miércoles, 13 de marzo de 2013

Zapatos de tacón

Ridículo en sus límites,  sin manías vírgenes,
creó primero un final triste para la pasión.
El argumento era viejo, y el muy joven, todavía.
Sonaba a agravio contra una verdadera mujer.
De buen corazón, se propuso una creación,
algo especial, que retumbara en la ciudad.
Dos enamorados en un laberinto o algo así.
Algunas veces, lo pensaba perfecto, otras,
un extraño castigo marchito por el miedo.
Entonces, aburrido de sí mismo, y sin nada
coherente que decir, se tronaba los dedos
y paseaba en bicicleta sobre la luna llena.
Le calzaba zapatos de tacón a las gaviotas
y sentía que, con una canción de té con leche
le  llegaba la inspiración a su existencia.
Su simpleza, era un telegrama de cuarzo
que le repartían en el minuto treinta y uno,
tenía su corazón en luminosas sombras
y en los bolsillos, razones para seguir siendo
un novato de plástico temblando sueños.
Ni bello ni sublime se regenera en líquenes
con los que va cubriendo la tibieza de su piel.

LABERINTO

Ilustración: "Laberinto" Irene Agulló

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