La cosa venía mal encarada, estaba
atravesando una temporada errónea, las estrellas ya no le eran propicias, se
sentía incomprendido y no veía fácil su recuperación.
No era viejo o al menos no se sentía así, tal
vez el haber pasado los cincuenta lo ponía en un punto muerto de vuelcos
emocionales, esas canas en la sien le daban un aire sereno y no eran tantas
como para disfrazarlas.
Es cierto que ya no se paraban a mirarlo las
quinceañeras y apenas una que otra veinteañera lo relojeaba muy de vez en
cuando, pero todavía cosechaba muchas miradas de mujeres que pisaban los
cuarenta.
Se había convencido que después de esa edad,
aparentar ser un caballero, un romántico y tener un aire de poeta atraía
atenciones, sobre todo cuando esa lánguida indiferencia en la mirada despertaba
fantasías que impulsaban a consolar lo que suponían un corazón adolorido.
De eso había vivido largos años, mintiendo
sentimientos, fingiendo romances, inventando todo tipo de amores íntimos. Y no
le había ido mal.
Era atildado, se hacía regalar buena ropa,
viajes, hoteles caros, algún que otro auto y sobre todo, sabía sacar rédito de
ese querer mostrarlo en ambientes a los que nunca por si mismo podría haber
llegado.
Es cierto que a su paso siempre dejaba alguna
lágrima, muchos reproches, más de una cuenta bancaria bastante mermada, pero
los secretos amores que brindaba, obligaban a guardar silencio. Nadie quería
mostrarse despechada, y mucho menos reconocer que entre las sábanas las habían
timado.
También había algunos maridos que no debían
enterarse, o que si se enteraban, debían soportar el pequeño infierno de la
infidelidad con tal de mantener en alto su prestigio social.
Eran flancos débiles que conocía bien y sabía
sacarles rédito. Nadie cuenta a calzón quitado que no solo ha sido engañado,
sino que además, ha sido uno quien casi lo ha llevado hasta el propio lecho y
de su bolsillo los gastos ha pagado.
Fueron años buenos, de disfrutar siempre a
costilla de los demás, no se tendrían que haber cortado, pero, (y siempre hay
un pero), un regalo de navidad equivocado, una lady mas despierta y sin nada
que perder y la cola de Satanás en donde no debía estar lo pusieron en
aprietos.
El círculo se había cerrado en un pueblo
chico, pero con hectáreas que producían millones y esa mujer que vivía en un
carpe diem eterno.
Él lo tomo como otra aventura, ella, como una
cuestión de negocios, y en los negocios solo prima la ganancia, no los afecta
el fingido cariños, los mimos regalados ni el esfuerzo de encender ardor en las
noches de otoño.
Imposibilitado de doblegarla con sus taimados
encantos se inventó ser útil en los quehaceres de campo para llegar a su
cartera.
Y allí estaba ahora, despertando al sol antes
del alba, apiñando vacas para poder ordeñarlas, acarreando tachos hasta la
tranquera, alambrando, desparasitando, en resumidas cuentas hundiendo su vida
en ese trabajar de sol a sol, sin encontrar el modo de llegar a su cuenta
bancaria, y lo que es peor, sin fuerzas para cabalgar más que a un burro viejo
que lo condenaba a vivir en ese ostracismo agnóstico del fin del mundo donde
solo mandaba ella.
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