Los
ojos abiertos durmiendo en silencio,
desde
algún lugar me llama la ciudad.
Grita
mi nombre y se detiene a escuchar
el
rotundo aplauso de un eco disponible.
Me
cobijo con cenizas azules y cerveza,
cerveza
alta, rubia y de quietos ojos verdes.
Unas
se esparcen con el viento más leve,
la
otra se disipa esperando méritos mayores.
Entonces
es la partida, aprendiendo a volar,
hasta
que la ciudad se rinda y ya no me llame,
prolongando
el sarcasmo de la oscuridad.
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