viernes, 12 de diciembre de 2008

El saco y el baston

I
Don Juan metió la mano en el bolsillo derecho de su pantalón y, como lo hacía desde hace mas de sesenta y cuatro años, quitó del mismo la vieja llave de bronce que le permitía abrir la puerta de su casa de Parque Patricios, en la calle Lavarden, a pocos metros de Pedro Chutro, cerca de la cancha de Huracán, el club de sus amores.
Mientras llevaba la llave a la cerradura tratando de que no se le enredara la vieja soguita de hilo trenzada que le servía de llavero, recordó fugazmente la primera vez que su padre, ese gallego venido de Pontevedra a mediados del 1800, le entregó la llave de la casa.
Fue un acto casi solemne, su padre Juan “el viejo”, lo llamó al patio de la vieja casona de chorizo, bajo la galería que formaba la parra y con su voz castiza le dijo:“A ver, rapaz, que ya tienes dieciocho años, toma estos pantalones de hombre y la llave de la casa, pero recuerda que ya no eres mas un golfo, ahora tienes obligaciones... así que... hala!!... a trabajar”
Y si, ese día, Juancillo, ahora Don Juan, estrenó pantalones largos y la llave de bronce que le permitiría entrar a su casa a cualquier hora, sin tener que llamar a su madre para que le abriera la puerta.
Esa puerta que ahora don Juan estaba atravesando para encontrarse con la misma galería, ya no cubierta por la parra, que se secó por el sesenta, pero con las mismas habitaciones colocadas una al lado de la otra, “como chorizo” se repitió, solo que al final de las mismas ya no estaban la vieja cocina a carbon ni el baño con retrete, que habían sido reemplazados con el transcurrir de los tiempos, y las insistencias de su hijo, José, por una cocina a kerosene primero y finalmente una a gas en un ambiente mucho mas grande que ocupó todo lo que era la vieja cocina y el baño juntos, “cocina comedor” le llamaba José.-
El baño finalmente terminó instalado en la primera habitación, en la que durante cincuenta y ocho años había sido su dormitorio matrimonial.-
Cuando don Juan cerró tras de sí la puerta de calle de la vieja casa de la calle Lavarden, el olor a silencio le inundó su alma.No sintió el perfume del jazmín del Paraguay que crecía en la maceta que estaba a la entrada, ni el de las viejas plantas de ruda macho que durante años, tenaz y concienzudamente doña Ana había mantenido con vida para ahuyentar la envidia, ni el aroma de las lavandas que crecían protegidas bajo las ventanas de las habitaciones llegaron hasta sus narices.-
Solo el olor del silencio, de la soledad, de la ausencia, de la no presencia de doña Ana, su compañera de toda la vida, su esposa por esos cincuenta y ocho años, que hacía dos meses, el 5 de enero mas precisamente, Reyes,había decidido no despertar una mañana y prolongar su sueño por el resto de los días dejándolo a él, a Don Juan, con ese olor a silencio que ahora estaba respirando.-
Ayudándose con el bastón llegó hasta la cocina, para él siempre había sido y sería la cocina, no “cocina comedor” como le decía su hijo José, colgó el bastón en el respaldo de la silla que estaba en la cabecera de la mesa, su silla de siempre en su lugar de siempre.
