De
noche, casi de perfil,
señalándome,
un
frío de vidrio me penetra
tenebroso
e incontable.
Ligera
mano que mansamente
espera,
tranquila,
que
ronde mi cabeza la almohada,
para
encontrarme
dócil,
inmutable y desnudo,
y allí
enhebrar
intrigas
sin ningún valor ajeno,
simples
joyas de la nada.
Zarzas
que apartan al sueño
a roeduras
blancas,
dejando
entreabierta la agonía
de mi
mente a la deriva.
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