Afuera…
siempre hay un afuera.
Un
afuera del nosotros… del yo.
Y
en ese afuera, habita el paraíso,
que
no se sabe si existe… si está,
pero
que se anhela una y otra vez
y al que se
quiere llegar a todo precio.
Hablemos a
solas o entre todos,
cinco segundos
nada más hablemos,
solo seamos valientes
y vayamos,
no importa
como… solo vayamos.
Ya no vale
esperar a que nos llegue,
vayamos en cayucos o de a pie,
de rodillas, desnudos de dignidad,
desafiando al garrote y los fusiles,
prostituyéndonos, matando o muriendo,
saltando cercas alambradas de púas,
muros, en frágiles pateras o a nado
si necesario fuera, con hacinamiento
y hambre al
paraíso vayamos.
Sin nada que vender o nada que perder,
los que no tenemos nada de nada,
solo queremos habitar el paraíso.
Ese…
que esta afuera del nosotros,
mas
allá de las cercas de metros de altura
con
sus promesas de más pobreza,
en suburbios
olvidados del progreso,
para
ser vendedores ambulantes,
trabajadores golondrina a bajo costo,
o
clandestinos jornaleros de la nada.
Vivir en agolpados en tiendas de campaña,
departamentos
o en refugios colectivos.
O…
en el peor de los casos, deportados
a las
miserables condiciones del origen.
No importa
nada… solo vayamos,
sabiendo que
entre nuestro aquí y ahora
y las
puertas de ese paraíso que deseamos,
puede estar
el lecho del Mediterráneo,
algún
desierto de Arizona o algún humano
que por secuestro,
asesinato y violación
nos deje
llegar al otro paraíso.
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