Desde su
ventana, mira la mujer
de la
calle los reflejos infieles,
mientras
que el silencio resbala
lento,
entre los ruidos inmóviles,
dilatandose
sobre carnes vencidas.
Brazos
y espaldas encauzan
testimonios
de decaídos transeúntes,
mientras
la pereza encalla en los labios,
voluptuosos y evasivos, del tedio.
La
tarde, aburrida, se gasta en entretener
la sed
de horizonte y noticias
del cuerpo
que nunca llega a cansarse
de ese
tránsito de lugares comunes
que
desfilan, desleales, tras el cristal
que bosteza
seres y rostros fingidos.
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