Ese bastón que siete u ocho años antes, cuando la artritis le comenzó a impedir caminar normalmente había comenzado a crear allá en Paranacito, durante esas vacaciones a la que lo llevó casi a la rastra José, su hijo.-
Se aburría en ese pueblo chiquito, plagado de mosquitos al atardecer, y le costaba caminar, así que un día decidió cortar una de las tantas tacuaras que crecían a la vera del camino y hacerse con ella un bastón, como para entretenerse.-Fue con su nieta, la mayor, Ana María, Ana por su esposa, María quien sabe porque, eligió una tacuara que no tenía mayor grosor que el brazo de su nieta, la cortó, y arrastraron jugueteando por el camino sus casi dos metros cincuenta de largo hasta la casa en que estaban.-
Después pasó el resto de los quince días de vacaciones pelando la tacuara, calculando la altura exacta que tendría que tener el bastón, alrededor de noventa centímetros, y moldeando la caña con fuego y agua, para endurecerla y para darle la forma de bastón, callándole la parte superior.-Casi sobre el último de esos quince días lo logró, un bastón de caña tacuara, fabricado por el mismo, coloreado por el fuego, tornasolado con puntos más oscuros, casi negruzcos en los nudos de la caña, pero sin que estuviera quemado, luego, mas tarde, en Parque Patricios, con paciencia lo barnizó, y desde entonces le pareció que su caminar se apoyaba en los brazos lustrosos de su nieta.-
Dejo ese bastón y se quitó el saco de pana, porque para él eso era pana, no corderoy como lo llamaba su hijo, y lo llevó hasta la silla que estaba en el otro extremo de la mesa.Recordó cuando doña Ana se lo compró, y en donde, en la tienda que está en Matheu y Belgrano, a una cuadra del viejo mercado Spinetto. Él venía usando un viejo gabán de gabardina, corte tipo marino, azul oscuro, gastado de tanto andar llevándolo, lo tenía desde el tiempo del ferrocarril, allí se lo habían dado.
Tenía tantos remiendos y tantos lustres en los codos y los hombros que doña Ana decidió tirarlo pese a sus protestas. Y lo tiró pese a ellas.-
Entonces un día lo llevó a la vieja tienda de Matheu y Belgrano y le eligió un saco, ese, el marrón de pana, no de corderoy como diría José, el hijo, sino de pana.-
Y desde entonces lo usó casi todos los días, con calor o con frío, en verano o en invierno, usara el pantalón que usara, combinara o no, lo usó siempre, porque era el saco de Ana, el que le había regalado doña Ana.-
Con ternura en los ojos miró la silla vacía, la silla de doña Ana, y esmeradamente, como si la estuviera abrigando, acomodó su viejo saco sobre el respaldo de la silla.-Buscó sobre la repisa la caja de fósforos y encendió la hornalla de la cocina para poder calentar agua y tomarse unos mates.-
Borrosa vio la figura de su madre agitando las manos para que prendiera el carbón en una vieja cocina económica negra, después la vio bombeando el kerosene para que se pudieran encender las hornallas en esa cocina que tenía barandillas de bronces, y finalmente se le iluminó el rostro el día que doña Ana miraba asombrada como Josecillo, ese hijo que habían tenido juntos, le explicaba como se encendía esta cocina a gas con un simple fósforo, sin tener que agitar manos ni bombear kerosene.
Puso la pava sobre la hornalla, tomó el mate forrado en cuero que decía “Recuerdo de Córdoba” que le había regalado su nieta mayor de cuyos bracitos años atrás había sacado el grosor de la caña del bastón, Ana María, cuando fue de viaje de fin de curso el año anterior, el paquete de yerba Cruz de Malta y la bombilla que estaba en el estante inferior de la alacena y se sentó en su silla a preparar el mate.-
Sentado en esa cabecera que por tanto tiempo había ocupado, comenzó a llenar el mate con la yerba, levantó los ojos y creyó ver a su Ana, a doña Ana, que, cubierta con su saco de pana, le sonreía.-Retiró su bastón del respaldo de su silla, lo apoyó en el piso entre sus piernas sosteniéndolo con ambas manos por la empuñadura, como preparándose para alzar su cuerpo y partir, y mirando el saco de pana ahora sobre la silla vacía, cerró los ojos, ese domingo a la tarde en que Huracán jugaba un partido amistoso, de local frente a San Lorenzo, su rival de barrio, y se dejó ir a los brazos de doña Ana, su Ana.
