.
No
solo su importancia, también su familia: tres hijos, todos varones, Juan,
Ricardo y Hugo, que comenzaron a
corretear primero por la “casa oficial” pegada a la comisaría y luego por la
que lograron comprarse con los ahorros logrados en los primeros dos años.
Para
el año 30 Canto ya era dueño de una casa grande, frente a la estación del
ferrocarril, 10.000 hectáreas de tierra en la zona de las Cuevas que dedicaba a
la cría de cuatro mil ovejas, otras dos casa más en los límites de la ciudad en
expansión, un camión y un automóvil para su uso particular, además de otro
oficial, uno de los tantos que la Policía Territorial había comprado y le fuera
asignado.
Ya
convertido en padre de familia y gozando, ahora por derecho propio de las
prerrogativas de “estanciero” no era difícil verlo en la principal edificación
de Pico Truncado en altura e importancia, la Escuela Nº 8 a la que comenzaron a
concurrir sus hijos o en la Iglesia y en las fiestas de casamientos, bautismos,
bailes para las fiestas que se celebraban principalmente en el Hotel Argentino
que determinados días al mes funcionaba como cine sonoro y en otros para los
servicios de funerarios.
La
tranquilidad del lugar, solo alterada por el permanente viento, le permitía
llevar una vida cómoda y próspera, prosperidad que acrecentaba merced a
servicios que brindaba a la comunidad y por los que recibía suculentas
gratificaciones.
A
mediados de los años 30 se crea la escuela de cadetes de policía del Territorio
y allí va su primogénito, Juan, con algo más de diecisiete años para recibir
conocimientos que su padre había obtenido empíricamente.
El
grado de su padre había pasado de Sargento 1º a Comisario y esto le daba un
importante respaldo, en todo el territorio había solo tres comisarios, siendo
uno de ellos Zenón “Viento” Canto.
Los
años fueron pasando empujados por el viento, la nieve y el frío, los hijos
fueron creciendo, pasaron por la única escuela del pueblo, la 8, se fueron
casando y descasando.
Zenón
“Viento” Canto sentía que había ido logrando sus objetivos, un alto cargo en la
policía, su ascenso a estanciero, gracias a los aportes de la Leonor y del
asturiano de su padre, ya fallecido, su crecimiento económico lógica
consecuencia de ello y de las ovejas, sin contar lo que le dejaban las
prerrogativas de sus galones.
Atrás
había quedado el tiempo en que Santos Arroyabe, guiando dos carretas repletas
de víveres, pilchas y bastante alcohol, había armado con unas simple lonas, esa
“carpa” que se consideraba la primera vivienda de Truncado.
Ahora
nuevas casas iban rodeando la Estación de Trenes y los tradicionales hoteles
que centraban toda la vida social, el Comisario y el “doctor”, único médico del
pueblo, eran los personajes principales y un poco más atrás de ellos aparecía
el Comisionado de Fomento, rango que se estrenó por el año 49.
Por
esos años, don Manuel Caamaño, un poblador cansado de lidiar con la falta de
agua, se armó un rudimentario equipo de perforación y se encarajinó los días
haciendo pozos en sus tierras.
El
agua se negaba a surgir, ni siquiera daba señales de existir debajo de su
campo, pero el buen Caamaño, haciendo honor al origen prerromano de su
apellido, no se cansaba de hacer agujeros debajo de las piedras.
Sorpresivamente,
en una de esas alboradas perforadoras, cuando su ya improvisado e intuitivo
aparataje de perforación llevaba varios metros bajo sus pies, comenzó a sentir
un olor extraño y un silbido que pasó de sutil a vivaz en un abrir y cerrar de
ojos.
Su
precoz sorpresa fue el inicio de la mejor época de Pico Truncado, mucho más
prospera que la que el petróleo había traído en los años 50, se había
descubierto, de manera accidental e impensada gas.
