domingo, 23 de agosto de 2015

Buenos vecinos



Los Huerta eran unos vecinos más en el country, el hombre tenía negocio prospero, construcción de piletas de natación, ayudaba a sus vecinos y la mujer era la perfecta ama de casa y amiga ejemplar.
Habían adquirido el lote a principios del 85 y pronto construyeron un hermoso chalet al que años más tarde adosaron una pileta de natación.
Un matrimonio sin hijos en una vivienda confortable, con amplio parque y una piscina envidiable que mantenía un empleado.
Los nenúfares agrandaban sus quehaceres, lo estaban obligando a trabajar más de la cuenta. Nunca se pudo explicar cómo aparecieron por allí, se supone que el agua clorada de la pileta, mas el filtro de carbón activado deben impedir la proliferación de hongos y bacterias, y aún de intromisiones raras como estas plantas acuáticas cuyas hojas flotaban en la piscina.
En los comienzos solo apareció una, chica, ubicada en un rincón, cerca de la escalera, en la parte profunda. Como daba un toque distinto y vistoso, le ordenaron que la dejara allí, como un aporte a la “naturalidad” del paisaje.
Pronto la pequeña hoja se fue  multiplicando, y la “naturalidad” se convirtió en pesadilla, hasta que toda la superficie de la pileta apareció vestida de verde y poblada de flores con distintas tonalidades de blanco puro, marfil, crema, rosa, rojo, carmesí, cobrizo y amarillo.
En una primera impresión uno creía estar ante la viva reencarnación de alguno de los ocho “Los Nenúfares” de Monet, pero lo que se veía no era obra impresionista alguna, aunque si producía bastante impresión.
Erradicarlos se tornó trabajoso, largos pecíolos unían la superficie flotante con el fondo de la piscina, si se cortaban estos, podía retirarse el material flotante, pero al cabo de un tiempo este reaparecía con mayor vigor.
Luego de varios intentos frustrados y contra la opinión de los Huerta, optó por vaciar la alberca, esperar unos días para que el calor veraniego quitara humedad a las plantas y luego proceder a retirar la totalidad de ellas.
Privadas del elemento que le daba sustentabilidad flotante, hojas y peciolos quedaron depositados en el fondo conformando, con el transcurso de los días, una masa gelatinosa y resbaladiza de un verde ocre, que comenzó a despedir un olor nada agradable.
Primero se tomó el trabajo de amontonar los vegetales putrefactos en el sector menos profundo de la pileta vacía, permitiendo que los últimos restos de agua, por efecto de la pendiente, resbalaran hacia el desagote, luego, con paciencia infinita, los fue subiendo hacia el borde, colocándolos en el interior de un contenedor que había fabricado para la ocasión.
Concluido esta labor, se percató de que en realidad, las plantas flotantes tenían su inicio bajo el piso de la pileta, desde donde ya habían comenzado a asomar nuevos brotes. Intentó arrancar del piso alguno de ellos, pero solo quedaba en sus manos el tallo.
El verdadero problema estaba debajo del piso de la piscina, así que resignado, comprendió que su trabajo iba a ir más allá de ser simplemente el que hacía el mantenimiento, debía levantar gran parte del piso, sobre todo en la parte más profunda, que era  donde había mayor abundancia de esos brotes que seguían surgiendo.
Al comenzar a perforar en la base de la pileta, el pútrido olor de las plantas se hizo más intenso, cuando llegó a la tierra que se encontraba debajo, al extraer los primeros rizomas que originaban los nenúfares, miles de gusanos venían adosados a ellos y en una danza sincronizada se esparcían por todo el espacio ahora vacío de agua.
Intrigado por la presencia de esos seres pequeños, blandos, de forma alargada que pululaban, decidió profundizar en su excavación y al hacerlo, se encontró con unos blanquecinos huesos que espantaron su serenidad.
Los bomberos y la policía acomodaron prolijamente el esqueleto humano sobre la bolsa negra puesta en el borde de la pileta.
Para los vecinos del country La Rinconada, Roberto Huerta y su esposa Carolina llevaban una vida normal y tranquila. Sin embargo, había algo que no concordaba con aquella imagen ideal y que era el secreto mejor guardado.
Roberto era hermano gemelo, Jorge, quien tenía un hobby que lo apasionaba, las plantas acuáticas, siempre en sus bolsillos alguna semilla aguardaba la oportunidad para ser sembrada
Jorge y Carolina se habían casado a fines del 84, pero esta le escondía a su marido que estaba teniendo un amorío con su hermano Roberto.
Autoproclamado como la oveja negra de la familia, Roberto se había enamorado por completo de la esposa de su hermano y esta de él, manteniendo oculta la relación hasta que ambos, cegados y convencidos de que solamente estando solos podrían tener una vida de felicidad, urdieron quitar del medio al gemelo que estorbaba: mataron a Jorge, esposo y hermano gemelo en una fatídica noche de agosto.
Aprovechando que estaban construyendo una pileta en el lote recién adquirido, lo enterraron en el parque que rodeaba la vivienda bajo la construcción y continuaron su vida de buenos vecinos y perfectos amantes, hasta que comenzaron a germinar los nenúfares.

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