II
El martes por la tarde José le repitió a su esposa Graciela la misma pregunta que le hacía todos los días cuando llega del trabajo después de saludarla besando su mejilla.-“Alguna novedad?.... llamó el Viejo?
Mientras Graciela terminaba de colocar los platos sobre la mesa para cenar, le contestó que no, que no había llamado, “ni ayer ni hoy llamó... yo lo llamé a la tarde y no me contestó.... debe haber estado paseando por el barrio, vos sabes como es él...” José frunció el ceño, fue hasta la heladera tomó la botella vino y un sifón con una mano y la gaseosa para sus hijas con la otra, las apoyó sobre la mesa y buscó el sacacorchos del cajón superior del bajo mesada.-
Descorchando la botella de vino, se dijo que tendría que llamar a su padre, al Viejo, miró el reloj y vio que eran las diez y media de la noche, estará durmiendo pensó.-
Se sirvió un vaso de vino, le puso soda, lo alzó y caminó hasta el telefono, marcó el número de telefono y aguardó respuesta, nadie le contestó.-
Graciela llamó en voz alta a las niñas que estaban viendo televisión en el living, estas pasaron junto a él y le dieron un beso, después se pusieron a parlotear sobre sus actividades diarias y a pelearse a ver cual de las dos se servía primero gaseosa.José colgó el telefono y fue a sentarse en la mesa, el aroma de los fideos con pesto inundaba la cocina atrayendolo.-
Cenaron comentando las cotideaneidades del día, las chicas lo ocurrido en el colegio, Ana María, la mayor con mas novedades porque había comenzado el colegio Secundario ese año; Daniela, la más pequeña interrumpiendo de vez en cuando para hacer referencia a alguna ocurrencia de sus compañeros de primaria, y Graciela protestando porque no le alcanzaba el día para ordenar la casa, hacer las compras, preparar la comida y encima atender a las pocas clientas que tenía en su oficio de peluquera y que, protestaba “vienen aquí a chusmear y a dejarme toda desordenada la casa, dejan pelo y tintura por todos lados... ”
José escuchaba en silencio, pero ni los fideos con pesto ni el vino que estaba tomando lograban cambiarle el animo sombrío que lo había ido ganando desde que supo que su padre no había llamado.-
Miró nuevamente la hora, once y quince de la noche, pensó cuanto tardaría en ir desde Caballito, donde vivía hasta la casa de la calle Lavarden, en Barracas, donde vivía su padre, mas de cincuenta cuadras, pensó.-
Hizo los cálculos rápidamente, él estaba acostumbrado a calcular los tiempos de viajes, cada día salía de su casa a las seis y media de la mañana para ir hasta la imprenta de la Universidad.
Su casa, un PH que disfrazaba lo que alguna vez había sido un conventillo estaba sobre Yerbal, casi esquina Hidalgo, caminaba por Hidalgo, llegaba a Rivadavia y por Rivadavia cruzaba Acoyte y tomaba el Subte, se bajaba en Once y allí tomaba un colectivo que lo llevaba hasta Córdoba y Larrea, donde estaba la imprenta, total entre treinta y cuarenta y cinco minutos de viaje, dependiendo del día y el tiempo.-
A esta hora ya no tendría subte, así que tendría que tomar un colectivo hasta Barracas, él no era muy ducho con los colectivos, salvo el que lo llevaba a la imprenta, se puso a pensar cual lo acercaría mas, seguramente alguno que lo acercara a Once y después de allí cualquiera que fuera hasta Pompeya, si... había varios.
