En mi
cuerpo, por dentro,
hay
olas traqueteando,
un
bosque estornudando,
flores
sujetando al viento,
y,
arrastrando el tiempo,
un
caracol de deseo.
Mi
piel alberga aguas
de
tibiezas somnolientas,
con
olor a tierra y lagos,
minutos
largos desfilando,
caricias
con sensibilidad
y
cosquillas de pájaros.
En
algún lugar hay jinetes
madrugadores
y sonrientes,
centinelas
de madreselvas,
abriendo
vientos para pasar
suaves
llanuras y aguaceros,
con
una conciencia azul
abrazando
a mi sombra.
Mi
cerebro construye, lento,
castillos
de arena y balcones
de
espuma transparente,
allí
me acodo apretando dientes
y
divago historias de carne y hueso.
Los vientos barren las madreselvas y el aguacero se vuelve divinamente blanco, blanco de pureza. Bellas letras.
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