La
“Capital del Gas”, como con el tiempo pasó a denominarse a Pico Truncado,
nacida del azar y la buenaventura, se convirtió en un polo de atracción para
nuevas empresas, todas ligadas a Gas del Estado, monopólico estatal que se
ocupó del volátil elemento.
Crecía
Pico Truncado y crecía el patrimonio del Comisario Zenón “Viento” Canto, ya no
Comisario de la policía del Territorio, sino ahora, Comisario de la Policía de
Santa Cruz, provincia nacida constitucionalmente en noviembre del 57.
La
nueva riqueza, junto al ypefiano petróleo, atrajo nuevas migraciones de las
provincias norteñas, fundamentalmente Catamarca y la Rioja y del vecino país de
Chile, pero este aumento poblacional no se tradujo en mayor trabajo para Viento
Canto, salvo algún que otro altercado entre borrachos los fines de semana,
cierto robo de ovejas y alguna cuestión de infidelidad que se resolvía a los
puñetazos no se podía decir que la delincuencia hubiera ampliado sus
horizontes.
Salvo
cuando, ya casi sobre los finales de su vida activa en la Policía de la
Provincia y preparándose para gozar de un merecido retiro, un acontecimiento
vino a perturbar la paz del pueblo y de la provincia toda.
Santa
Cruz, tiene una extensión considerable y muy poca población, salvo Rio Gallegos
y Caleta Olivia, el resto de sus ciudades, por esos años no superaba los dos o
tres mil habitantes y las había, como Pico Truncado que apenas llegaba, y con
esfuerzo a los mil.
Demasiado
territorio, rutas apenas transitables, soledades infinitas, que para todos
significaban siempre un esfuerzo extra, aún para quien debía llevar la palabra
de Dios por tan extensa comarca.
Pero
el deber llamaba y, al menos, una vez al año, el obispo de la capital provincial debía visitar cada
ciudad y cada pueblo, que no eran muchos apenas si unos doce o trece contando a
los más chicos.
Esta
vez la gira comprendía Caleta Olivia, Pico Truncado, Koluel Kaike, Las Heras,
Perito Moreno y Los Antiguos, seis hitos que partiendo del mar llegaba a la
cordillera, en el límite con Chile, algo más de trescientos cincuenta
kilómetros que se debían hacer por etapas, gastando en ellas entre diez y
quince días según el estado de los caminos.
El
peregrinaje, que comenzó en Caleta Olivia, había recalado en Pico Truncado.
Llegado
en la mañana temprano, el pastor obispal la dedicó a su feligresía y a los
consagrados saludos protocolares: el intendente, el Comisario y dos o tres
personalidades más, que siempre vestidos de vecinos importantes, solían
aparecer.
Cumplido
el ritual, se ofició la infaltable santa misa, se repartieron bendiciones e
indulgencias para tratar de ganarse algún escalón más al cielo, se visitó algún
dispensario y una que otra escuela, hasta llegar al comienzo del atardecer.
Corría
el mes de mayo del año 73, casi entrando al último mes de otoño, clima más
inestable que nunca, con predominancia de fríos que se ingresan por los cuatro
costados, y aunque es un época en que el viento merma, suele haber de vez en
cuando días en los que reina.
Este
era uno de ellos.
A
fin de recuperar fuerzas, obtener un merecido descanso que le permitiera al
siguiente día continuar su periplo patagónico, el referido obispo, se alojó en
la casa de una devota, algo más devota
que las demás del pueblo.
La
tal devota, casada ella, gozaba de una sana y buena reputación en la
comunidad y de amplios espacios libres
tanto en su vivienda como en su vida personal.
Esto
último, merced a que marido, operario jerárquico de la industria petrolera él,
por cuestiones laborales debía cumplir turnos rotativos semanales, de ocho
horas: de cuatro a doce, de doce a veinte y de veinte a cuatro, con más las
guardias pasivas que, si bien le permitían estar en su hogar, podrían
interrumpir tal descanso en cualquier momento ante dificultades laborales.