Sintió que Graciela lo llamaba desde el dormitorio y pensó que lo mejor era irse a dormir, había madrugado como todos los días, luego había ido a la imprenta, había trabajado hasta las dos de la tarde y después había caminado toda la tarde ofreciendo los productos de peluquería con los que se ganaba un suplemento para su sueldo de empleado público.-
Seguramente el Viejo estaría durmiendo lo más tranquilo y no tenía sentido ir hasta Patricios para encontrarlo durmiendo feliz y contento, desabrochándose la camisa se dirigió al dormitorio.-Desde la puerta miró a Graciela, ya acostada, semi tapada con la sábana, una pierna al descubierto, las insinuaciones de su carne, de su muslo desnudo le despertaron esos instintos que se le estaban adormeciendo de tanta imprenta y de tanto tratar de vender productos para peluquerías.-
Sintió que la sangre corría por su bajo vientre y unos deseos de acariciar ese cuerpo que se insinuaba semi tapado sobre la cama.-
Se sacó el pantalón, se metió en la cama, y pasando sobre el cuerpo de ella apagó la luz del velador que Graciela había dejado encendida, en su pecho sintió el roce de sus pezones, naturalmente dirigió su mano hacia ellos.-“Las chicas duermen?”... preguntó ella.-
III
A las cinco y cuarenta y cinco sonó el despertador, Graciela instintivamente estiró su brazo y lo apagó, al hacerlo corrió la sábana que cubría su cuerpo y dejó al desnudo su torso, en la penumbra se sonrojó al sentirse desnuda, recordando la noche anterior, se acercó a José y lo despertó con un beso en la mejilla.-
“Me voy a lo del Viejo” le dijo él, “estoy intranquilo, avisá al trabajo que llego tarde”. -
Se levantaron, José fue a pegarse una ducha y ella a preparar el mate con el que cotidianamente desayunaban, prendieron el televisor para ver las noticias de la mañana y tomaron mates tranquilos.-
A las seis y media Graciela comenzó a despertar a las niñas y José salió para la calle luego de besarla en la mejilla.Comenzó a caminar por Hidalgo hacia Acoyte, cuando de pronto un nudo le oprimió el pecho y le produjo arcadas, decidió tomarse un taxi, el primero que pasara.-“Lavarden y Pedro Chutro, en Parque Patricios” le dijo al chofer mientras encendía un cigarrillo, el quinto ya de la mañana, pese a que cada día se prometía dejar de fumar.-
El taxi tardó exactamente veinte minutos en llegar a la dirección indicada, lo dejó en la esquina.-José caminó sobre Lavarden los pocos metros que lo separaban de la casa paterna, que también había sido la casa de sus abuelos, sintiendo que su corazón latía angustiado.-
Del bolsillo de su campera sacó la llave de bronce que años atrás le había dado su padre y la puso en la cerradura de la puerta que estaba cerrada con llave.-
Cuando entró el olor del jazmín del Paraguay inundó su nariz, luego los otros olores conocidos, el de la lavanda mezclándose con la ruda macho y el viejo olor a su casa paterna tantas veces sentido durante su adolescencia.“Viejo!!” dijo en voz alta en cuanto atravesó la puerta, “Viejo?” repitió en voz mas queda acercándose a la cocina.
