Sobre los corcovos del horizonte,
rompe
su lomo una luminosidad
apasionada
como una hoguera
con la
fuerza de un corazón rebelde.
En distancia
los perros consuelan
el humo
herido que deja la noche.
Como
flechas sobre el campo, brotan
rasgos
del remoto oficio de iluminar.
Los cuerpos
resignados de los girasoles
desenvuelven
telas de araña y giran
hacia
el este con su aliento de libertad.
Libertad
encadenada al aire contiguo
del
surco, rasguño que siempre somete.
El
viento respira en su caja de cristal,
lento,
se va eviscerando el hilo terco
de las
viejas tristezas, dueñas de la noche.
y
abriga su mentón en torno a mi silencio.
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