La torcaza miró al helecho
en el
centro de su huida
por
los andamios de la vida
buscando
abismos y cimas.
En la
orilla de las sombras,
el
helecho no la miro. Siguió
con su
espesura y el sonido
de la
lluvia que, tenue, lo rozaba.
Cual
si fueran dos fantasmas
tejieron
una red de apatía,
vacía de
toda inútil promesa.
Solo eran dos soledades
en lo
íntimo del crepúsculo.
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