El canal de televisión oficial cierra su transmisión
exactamente a las doce de la noche ondeando en su pantalla la bandera nacional
y con el himno de fondo.
A esa hora, José Antonio Lugones apaga desde el control
remoto la TV, se levanta del sillón, va hasta la cocina, deja sobre la mesada
el vaso de whisky con el que se acompañó viendo las noticias, y se dispone a
acostarse.
En la cama ya Teresa Margarita, su esposa, duerme hace
por lo menos hora y media. Después de más de treinta años de matrimonio, la cama
no siempre es un lugar de reunión.
En el departamento frente al suyo, 1ro. A, Sofía Torres,
arrastra sus ochenta años en un deambular en el que no termina de reconocer si
ya ha anochecido o está en las vísperas del amanecer. Desde hace año y medio, las
cosas y los horarios se le confunden, por eso no resulta extraño sentirla
cocinar a medianoche o escucharla canturrear pasodobles a las seis de la
mañana.
La planta baja del edificio no tiene departamentos, salvo
la vivienda del encargado, dormitorio, cocina y baño, que se encuentra frente a
las escaleras que suben hasta el cuarto piso, justo al lado del recinto que fue
pensado para oficina pero que se usa para guardar trastos viejos y los útiles
de limpieza.
Los ascensores quedan en el hall de entrada, son solo
dos, el primero, baja al subsuelo, donde están las cocheras y la sala de
calderas, y ambos se elevan hasta el cuarto piso, sin llegar a la terraza.
Es un edificio de un barrio bastante acomodado, de clase
media, dos departamentos por piso, ocho en total e igual cantidad de
guardacoches, de estos, cinco son utilizados por los propietarios o inquilinos,
dos están alquilados y uno está desde hace unos meses sin uso, porque el del
3ro B vendió su Fiesta 2007, según dice para comprar un cero kilómetro, aunque
Venancio, el encargado sospecha que es por una cuestión económica, las cosas
parecen no irle bien.
Venancio trabaja en el edificio desde hace quince años,
reemplazó a su padre, el encargado originario del edificio, quien falleció en
un accidente laboral y para evitar conflictos legales, el consorcio decidió
ocupar a su hijo y dejar que continuara ocupando la vivienda correspondiente.
Todos los días, exactamente a las siete de la mañana,
Venancio inicia su rutina baldeando las veredas, la del frente del edificio que
incluye la entrada propiamente dicha y los tres locales comerciales, y la
lateral, que tiene la entrada de las cocheras.
Luego se dedica a asear los espacios comunes, palieres y
escalera, repasa la terraza, distribuye la correspondencia y a las doce se toma
su horario de descanso hasta las diecisiete en que retoma la jornada hasta las
veinte horas.
La mayor parte del tiempo de la tarde lo ocupa en repetir
las tareas realizadas por la mañana, y a partir de las diecinueve, luego de recoger
los residuos y depositarlos en el contenedor, espera que llegue el final de la
jornada, en la puerta de entrada, luego de haber revisado el funcionamiento de
la caldera del subsuelo que provee calefacción central a los departamentos.
El día y a la hora en que José Antonio apagó el televisor
a las doce de la noche mientras Sofía Torres rondaba en sus tinieblas de
sinrazón, la oficial Angélica Lozano, se estaba dando una ducha para luego
enfundarse en su uniforme de la Policía, tomar un café negro que la ayudara a
quitarse el sueño y emprender su viaje hasta la Seccional 35 donde presta
servicios para comenzar su turno de veinticuatro horas.
Exactamente a la una y cuarto de la madrugada, desciende
en el ascensor hasta la planta baja, en el trayecto, escucha un leve siseo al
que no le presta demasiada atención, camina una cuadra y media hasta la avenida
y espera el colectivo que la ha de llevar a su puesto de trabajo.
Cuatro pisos más arriba, frente al departamento de
Angélica, Leandro Gutiérrez Lema, intenta por enésima vez vencer en el Gran
Prix de Montecarlo con su Mac Laren, mientras continúa bebiendo Red Bull para
mantenerse despierto y tratar de encontrar esa agilidad que le exige a sus
dedos en el manejo de los botones del joystick que le permitan, Play Station
mediante, coronarse como campeón de Fórmula 1. Ya el breve corte de luz de la
medianoche le hizo perder varias oportunidades.
Los auriculares le permiten oír nítido el sonido de los
motores, de las gomas chirriantes sobre el asfalto de Montecarlo, el aullar del
público simulado y, de paso, impiden que se reiteren las quejas de los vecinos
por los ruidos molestos a altas horas de la madrugada.
