Tipo raro ese que está ahí, casi apoyado en
el paredón trasero de la Iglesia de Navarro, en la llanura bonaerense.
Morocho, pelo negro algo ondulado, peinado
para atrás, ojos negros, profundos, patillas hasta por debajo de las orejas,
parece sereno mientras conversa con su amigo Gregorio Araoz de Lamadrid.
La bosta que dejaron vaya a saber uno que
animales, se le incrusta en la suela de las botas dentro de ese corral que está
junto a la iglesia, pero solo le arranca un breve comentario: “Con
peores mierdas he caminado”
Extraño para todo este Coronel de cuarenta y
pico de años que se quita su chaqueta para que su amigo Gregorio se la entregue
a su mujer junto a dos cartas, extraño hasta para llamarse Manuel Críspulo
Bernabé, nombres con los que ese portugués Do Rego que fuera su padre lo
bautizara.
Críspulo, el que tiene el pelo rizado, vaya
nombre para un tipo exaltado, díscolo, indisciplinado, incansable bromista,
impulsivo y temperamental, pero con un coraje y valentía inigualables a la hora
en que las papas quemaban, en el campo de batalla.
Parece mentira que ese hombre que supo ser
Gobernador dos veces, esté ahora allí, en esos corrales de Navarro, detrás de
la Iglesia, intercambiando chaquetas con su amigo Gregorio.
Él, que trajo más de cuatro veces soldados
chilenos a defender la Independencia, él que se condecoró con metralla en las
Batallas de Amiraya, Sansana y Nazareno, él que por su carácter fue sancionado
nada menos que por Belgrano y San Martín, él que fue exiliado y condenado pero
siempre regresó para mostrarse arrogante e irónico, está ahora allí, con los
pies en la bosta, abotonándose la chaqueta de su amigo y preparándose, sin
pedir clemencia, para que el pelotón lo ejecute.
Abraza a su amigo Aráoz de Lamadrid, curtido
oficial que combatió en Tucumán, Córdoba, San Juan y Mendoza, que conoció el
exilio en Bolivia y Chile y el duro
Aráoz se "quiebra" ante la entereza de su amigo-adversario y llora
frente a la tropa como un adolescente.
Manuel Críspulo Bernabé lo deja y apoya la
espalda en la pared del fondo de la Iglesia, mirando de frente a los soldados
que van a fusilarlo.
El Jefe del grupo que le ha de disparar, se
acerca al coronel para concederle una última voluntad, prometiéndole
concedérsela.
-“Nunca
prometa lo que no ha de cumplir. Soldado” responde el coronel.
- “Pida Ud. mi Coronel”, responde
quien ha de dar la orden.
En ese instante previo a que ocho balas le
arranquen la vida, Manuel Críspulo Bernabé Dorrego vuelve a ser el díscolo,
indisciplinado e incansable bromista y
mirándolo con sorna, antes que cubran sus ojos con el trapo amarillo, le dice:
- “Quiero
morir de viejo”
Avergonzado de no poder cumplir su promesa,
Rauch ordena hacer fuego.
Ilustración: "El fusilamiento de Dorrego" - Antonio Ballerini
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