Pertinaz, con una mano,
suave me arrollará el viento
hacia extraños encuentros.
cabalgarán la aldea desierta.
Como el desconocido de siempre
abriré una puerta al otro lado,
habitando sueños que vendrán.
Sentado en una nube rosa,
esperaré en el balcón de tus ojos
treinta mil querubines negros,
(todos negros, ni uno solo blanco),
para que aupado me lleven
más allá de la locura mundana
a plasmar en piedra y mármol
la forma simple en que te amo.
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