Apareciste,
volátil, vestida de sorpresas,
invitándome
a vivir de rosas y vino tinto,
a ser viajeros
de un último suspiro eterno,
mirando,
desde el andén, partir el tren de ayer.
Con vanidades de fin de semana los viernes,
y utopías de finales, al amanecer del lunes.
En tus ojos, el
disfraz de la imaginación
prometía siempre
que mañana será importante.
Oleadas de quimeras conteniendo imposibles.
Sellamos un pacto olvidadizo cada madrugada,
obra
perfecta solo para perversos cautivos,
que
disfrutaban de la tierna incongruencia
de cercenar
las huellas del día siguiente.
Después,
intuiste, que no te gustan los despertares
con estigmas de silencios y vertientes de miel,
Dejaste el último cheque de amor junto al café,
entonaste
una canción para creer en no sé que,
y nadando, contra
la corriente del definitivo regreso,
te devolviste
al principio de la frágil ternura.
Dos vasos en
la oscuridad, gotean tu ausencia.
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