Un piso más abajo, Jacobo Arbens, del 3ro. B, repasa por
enésima vez las facturas de servicios acumuladas, los resúmenes de tarjetas de
créditos y el saldo de su cuenta bancaria, tratando de encontrar un mecanismo
para que el total que el banco le dice tener en su cuenta corriente, resulte lo
suficiente como para cancelar los compromisos más urgentes.
Quedó viudo hace seis meses y en ese lapso su vida se fue
derrumbando, descuidó su negocio, una camisería más o menos prospera antaño, lo
mantiene cerrado más de lo aconsejable y cuando lo atiende, antes acompañado de
Sara y ahora solo, lo hace de manera desaprensible.
Una y otra vez
realiza sumas y restas, aumentando las sumas a depositar por las tarjetas de
crédito, restando a los servicios, posponiendo expensas, pero los números no le
cierran.
Va hasta la cocina, donde se acumula la vajilla de varios
almuerzos y algunas cenas, intenta encontrar un vaso limpio que no encuentra,
toma el que ha usado unas horas antes y al querer lavarlo se da cuenta que no
hay agua. Igualmente decide usarlo, en la heladera, se sirve un poco de leche y
vuelve a su mesa cubierta de papeles.
Un gorgoteo de cañerías en desagote le hace detenerse
antes de salir de la cocina.
En el 3ro. A, María Luisa acaba de cambiar los pañales a
Benjamín y lo amamanta a oscuras, mira el reloj despertador y ve que son las
dos y cuarto, en un rápido calculo estima que si Benjamín se duerme en diez
minutos, le van a quedar cuatro horas y media mas de sueño, suponiendo que el
bebé no se despierte nuevamente. Luego, a partir de las ocho, Rosita se va a
encargar de él por ocho horas.
El chupeteo que produce el succionar de Benjamín parece
ir acompañado por ese borbotón que recorre las paredes, seguramente producto de
alguna burbuja de aire en las cañerías.
Carolina y Roberto difícilmente puedan escuchar ni al
bebé que se amamanta un piso sobre ellos ni el sonido que las cañerías
producen, llevan apenas tres meses de casados y las noches se ocupan poco en
dormir. La pasión los mantiene despiertos y en continuo ajetreo desde minutos
después de la cena, que muchas veces realizan en la propia cama, hasta
prácticamente el amanecer.
A las cuatro y cinco, Carolina, dándole un beso le pidió
un momento a Roberto para ir al baño y de paso, traer una gaseosa que pudiese
calmarle la sed que el amor despierta.
El único departamento que permanece vacío a las cinco de
la mañana es el 2do. B. José Luis Vargas, un cuarentón soltero nunca llega a él
antes de esa hora. De buen pasar, que pone de manifiesto en el Peugeot 207
Coupe Cabriolet, rojo Caribe que en ese momento está ingresando a las cocheras,
se permite el lujo de estirar los after office desde la hora en que pone llave
a su estudio contable hasta que el sueño comienza a dominarlo.
Esa madrugada, del deportivo que acaba de estacionar baja
José Luis y una veinteañera vestida con una calza negra brillante y un breve
top tornasolado.
Mientras espera el ascensor para subir hasta su
departamento de soltero, José Luis escucha que algo está bullendo en la sala de
calderas, le pide a la veinteañera que lo espere con la puerta del ascensor
abierta e intenta averiguar la razón del ruido que sale de ese lugar que contiene
el artefacto que mantiene cálido y abrigado la totalidad del edificio.
Abre la puerta, enciende la luz con el interruptor que se
encuentra a la izquierda, y observa el termo hidrómetro que mide la temperatura
interior de la caldera y que se asemeja al tacómetro de su coupe Peugeot 207, y
asombrado lee que la temperatura marca 120°.
Pese a la hora, decide avisarle a Venancio, el encargado,
aún sabiendo que a esa hora debe estar durmiendo. Empuja con suavidad a la
veinteañera hasta el fondo del ascensor y pulsa la tecla de planta baja. El
ascensor inicia su movimiento hacia arriba.
La explosión primero dio un impulso de ascendente al
elevador, luego, como si fuera una mano invisible lo inclinó hacia el hueco de
su gemelo que se encontraba detenido en los pisos superiores y sin que ni José
Luis ni la veinteañera pudieran darse cuenta, los precipitó nuevamente al
subsuelo de cocheras envuelto en polvo,
escombros y el resto del edificio cayendo sobre ellos.
Desolador final. Hiciste que entrara en cada casa y anduviera con sus moradores lo justo para conocerles un poquito y sentir un final así.
ResponderEliminarTe felicito por tan cuidado detalle al relatar.
Mil besitos.