No tuvo repuesta.-
Sobre la cocina la pava se ennegrecía con su base enrojecida sobre la hornalla todavía encendida, sobre la mesa estaba el paquete de yerba Cruz de Malta, el mate con la leyenda “Recuerdo de Córdoba” sobre el cuero y a su costado la bombilla.-
El Viejo, don Juan, estaba sentado a la cabecera, con su barbilla apoyada sobre sus manos que sostenían la empuñadura del bastón de tacuara, lustroso y brillante como el primer día, los ojos cerrados, la cara apacible, como si estuviera conversando con alguien sentado frente a él, alguien que estaba sentado en la silla que tenía sobre su respaldo el saco de corderoy, o de pana, como diría el Viejo.-
En los ojos de José aparecieron dos lágrimas y mil imágenes de esa misma casa junto a ese mismo Viejo: los dos cortando la parra seca ya por los años, los dos baldeando la galería, los dos protestando por el olor de la ruda macho que doña Ana se empeñaba en mantener vivas para evitar las envidias, los dos apurando la comida los domingos para ir a ver a Huracán, los dos compartiendo un vermut mientras en el fondo el fuego iba tomando fuerzas para cocinar el asado que compartirían juntos con toda la familia.-
Se acercó a Don Juan, al Viejo, con su mano izquierda apoyó su cabeza yacente sobre su vientre, se inclinó y lo besó en la coronilla, el cuerpo del muerto se inclinó con el movimiento sin soltar el bastón al que sus manos estaban aferradas.-
IV
Dos semanas después el entierro del Viejo, de don Juan, José le pidió a Graciela que se ocupara de sacar las cosas de él de la casa, no debía quedar mucho, que sacara lo mas personal, la ropa, sus recuerdos, las fotos, “no sé, vos fijate, esas cosas a mi me duelen y no puedo hacerlo” finalmente le dijo, “de lo otro después me ocupo yo, de los muebles, la vajilla, no se... lo que quede”
Graciela pensó en las horas que le llevaría hacer todo eso y decidió que lo mejor era hacerlo el lunes, día de las peluqueras, día en que no atienden al público, y dudó en pedirle a Ana María, la mayor, que la ayudara o no, mas que especulando con el tiempo que le ahorraría la ayuda, pensando en la necesidad de una compañía al momento de tener que sacar las cosas personales del suegro recientemente muerto.-
El lunes siguiente, a las cinco y media de la tarde Graciela estaba entrando en la vieja casona de Barracas acompañada de Ana María, a la que había retirado del colegio media hora antes.-
El jazmín del Paraguay ya no aromaba la vieja galería, días sin agua habían agotado su capacidad de perfumar el ambiente, la protección de las ventanas no servía de mucho para las lavandas sedientas y la lucha contra la envidia que brindaba la ruda macho se había debilitado por la ausencia de una mano que les brindara cuidado.-
La casona resonaba a silencio, ambas se dirigieron hacia el dormitorio del viejo matrimonio para retirar las cosas personales de don Juan, colocarlas en un bolso lo mas ordenadamente posible para después llevarlas hasta la Iglesia de Pompeya, para que las distribuyeran entre los necesitados.-
Sabanas, frazadas, camisas, puloveres, pantalones, un viejo traje, unos cuantos pares de medias y de calzoncillos y algunas otras ropas menores entraron perfectamente en el bolso.-
Revisaron la habitación y las contiguas y no encontraron nada mas de interés como para meter en el bolso, volvieron a revisar las habitaciones y las cerraron cuidadosamente con llave cada una de ellas.
Antes de salir de la casona, Ana María fue hasta la cocina, abrió la puerta y vio que sobre la silla de una de las cabeceras estaba el saco de pana marrón, y en el otro extremo de la mesa, con su empuñadura apoyada en el borde, el viejo bastón de caña.-
“Mamá, nos olvidamos esto... vení”
Graciela dejó el bolso cerca de la puerta de entrada y se dirigió a la cocina comedor, presurosa, como queriendo espantar recuerdos entró, tomo con su mano el saco de corderoy y retiró el bastón... ha alguien le servirá pensó, mientras el olor a colonia Atkinson que usaba su suegro, Don Juan, le llegó a su rostro proveniente del saco.-
Caminaron hasta la Iglesia de Pompeya, Graciela llevando el bolso con las ropas de don Juan en una mano y el saco de corderoy en la otra, doblado sobre el brazo, Ana María jugueteando con el bastón cual un Chaplin infantil, con ese bastón que al momento de hacerse no tenía mas que el grosor de sus brazos de niña hacía ya seis o siete años.