Estas
interrupciones no tenían un tiempo determinado, podrían durar desde unas horas
hasta noches enteras, todo dependía de la dificultad y de la distancia que se
debía transitar para llegar del hogar a la dificultad.
Esto
fue precisamente lo que ese día ocurrió, alojado el aludido religioso en la
vivienda de la piadosa practicante, y cuando esta, junto a su esposo departían
en los momentos previos a la cena con el visitante, el abnegado conyuge recibió
un llamado que lo conminaba a atender no recuerdo que problema a una
considerable distancia.
Con
las disculpas del caso y las innecesarias explicaciones, el buen hombre se
retiró de su hogar a fin de cumplir su obligación.
En
el trayecto hacia ella, habiendo ya transcurrido hora, hora y media y entrada
la noche, por el sistema de radio del vehículo, una camioneta F-100, se le
informó que el trastorno había sido solucionado y que ya no era necesaria su
presencia.
Feliz
de poder retornar a su hogar, ya no para cenar dado el tiempo transcurrido,
pero si para descansar al menos unas hora, emprendió el regreso.
No
sé porque razón, pero a todos siempre se nos hacen más largos y tediosos los
retornos que las partidas, pese a ello, nuestro
hombre llegó sano y salvo a su hogar en el tiempo más o menos previsto.
Descendió
de la camioneta, entro a su vivienda, y sin encender las luces se descalzó y en
el baño se quitó su overol de trabajo, disponiéndose a ingresar a su dormitorio
y descansar hasta el siguiente turno.
Alguna
luz de la calle daba una transitoria luminosidad al cuarto, allí distinguió la
cama, sobre ella a su mujer y a su lado, seguramente que no para confesarla, el
monseñor en paños menores, si es que los tenía.
Eran
las tres y media de la madrugada cuando golpearon la puerta de la morada de
Zenón “Viento” Canto despertándolo del sueño, al abrir la puerta, un aterido
agente de policía le solicitaba que fuera lo más rápido posible a la Comisaría.
Casi
sin darse cuenta, Zenón “Viento” Canto se encontró sentado en su escritorio,
teniendo ante si a un hombre serio, de rostro sereno, tez morena, pobladas
cejas entrecanas, cabello prolijamente peinado, las manos apoyadas en el
escritorio, que lo miraba directamente a los ojos.
-
Que pasó mi amigo? le preguntó sabiendo de antemano la respuesta.
-
Los encontré en la cama y le pegué un tiro. Yo maté al Obispo, a ella no,
despues de todo es la madre de mis hijos.
En
esa época las comunicaciones telefónicas no eran lo que hoy son, así que Canto
decidió que lo mejor era mandar un parte por el radio de la policía.
“Pico
Truncado, … de mayo 1973. Stop. Homicidio intencional. Stop. Victima masculino
mayor de edad. Stop. Presunto autor entregado voluntariamente. Stop. Victima
obispo de Río Gallegos. Stop. Ampliaré. Stop. Espero instrucciones. Stop.
Firmado. Comisario Zenón Canto. Fin.”
Siete
y dos minutos, cuaderno de comunicaciones policiales en mano, el Oficial
Ayudante Benitez, cruzó de la Comisaría Primera de Caleta Olivia al Juzgado
Penal n° Uno que quedaba en frente.
Los
cincuenta metros que separaban uno de otro establecimiento los cruzó como todos
los días, sin prisa, entró al Juzgado, saludó a los empleados judiciales que aún
estaban tomando mate, se acercó a la mesa de entrada penales y le entregó el
cuaderno con los partes adentro al empleado detrás del mostrador.
Este,
un tal Sepúlveda, abrió el cuaderno, tomo los partes, abrió el libo de ingreso
de partes policiales y comenzó a tomar nota: “Las Heras…Riña en bar… dos
demorados” “Cañadón Seco…Colisión vehículos, masculino herido leve…. Derivado
hospital…” anotaba mecánicamente,
tildando al mismo tiempo en el cuaderno del policía, casi no le prestó atención
al parte de Pico Truncado, termino de registrar todos los partes, firmo debajo
de la lista que había en el cuaderno, lo cerro y se lo entregó a Benitez.
