Nunca supimos sacar a pasear el alma
un día de lluvia, ni gastar el fuego excesivo
con palabras adecuadas a los tímidos
secretos
que
guardas en tu vientre, suave y medieval.
Desperdiciamos
la hoguera de lo sublime
en
tiempos grises, quizá inútiles o fugaces,
y las horas azules nos
alejaron del paraíso
que trazaban tus pies desnudos en el
espejo.
Solo dominamos el arte de amarnos
a ciegas
perpetuamente, en el momento más
inesperado,
como quien consume un entusiasmo sobrante,
con esa desvergüenza incierta y melancólica
que desde siempre consideramos apropiada.
Solo queda el padecer de ese nunca
supimos,
como un regresar a no respirar lo
esperado.
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