En la Iglesia dejaron las viejas ropas a una monja que las atendió y luego volvieron para Caballito, para su casa, para decirle a José que ya habían quitado todo lo personal de don Juan, que se quedara tranquilo.-
A las ocho y media de la noche entraron en la casa de la calle Yerbal, casi Hidalgo.-

V
José se levantó como de costumbre y fue hasta el baño para darse una ducha, Graciela se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el mate, cuatro meses habían pasado desde la muerte de Don Juan y la tristeza comenzaba a atenuarse con los quehaceres y las preocupaciones de todos los días.-
Secándose el pelo con la toalla José encendió el televisor para ver las primeras noticias del día, se sentó sobre el sillón y mientras esperaba que Graciela viniera con el mate comenzó a cambiar de canales con el control remoto, el 7, el 9, TN, Crónica, canal 26, era lunes y predominaban las noticias deportivas, sobre todo las del fútbol, Rosario Central peleaba la punta habiendo empatado el partido con River, que quedó segundo, mas atrás Boca y Velez todavía tenían esperanzas de salir campeones del Apertura.-
Banfield se había calificado para la final de la Libertadores, pero de Huracán no dijeron nada, estaba en el campeonato de segunda, en el nacional A, con pocas posibilidades de lograr ascender.-
Las otras noticias eran comunes, un accidente en la Ricchieri, un asalto con tomas de rehenes en barrio Norte, el ministro de economía que decía que no iba a ceder ante el FMI, el presidente que volvía de Calafate y se iba a entrevistar con no sé quien por el tema del aumento de las tarifas, lo de siempre, lo de todos los lunes.-
Tomaron mate juntos, repasando lo que tendrían que hacer durante la jornada y exactamente a las seis y media José le dio un beso en la mejilla y salió para la imprenta de la Universidad.-Caminó por Yerbal hasta Hidalgo, la humedad de la mañana le dio un ligero temblor, metió sus manos en los bolsillos del pantalón, se pegó mas a las paredes de las viviendas y apuró el paso para alcanzar Rivadavia.-
Un viento del sudeste lo sacudió al llegar a la avenida, agachó la cabeza para protegerse y apuró el paso, en Acoyte tuvo que esperar que el semáforo cortara el tránsito para poder cruzar la calle, a esa hora si bien no era intenso, ya comenzaban a circular los que primero iban a trabajar.-Cruzó Acoyte y se entremezclo con los que se metían en la boca del subte para ir hasta el centro, muy pocos, cuatro o cinco, salían de las entrañas del transporte subterráneo para alcanzar la superficie de la calle.-
Iba ensimismado en sus pensamientos y calculando cuantos clientes tendría que visitar por la tarde si quería conseguir ese dinero extra que le permitiera salir de vacaciones en el verano, así que casi ni veía a quienes le rodeaban.-
Se acercó a la boletería, pidió dos pesos con diez de tickets, “tres” dijo, y se dio vuelta, esquivando a la mujer gorda que lo seguía en la fila para cruzar el molinete y esperar el subte.-Entonces fue cuando sintió que lo rozaban, un anciano de larga barba blanca, encorvado por los años y la miseria, uno de los tantos mendigos que duermen bajo la protección que dan las estaciones de subtes.-
“Estoy cerca” fue lo único que le dijo casi sin mirarlo, y se alejó subiendo las escaleras apoyado en el lustroso bastón de tacuara, coloreado por el fuego, tornasolado con puntos más oscuros, casi negruzcos en los nudos de la caña, pero sin que estuviera quemado, barnizado; lentamente, con esfuerzo, el mendigo subía las escaleras que lo llevaban a Acoyte y Rivadavia, protegiéndose del fresco de la mañana con un saco de pana marrón.-
“Corderoy” pensó José, y el olor de la colonia Atkinson llegó a sus narices.-

1 comentario:

  1. Maravilloso y con esas vueltas de que da la vida cuando recuerdos muy querido volvemos a encontrar en manos de otros que ahora más lo necesitan. Me conmovió esta historia...la colonia Atkinson y el bastón...que pá de 87 usa.
    Un beso a tu corazón poeta.
    Es un privilegio seguir tus escritos, amigo.Y volveré, no lo dudes.
    Con gratitud por los recuerdos que me trajiste a la memoria.
    Cristel.

    ResponderEliminar