Luego
volvió a la ronda de mates y a los comentarios insignificantes que amenizaba el
comienzo de la mañana, en ese mismo momento, entró el Secretario Penal, un
joven abogado, recientemente recibido que hacía unos meses había ingresado al
Poder Judicial, cuando el anterior Secretario fue ascendido a Defensor Oficial
en otra circunscripción.
Sepúlveda,
dejó a un lado el mate, volvió a la mesa de entrada y saludando al Secretario
le entregó la pila de partes policiales, diez o doce hojas que semejaban
telegramas comunes y corrientes. Por una picardía de años o por una imprevista
chispa de sobrevivencia, le advirtió: “Fíjese en uno…. Viene de Truncado…
parece importante”
El
Secretario tomó la pila, le pidió al viejo ordenanza un café, rutina de cada
mañana y fue a su oficina. Buscó el parte policial de Truncado, lo leyó,
levantó el teléfono para comunicarse con el Juez, sabiendo que hasta las nueve,
nueve y media, no aparecía por el juzgado, y en cuanto lo atendieron del otro
lado de la línea dijo: “Mataron al Obispo de Rio Gallegos de un tiro, estaba
en la cama con la mujer de……”
Antes
del mediodía, Secretario y Juez habían volado sobre los 75 kilómetros que
separaban Caleta de Truncado y estaban
junto a “Viento” Canto y el médico del pueblo que oficiaría de forense
contemplando el cuerpo del cura con un bermellón adornándole el pecho y otro en
la frente.
Por
radio policial el Juez se comunicó con el Ministro de Gobierno de la provincia,
lo informó de lo sucedido y al rato este, previa consulta con el gobernador le
devolvió la llamada.
“Silencio
de radio.. de esto ni una noticia a nadie…al pelotudo este de …., le garantiza
que no le va a pasar nada si guarda silencio, él y la desgraciada de la mujer….
Mirá que meterse con el cura…Que el médico firme el certificado con lo
habitual… paro cardio respiratorio y a otra cosa. Aca el Gober dice que
preparará todo para rendirle honores como si nada hubiera pasado… muerte natural…
Ah!!! Y me lo traen a cajón cerrado, urgente, entendió…. Urgente!!!
Medio
asqueado y medio cagándose de risa, Canto fue hasta la funeraria, llamó aparte
al dueño, un chileno no muy fuerte de papeles y mirándolo
a los ojos
y más serio que perro en bote, le dijo: “Sin preguntas, agarras un cajón de
los más grandes, te lo cargas en el furgón y te vas a la casa de ….. metes el
fiambre adentro, soldás la tapa, lo volves a subir al furgón y te me vas ya
mismo a Gallegos. El cabo Robles te va a acompañar. Despues te olvidas de todo.
De esto ni una palabra a nadie… menos a tu mujer que es muy boca floja. La
factura se la pasas al Ministro, engordala no te hagas problema y no te olvides
de lo mío. Cuando sepan que te pagan lo paso a buscar”
Canto salio de la funeraria con la idea ya resuelta, pediría el retiro y
se iría de ese pueblo de mierda…. ya no estaba para estos trotes.
Al día siguiente, el único diario de Rio Gallegos titulaba “En la
noche del día de ayer, 31 de mayo, en
los aposentos de la parroquia de Pico Truncado, donde estaba alojado en su
visita pastoral, falleció Mons. …, primer obispo de la diócesis y figura señera del clero santacruceño. Tenía
54 años y su fallecimiento ocurrió tras un imprevisto problema de salud. Su
muerte causó hondo pesar entre sus discípulos y entre quienes lo trataban
asiduamente. Se conoce que escribió a sus fieles sobre su deseo de ser un
padre, pastor y amigo personal, con la preocupación constante por un nuevo
orden social en la diócesis.”